Pedro A. Parra
No es posible ver, observar y mirar tantos destrozos, tanta angustia, tanta preocupación, tantas víctimas inocentes, tanta sangre, sudor y lágrimas, y no reaccionar; no podemos quedarnos con las manos cruzadas y con la mente cerrada, y no elevar nuestra voz de protesta por lo que hoy está ocurriendo en Colombia, ya que lo que ocurra en esa nación hermana, lo sentimos nosotros en carne propia. ¡Son nuestros hermanos, nuestra familia, nuestra propia gente!.
Estos actos vandálicos son provocados; vilmente provocados, y mi mente solo puede recordar a uno de los hombres más sanguinarios de la historia, a Atila, rey de los Hunos, al cual llamaban “El enviado del infierno”, “la personificación del mal”, “el azote de Dios”, “donde pisaba su caballo Othar, no volvía a crecer la hierba”. Este hombre, engendro de animal, no tenía respeto por la vida de sus semejantes, y disponía de los Hunos, que eran seres sanguinarios, que se alimentaban de raíces silvestres y de carne que maceraban ente sus muslos y el lomo de sus caballos; eran unos sanguinarios, saqueadores y en realidad, encarnaban el mal.
¿Cuantos Atilas tienen sus manos metidas en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Neiva y Villavicencio, entre otras localidades colombianas? Bandidos profesionales, asaltadores de camino que, disfrazados de indígenas, están causando toda esa destrucción y derramamiento de sangre. Estas han sido unas protestas preparadas, que comenzaron el 28 de abril de este año 2021 contra la reforma tributaria propuesta por el presidente Iván Duque, que si bien causó un gran descontento entre las personas que salieron a mostrar sus posturas en las calles del país, no era pretexto para que se desbordase, como en efecto se desbordó, causando como ha causado estas graves y nefastas consecuencias para el país hermano.
El presidente Duque dejó sin efecto tales reformas, y, ante la arremetida feroz de estos manifestantes tarifados y guiados por una sed de causar daño, la policía tuvo que actuar ante tales desmanes, y, esto ha desembocado en un Paro Nacional; el libreto de la novela que estos sinvergüenzas han fabricado para desestabilizar al gobierno colombiano, está funcionando a la perfección; ahora el gobierno piensa decretar el Estado de Conmoción Interior, ya que se está volviendo casi imposible controlar a estos Hunos que quieren apoderarse del país, para que vuelvan los desórdenes, la guerrilla, el contrabando, las drogas, las violaciones, la violencia, la sangre, el descontrol, en fin, la desgracia total.
Acaso, ¿es esta una forma racional de hacer política? ¿Así se construye un país? ¿No les da pena causar tanta desgracia? ¿Vale la pena causar tanta muerte y destrucción, conmoción y sangre, por treinta monedas de plata? Tarifados inconscientes, mercenarios irracionales e inmorales, piensen en su patria, Colombia, colóquense las manos en el pecho y recapaciten; están a tiempo todavía. ¿Acaso el daño que están ocasionando no se lo están ocasionando a ustedes mismos también, a sus hermanos y hermanas, a sus hijos, a su familia, y a “todos aquellos hijos de Colombia y del mismo apellido pueblo?
Me da dolor tanto odio, violencia y destrucción; me da dolor tanta sangre derramada sin sentido por ese suelo patrio; me da dolor y tristeza lo que le está pasando a Colombia, y, pensar que todo esto, ha sido planificado por otros seres humanos que creen y piensan que cualquier medio. por brutal y sanguinario que sea, es lícito para obtener los beneficios que ellos quieren obtener.
Esto, sí, esto, no puede seguir ocurriendo; en el nombre de Dios Todopoderoso, reitero mi llamado. a mis 79 años, para que cesen esos desmanes, estos desafíos a Dios, esta destrucción que está empobreciendo a Colombia y a sus hijos; esta destrucción que debe preocupar a Venezuela. como sus vecinos más cercanos, y a todo el mundo que se quiere llamar civilizado.
Vamos a apoyar al gobierno del presidente Duque, que quiere fortalecer las instituciones en Colombia; vamos a enfrentarnos al Foro de Sao Paulo, que bajo el disfraz del Estado Profundo, la Revolución Molecular Disipada y el Nuevo Orden Internacional, están desafiando, no solo a Dios y a su fuerza divina, sino también a las instituciones libres y democráticas, para traer más destrucción, sangre, sudor y lágrimas. ¡Lo que le pasa a Colombia, lo sentimos en Venezuela, somos países hermanos! ¡Luchemos con todas nuestras fuerzas para que no perdamos la libertad, la justicia, la democracia y los principios y valores morales! ¡Que así sea!
Pedro P. Parra