Raúl Márquez
Una sociedad es la sumatoria de todos sus ciudadanos. En ese ámbito humano, la interdependencia teje sus hilos de manera inevitable. Así pues, el sino cultural, los procesos históricos, o la manera como sus líderes ejerzan su labor, que de por sí debe responder a las necesidades de todos, va moldeando el carácter de tales contextos.
Aunque no conversemos con nuestros vecinos o prefiramos mantenernos encerrados en nuestros hogares luego de llegar del trabajo, siempre vamos a ser influenciados por lo que decidan los demás, como por ejemplo, los responsables de los servicios públicos, o por el alcalde de turno o las decisiones del presidente.
En este orden de ideas, he venido reflexionando acerca de nuestro comportamiento ciudadano. Y es que es fácil argüir que por el sólo hecho de participar en las elecciones ya se ha cumplido con el rol que todos debemos asumir como ciudadanos de un sistema democrático.
Desde mi punto de vista, quienes piensan de este modo, cometen un grave error. Ser ciudadano es coadyuvar al mejoramiento del nivel de vida de todos a través de una participación activa, en donde el diálogo y los intereses comunes estén por encima de lo individual.
Sin embargo, esto lamentablemente no es así. Vivimos en una sociedad de instintos, en donde el concepto de ciudadanía no se aplica como debe ser en casi ningún ámbito social. Cada quien hace lo que puede y quiere, en muchos casos, sin mirar al que está al lado, aquí el lema parece ser “sálvese quien pueda”.
No quiero parecer pesimista, sólo intento ser lo más realista posible. Esta aseveración se fundamenta en las cosas que he visto, en las actitudes que fácilmente se aprecian por doquier.
En estas épocas de lluvia, por ejemplo, año tras año, se repiten las mismas escenas, casi los mismos titulares de prensa se despliegan, en los que se infiere la falta de madurez de una sociedad, de un conglomerado de personas que no toman en cuenta procesos preventivos y de mantenimiento de las vías de comunicación, que siguen arrojando sin ningún pudor desperdicios a los ríos y quebradas, que se acuerdan de limpiar las aceras y los ductos de agua justamente cuando éstos ya han colapsado.
Una sociedad en la que los gobiernos locales o nacionales deben activar operativos de seguridad o de tránsito, porque muchos conductores no son capaces de cuidarse por sí mismos, no puede decirse que es una sociedad en vías de desarrollo.
El progreso de un país no se mide solamente por el crecimiento económico que éste pueda experimentar, sino por la calidad de relaciones que se entablan entre sus conciudadanos. Así pues, contribuyamos a nuestro verdadero crecimiento, y no nos dejemos manipular por quienes prefieren mantenernos entre las brumas de la incomunicación.