Opinión

Burundanga

8 de diciembre de 2019

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Gustavo Villamizar Durán

 

La política como práctica fundamental de los seres en sociedad, tal cual lo esbozó Aristóteles tiene, en ocasiones, algunos virajes que más parecen parodias bufas o sainetes tragicómicos. En el complicado caso que ahora abordamos, el título de la cuestión tiene que ver menos con la escopolamina, alcaloide  culpable de las desgracias de un diputado de la oposición en tierras neogranadinas y la muerte de su asistente, que con la guaracha compuesta por el cubano Oscar Muñoz Bouffartique grabada por Celia Cruz en 1953, acompañada por la Sonora Matancera. La razón de ello se encuentra en el espectáculo delincuencial que se desató en el seno de la derecha extrema venezolana en medio de la serenata vil de quienes comenzaron a cantar  o a vociferar acusaciones de robos y apropiaciones que ni la guaracha alcanza a describir, toda vez que “tongo le dio a borondongo, borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a muchilanga, le dio burundanga”, pero la cosa fue más allá y los sucísimos trapos de aquellos héroes de la guarimba, comenzaron a salir por las ventanas de las casas de partido y hasta en los retretes del hemiciclo parlamentario. Y qué pena,  la pestilencia fue a dar a la Casa Blanca y a otros  palacios desde donde llegaron los  recursos causantes de la sampablera opositora.

Pero, hay que decirlo, aunque la circunstancia asquea no sorprende. No es de extrañar que quienes han hecho de la acción política un permanente hostigamiento a la institucionalidad legítima propiciando su desconocimiento y el de leyes y principios, utilizando la mentira como fundamento de su ejercicio político en una alianza macabra con los medios de comunicación y los intereses transnacionales, terminen señalándose entre sí como salteadores en pugna por su tajada.   La mentira, está claro,  es parte de la conducta hu­mana ­desde el principio de los tiempos e igualmente, es harto conocido el uso de ella por demagogos y bandoleros de cualquier ralea para saciar sus ambiciones. Mucho aclaró la filósofa alemana Hannah Arendt en su libro “Verdad y mentira en la Política”, acerca de las estrategias políticas basadas en falsedades por parte del nazismo hitleriano y posteriormente, en la llamada guerra fría, las cuales palidecen ante el descaro y la desfachatez de las de nuevo cuño, diseñadas en los centros de guerra híbrida del imperio y se muestran en obedientes discursos y acciones de los bastardos que las atienden en nuestras naciones.

De manera que se trata de un juego del mundo invertido, ideado por el hegemón del norte, puesto en práctica en las llamadas primaveras de Libia, Afganistan y Siria, mediante el cual confunden a la población y destrozan los estados-nación. La estrategia consiste en denominar todo por su antónimo, sin razón alguna.  De tal suerte que a la violencia se le llama acción pacífica, a la alianza diabólica con delincuentes y paramilitares colombianos los estiman como pacíficos estudiantes, a los defensores del orden se les llama esbirros, a la democracia participativa dictadura, al presidente legítimo usurpador y al usurpador presidente legítimo,  a los terroristas se les llama libertadores y los héroes y símbolos de la patria son motivo de burla e irrespeto, a cargamentos de insumos para el terrorismo los pregonan por el mundo como ayuda humanitaria, señalan a los miembros del alto gobierno y sus familias como delincuentes sin prueba alguna, tildan a Venezuela de narcopaís a sabiendas de que es Colombia el mayor productor de drogas del planeta, se apropian de empresas venezolanas en el extranjero para “protegerlas” y las saquean y así, muchas otras formas en las cuales aparece claramente la mentira como elemento fundamental de la acción política..

Resulta imposible, absolutamente improbable, que quien vive y se solaza en la mentira, quien tiene como herramienta fundamental de su deshacer cotidiano la falsedad, pueda obrar de manera recta, conforme a las leyes y el buen vivir. Por el contrario, termina siendo esclavo de la mentira, del engaño, de la trampa, de la artimaña y claro, del robo, del delito, incluidos  los alcaloides. Qué más se puede esperar de los serviles más conspicuos del impresentable Mike Pompeo quien confesó sonreído que en la CIA – Agencia de Inteligencia Norteamericana- habían aprendido a “mentir, engañar y robar”.

 

 

 

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