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Inicio/Opinión/Agresividad humana inherente

Opinión
Agresividad humana inherente

martes 2 septiembre, 2025

Ibarra

Luis Fernando Ibarra*

Toda civilización busca domar la carga genética belicosa que acompaña el deseo de sobrevivencia de toda vida. Cada especie acumula una energía ofensiva como un impulso de subsistencia. Sin embargo, la humanidad ha convertido ese instinto en norma, en ley, en toda una historia de control y conflicto. Si miramos a una multitud, la apariencia puede ser pacífica, pero al juntarse, se enciende una pulsión colectiva que empuja a la lucha por recursos, territorio y poder. En este juego de sombras entre necesidad y violencia, la civilización se sostiene temblando sobre la línea que separa la convivencia de la dominación

Un individuo aislado puede parecer dócil e inofensivo, pero al agruparse, su comportamiento es estimulado por el compromiso de imitar la pugnacidad del colectivo insurgente. En general, en ambientes de escasez, la lucha por comida o espacio es determinante y algunas veces tiende a ser fatal. Ante la insuficiencia de suministros vitales, la ley del más fuerte impera.  Es un mandato de conservación.  Si los recursos disminuyen, los semejantes paulatinamente  se van separando en grupos destinados en tiempo al enfrentamiento interno. Si de sobrevivir se trata, no hay espacio para la competencia.

Durante milenios los humanos se han oprimido unos a otros mediante operaciones violentas. En dos comunidades vecinas, donde una prospera aceleradamente y la otra no alcanza niveles mínimos de satisfacción, la historia ha registrado el desenlace agresivo originado por la avaricia vecinal. El grupo menos favorecido planifica e intenta doblegar su vecindario. Entre los conglomerados  sociales siempre surge la necesidad de armarse y organizar tropas que garanticen la integridad y permanencia de su manada. De ahí surge la creación y conservación de poderosos ejércitos ofensivos o defensivos.

En la historia, por imposición armada, siempre los más débiles han sido obligados a ceder espacios territoriales a los más fuertes. Al igual que el resto de los seres vivos, si te armas te respetan. Al parecer todo colectivo social almacena cierto potencial pendenciero. Incluso en el mundo vegetal al interior de la tierra ocurre una lucha territorial entre las raíces de las plantas. Una silenciosa guerra química de conquista y existencia. La cultura y sus leyes globales  intentan inhibir y controlar el poder bélico de los individuos. Si las reglas desapareciesen,  las personas se despellejarían mutuamente, hasta se canibalizarían. Siempre los más apertrechados militarmente arrodillan al más débil. Es una ley o quizás un designio biológico.

Al encuentro de dos civilizaciones, la más avanzada tenderá a reducir a su inferior militar. Incluso, si una cultura extraterrestre entrara en contacto con la humana, a no ser que hayan adquirido altos niveles espirituales, el riesgo de dominación alienígena es muy alto. Sin embargo, las distancias interestelares son tan inmensas que siendo tecnológicamente tan avanzados y al no considerarse expuestos, tal vez colaborarían.

Por lo general, a nivel individual el sujeto anatómicamente mejor dotado intentará prevalecer sobre su congénere. En el espacio limitado del hogar generalmente la masa física masculina pretende imponerse a la femenina. Lo demuestra la creciente incidencia de agresiones de pareja, cuya información logra filtrarse a los medios de comunicación; y también se observa a nivel mundial, la persistencia de sociedades orientadas al varón y su primitiva violencia de género. Incluso en los crímenes de pederastia, una calamidad social global, escondida en lo más subterráneo de las colectividades religiosas. La subordinación forzada ocurre hasta en la transición del poder a lo interno de una nación. En cualquier entorno social una pequeña fracción armada de sus integrantes anula temporalmente a la mayoría pasiva.

Históricamente en cualquier nación democrática o no, ante la caída del líder, el sucesor al poder tiende a ser aquel respaldado por la violencia de las armas. Sin apoyo armado no hay gobierno posible. El poder a menudo se asienta en la violencia o en su amenaza. El respaldo de las fuerzas armadas es fundamental para la estabilidad de todo gobierno

La pugnacidad humana en el pasado fue extraordinaria, y lo sigue siendo hoy. La ley de la selva siempre predomina entre comunidades vecinas. Antes de la conquista española, los pueblos aborígenes continuamente se guerreaban unos con otros. Incluso se canibalizaban. A pesar del avance tecnológico y cultural, hasta donde se conoce, no ha ocurrido un periodo de paz total en este planeta. La evidencia de conflictos es innegable. Nadie puede desconocer que la historia humana está repleta de trances y actos de violencia. Siempre los humanos han estado guerreando.

La competencia por recursos limitados es una fuerza motriz en la hostilidad humana. La avaricia, el control territorial y el acceso a suministros vitales han sido causas recurrentes de conflagraciones. En la antigüedad todos se adiestraban para la guerra. Y quien se entrena para dominar, tarde o temprano convierte su entorno en un espacio de sometimiento permanente. Los franceses con su enciclopedismo e iluminismo, hicieron su revolución esgrimiendo los derechos del hombre. Contradictoriamente, al mismo tiempo guillotinaban miles de sus compatriotas. Se esconde el genocidio  que tuvo lugar entre 1793 y 1796 en la región de La Vendée, Francia. Las acciones de los jacobinos contra esa población civil fue una Solución Final. Hay demasiada historia y actualidad de eventos sanguinarios humanos.

Excluyendo a los españoles, siempre el resto de los europeos exhibieron políticas de estado destinadas a exterminar infinidad de poblaciones a lo largo y ancho de los territorios que conquistaron. En Asia, África, Oceanía y en la América anglosajona dejaron evidentes huellas genocidas. Hasta hoy sus líderes no han redimido perdón por el comportamiento inhumano de sus antepasados, pero además de desconocerlo, a colmo continúan endilgando a otros lo que saben que  sus antepasados cometieron.

La cultura de los nuevos tiempos parece haber disimulado  la agresividad humana latente.  No obstante,  la beligerancia seguirá empujando el rumbo de la civilización. Controlar a los demás parece venir incluido en la herencia. Aunque se reconoce que la agresividad humana no es puramente genética, no se puede ignorar que tiene una sustentación biológica, es decir, hormonas como la testosterona, junto a estructuras cerebrales como la amígdala. Es claro que la conducta humana es el resultado de una compleja interacción entre la naturaleza (genética y biología) y la crianza (cultura, entorno social, y aprendizaje), y por lo tanto puede ser controlable con educación y reglas morales. No obstante, la escases extrema de recursos y territorio puede encender comportamientos violentos de masas por des individualización colectiva.

Se avizora en desarrollo una tercera conflagración mundial. Lo incierto es cuándo ocurrirá. La sobrepoblación del planeta junto a la reducción de recursos aflora el cainismo humano. El dios marte parece un eterno impulsor de la conducta  hostil homo sapiens. Sin duda, la especie más peligrosa del planeta, sin disponer de aguijones venenosos o garras afiladas, sabe fabricar elaborados instrumentos mortíferos y usarlos para ultrajar a sus congéneres.

Aunque la agresividad sea una característica innata e inevitable en los seres biológicos, para sobrevivir, toda civilización debe aprender a controlarla. Intervenir tan oscuros impulsos primitivos constituye un desafío para la humanidad y su permanencia universal. Las sociedades sapiens están obligadas a encontrar un equilibrio entre su innata capacidad para la agresión, y su voluntad de desarrollar herramientas para la empatía, la convivencia y la justicia. De lo contrario, esa tendencia auto destructiva pudiera ser universal y explicaría por qué entre tantos trillones de planetas, los humanos aun no hayan podido contactar otra civilización extraterrestre. Tal vez, en su evolución tecnológica, la agresividad inherente en esos habitantes cósmicos les haya condenado a una extinción evitable.

*Ingeniero de Sistemas (ULA).

 Profesor de Simulación e Investigación de Operaciones. UNET.

 [email protected]

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