Rafael de La Cueva a hombros en España
4 de mayo de 2024
Porfirio Parada
Estos días y semanas son los días de los apamates. Vuelve la exhibición natural de su flor pasajera con el viento. Renacida con el transcurso del tiempo. Se encuentra en México, suavizando los campos y las ciudades de Centroamérica, llegando a Venezuela, Colombia y Perú, entre otros países. José Luis Guerrero, periodista del Diario La Nación, ya describía este lunes entre datos periodísticos y la escritura admirada por el apamate o Tabebuia rosea, y su fenómeno visual para los habitantes de San Cristóbal y estado Táchira. También florece en Zulia y Yaracuy. En otros países y lugares se les nombra como Tajibo o Mocoque.
¿Cuántas desventuras se ha vivido mientras los apamates empiezan su ciclo? ¿Cuántas felicidades compartidas con sueltas sonrisas al ver caer los pétalos rosados? ¿Cuántos recuerdos y viajes a la infancia y al terruño al ver este fenómeno y ofrenda de la madre naturaleza? ¿cuántas renovaciones, renacimientos, ciclos uno tiene con el árbol y vivirlo sin saber que lo estamos viviendo? ¿Cuánto tiempo nos queda para observar los apamates cada comienzo de año? ¿Cuánta admiración sencilla y silente se ha hecho al árbol y sus flores y cuánto estudio sistemático y científico han hecho con sus fenómenos en todos estos años?
Todos estos días en las diferentes redes sociales, las cuentas que tienen muchos seguidores, personales o grupales, en las historias de WhatsApp, Instagram, en el Facebook. La Televisora del Táchira. Los medios de comunicación, la radio, han mostrado y publicado los diferentes árboles de San Cristóbal cubierto de un florido color rosa en sus copas. Hay un espectáculo visual que mueve la compresión y el sentimiento. La gente se para o sigue con sus ocupaciones, reconociendo la belleza de la tierra donde vive. También están las otras fotos, las más individuales, sin publicación ni redes sociales. Hay gente que pasa en carro, buseta o caminando le toma fotos a los apamates y se las lleva para verlas luego en su casa, o se las muestra a la persona más cercana, a una persona mayor, o a un hijo, durmiendo con la imagen en su cuerpo.
Y los apamates son parte del milagro de existir, son parte de la historia de los siglos, son las huellas y la muestra de los ciclos, son el diálogo de la luna con el sol para mostrarse. Los apamates han vivido la soledad de los días en montañas vírgenes y en el delirio humano cercano a conflictos sociales. Sus hermosas flores son parte del mito de El Dorado. En los tiempos de la conquista, cuando vivía gente de Europa aquí, se cautivaron y obsesionaron con esta belleza natural. Los apamates son vitales para quien los ve durante su vida, sus épocas, etapas y caminos. Es parte del destino de la existencia. Actualmente muchos siguen floridos, ya hay otros que se la han caído la mayoría de su flor, creando una alfombra agraciada, que adorna la calle, pero también adorna la rutina, el instante y el sentir del tachirense. Es decir, en gran parte, los apamates ennoblecen el corazón.
La gente que se ha ido del país, alguna de ellas, desde la distancia ve las fotos y los videos de los apamates y se vuelven nostálgicos por momentos. Cada año nos damos la oportunidad de ser distintos cuando florecen los apamates. La ciudad y su dinamismo continúa, pero hay algo en nosotros que apreciamos, incluso nos convertimos. El niño que alguna vez fuimos y jugamos con sus flores sutiles caídas, ahora somos de otra edad, pero continuando con este vínculo natural con la madre tierra. Los apamates son patrimonio, querencia y destino. Que venga más retratos para ellos, que vengas más fotos para internet, que lo muestren, que se haga moda compartir lo bonito que tenemos aquí, que siga floreciendo aquí y en los diferentes pueblos, montañas y municipios del Táchira y algunos estados de Venezuela, que le brindemos a los ojos ese placer de mirar feliz los árboles que nos rodea.
Lic. Comunicación Social
Locutor de La Nación Radio
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