Francisco Corsica
Seguramente una de las grandes inquietudes de cualquier padre es ver con orgullo a sus hijos estudiar una carrera «respetable» —como si hubiera unas que no lo fueran— en una prestigiosa universidad. Ellos anhelan para su descendencia una toga, un birrete y un diploma antes que nosotros mismos. Nos decían que las personas inteligentes debían aprender en aulas para asegurarse el sustento. Abandonar el estudio por el trabajo acarreaba como consecuencia servir a los demás.
Desde esta perspectiva, una buena profesión garantiza automáticamente el éxito laboral y el pan en la mesa. Inclusive durante muchas décadas nuestro país era referente en este ámbito: jóvenes de familias con pocos recursos se graduaban y ascendían en la escala social. Luego compraban su casa y su carro para formar un nuevo núcleo familiar. Formó parte durante muchos años de nuestro imaginario colectivo.
Pues bien, los tiempos cambian y las formas también. Si en otra época Venezuela se destacó por esta clase de oportunidades aprovechadas por millones de personas, hoy en día se están desperdiciando. Las universidades públicas siguen ahí. Con ellas, continúa la posibilidad de estudiar y superarse laboralmente. Son quienes están en edad de formarse profesionalmente los que acaban optando por un destino distinto.
Y me atrevo a decir que se trata de un fenómeno global más que local. Vivimos una época muy demandante en la cual muchos afirman no poder darse «el lujo de pasar todo un día sentados en pupitres» —les falta poco para denigrar la vida académica— mientras podrían estar haciendo dinero de mil maneras distintas. La competencia actual es tal que el éxito ya no se basa solamente en los títulos académicos, las excelentes calificaciones y los posgrados.
No exagero al escribir en estos términos. Conozco quienes piensan así y utilizan expresiones similares. Es más: la mayoría de los que comenzaron conmigo la universidad ya se retiraron para trabajar en cualquier cosa. Cambiaron sus prioridades y, con ellas, alteraron su futuro para siempre. Prefieren aprender bien un oficio para ejercerlo que calentar las aulas. Son posturas diferentes ante la vida, ciertamente. No soy quién para juzgarlas.
Es un despropósito achacarle la causa de todo esto únicamente al contexto particular o general porque ambos influencian enormemente. Y en este punto de la humanidad tampoco puede decirse que el título universitario conlleve al éxito económico. Menos al ejercicio pleno de la profesión. Les pregunto: ¿cuántos especialistas en algo no se encuentran ejerciendo otros oficios? Los índices de desempleo han crecido en todas partes. ¿Y cuántos de ellos lo hacen solo porque cobran más en sus nuevos puestos? Si ejercieran los cargos para los cuales se formaron, seguramente ganarían menos que ahora. No es fácil.
Fíjense que varios de los millonarios más famosos —como Bill Gates, Mark Zuckerberg o Elon Musk— dejaron los estudios superiores para dedicarse a sus negocios. Además, la empresa Google —una de las más importantes del mundo, sin duda— ya no contrata personal basado en las calificaciones dadas por un profesor. Consideran que no instruirse no tiene por qué ser un desmérito personal ni un impedimento para acumular grandes logros. En definitiva, se puede ser exitoso de ambas maneras.
Habiendo expuesto estos puntos, lo más sensato sería buscar una suerte de equilibrio. Efectivamente, los países requieren expertos en asuntos que no se aprenden en un par de días o en pocos meses. Sin médicos, abogados e ingenieros estaríamos perdidos y siempre habrá plazas bien remuneradas para ellos. Del mismo modo, las ocupaciones que no requieren título universitario se hacen necesarias en cualquier sociedad. Faltando los electricistas, meseros y comerciantes todo podría venirse abajo. Todos los trabajos —profesionales o no— se complementan. No existen razones para prescindir de alguno de ellos.
Aún así, es una lástima que una parte de la juventud esté considerando las cosas así. No tiene sentido defender acérrimamente abandonar los estudios. Tampoco permanecer en ellos hasta el final. Como decíamos, ambas modalidades hacen falta. Siempre y sin excepción. La diferencia estriba en que si nadie se prepara, el mundo podría perder siglos de conocimientos difíciles de recuperar y nos sumiríamos en una situación inimaginable. Quedará de parte de cada quien reflexionar al respecto y decantarse por la más conveniente de las opciones.