Opinión

Cuando lo extraordinario se vuelve cotidiano

18 de mayo de 2018

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«La única democracia en la que creemos es la democracia del pueblo, la democracia participativa, protagónica, cargada de fuerza e impulso popular”.

Hugo Rafael Chávez Frías

(VI Foro Social Mundial, Caracas, 27 de enero de 2006)

Ahora que está a punto de finalizar la campaña electoral en Venezuela, hemos visto al candidato a la reelección, al presidente Nicolás Maduro, recorrer el país, estado por estado y con una participación masiva de venezolanos, mientras la oposición se ha quitado la careta, nos ofrece volver al pasado y a abrazar las garras del FMI y del Banco Mundial (BM).

A la par hemos observado al vicepresidente Tareck El Aissami, a gobernadores y alcaldes, inaugurando obras de salud (hospitales, maternidades, CDI, salas de Emergencia, etc.); en educación (liceos, escuelas, comedores, etc.), en vialidad (carreteras, asfaltado, puentes, distribuidores, plantas de fabricación de autobuses, etc.); Misión Vivienda (edificios, casas, urbanizaciones completas), y agua potable (plantas desalinizadoras, estaciones de bombeo, plantas de tratamiento, etc.).

En verdad es abrumadora la cantidad de obras y la enorme cifra en  bolívares y dólares (ahora Petros) invertidos por el gobierno bolivariano en obras  para el pueblo. No obstante, la verdad es que, al igual con lo ocurrido en el mandato del comandante Chávez y del presidente Maduro – en los 19 años de revolución -, lo extraordinario se ha vuelto cotidiano, como dijo el Che Guevara.

Nunca antes, ni en los 40 años de la democracia representativa de la IV República, se habían visto tantas inversiones (quizá desde la época de Pérez Jiménez) y citar tantos millones en obras de carácter social, como los millones y millones de bolívares y dólares que invierte el actual gobierno, sin contar los miles que se han llevado al exterior los falsos revolucionarios (vestidos de rojo-rojito).

Es con esta apabullante inversión con la cual el Gobierno revolucionario ha podido enfrentar los boicots y la guerra económica imperial con la que se quiere someter al pueblo venezolano por hambre, para poder así tomar el poder la oposición. Ante ello, el Gobierno bolivariano ha respondido con grandes aportes para el pueblo, con miles de obras sociales y los bonos de la patria.

Es verdad – como lo citamos anteriormente – que cuando lo extraordinario se vuelve cotidiano, el pueblo se acostumbra y se vuelve más exigente, cosa que esperamos sea coyuntural. Es debido a ello que el Imperio y la burguesía parasitaria venezolana (cada vez más destetada del Estado) han querido estrangular al pueblo con hambre y, además, quieren capitalizar el descontento para conquistar sus votos.

Han tratado de subestimar al pueblo y chantajearlo con el mismo guion aplicado en otras latitudes para tumbar gobiernos y dar golpes de Estado (Chile, Libia, Iraq, Afganistán, Siria). Esto no ocurrirá más nunca en Venezuela y mucho menos, luego de la experiencia fallida con el golpe de Estado al comandante supremo Hugo Chávez Frías, en el 2002.

Estamos de acuerdo con la distribución de la riqueza de manera equitativa en el pueblo. Ello lo entienden los venezolanos, quienes mayoritariamente respaldaremos con nuestro voto al presidente  Maduro, el próximo 20 de mayo, para que de una vez por todas y sin complejos hagamos una verdadera revolución.

El momento es propicio para que se corrijan errores y superemos esquemas fracasados del pasado. El triunfo de Maduro, hijo legítimo de Chávez, debe ser mayoritario y un tiempo para romper los tabúes y darle participación auténtica al pueblo en los órganos e instituciones de gobierno.

La delegación del poder al pueblo debe estar acompañada de una verdadera formación y de nivelación para los puestos de liderazgo. Se deben preparar quienes deben guiar al pueblo en la búsqueda de soluciones y de una economía más productiva. Muy a pesar de los estragos provocados por la guerra económica, el bachaquerismo y la especulación (se espera castigo para los culpables), se debe instrumentar una auténtica revolución cultural y una educación popular masiva y participativa (revisar los pensum de las universidades privadas y del Estado).

El nuevo esquema de la Revolución bolivariana debe corregir errores, señalar y castigar severamente a quienes se roban los dineros del pueblo, tal como lo señaló el Libertador Simón Bolívar y lo predicaba el comandante Hugo Chávez, porque el pueblo se quedó esperando el castigo, mas lo que hubo fue impunidad y traición.

Uno de los propósitos, que no debe quedarse solo en buenas intenciones, debe estar dirigido a la organización popular y a la delegación de responsabilidades en el propio pueblo; sin ningún miedo a la pérdida del poder por parte de la dirigencia chavista o de algunos apoltronados que, a la sombra de Chávez o de Maduro, se han entronizado en los ministerios y en los más altos cargos burocráticos (“enchufados”).

Por ejemplo, en el caso de las obras y aportes del Estado, debe haber un celo, un seguimiento y un cuidado intensivo para su preservación, su mantenimiento y el uso moderado de los recursos. Toda una nueva conducta libre del nuevo “riquismo” y de los defectos que hemos arrastrado del pasado en una economía petrolera (conducta neoliberal e inquisidora).

No podemos seguir repartiendo dinero a diestra y siniestra, ni invirtiendo en obras que son destrozadas en un abrir y cerrar de ojos, para que seguidamente papá Nicolás venga con su morral lleno de billetes a componerlo, como por arte de magia. El pueblo debe valorar lo que el Estado le da y debe ganárselo con su participación y el cuidado de las obras y de los servicios que le benefician.

Una de las recomendaciones que le damos al ya reelecto presidente Nicolás Maduro (si es que valen) para su próximo mandato, es que a cada obra a inaugurarse se le nombre de inmediato un Comité Protector o como quiera llamársele, de hombres y mujeres del pueblo para que la cuiden, la supervisen y velen por su mantenimiento (una entrega de llaves de la obra). No puede inaugurarse una obra sin que exista dicho Comité Protector.

Es deplorable, por ejemplo, lo ocurrido con los autobuses Youtomg (por más que tengamos una fábrica). No podemos aceptar que choferes irresponsables o gente de signo vandálico (guarimberos) destrocen un autobús que le cuesta dinero al pueblo y al Estado venezolano, para que ahora ande como ganado montado en los camiones. No debemos permitir que gente del proceso revolucionario, disfrazada “roja-rojita”, se “encompinche” para destrozar autobuses, robar sus partes y acrecentar los cementerios de chatarra. Otro mal ejemplo es lo ocurrido en Margarita con el botadero de basura. Eso da pena ajena (existen miles de ejemplos por citar, con bienes y vehículos del Estado).

Es lamentable que, luego de haber sido inauguradas obras, a los pocos días o meses las veamos destruidas o saqueadas, como ocurre con escuelas y hospitales, donde existen casos de presuntos médicos, enfermeras o trabajadores que se roban equipos, medicinas, sábanas y camas, para venderlos a clínicas privadas (el guardián o protector debe denunciarlos a tiempo).

La Revolución llegó para darle al pueblo, como lo decía el Libertador, un sistema de gobierno para producir una mayor suma de felicidad posible, una mayor suma de seguridad social y una mayor suma de seguridad política. O como diría el Che Guevara, hacer un hombre nuevo. Maduro habla de revolución espiritual y de valores.

Estamos a tiempo y el pueblo sabe entender, porque lo ha demostrado y lo ratificará el próximo 20 de mayo, el porqué de su estoicismo y la resistencia con la cual está dispuesto a acompañar la Revolución en todas las responsabilidades y donde sea llamado a participar.

Aprovechemos la Asamblea Nacional Constituyente para crear nuevas leyes e instrumentos prácticos de participación popular, más allá de lo político; organizaciones sociales orientadas al servicio y al compromiso de cuidar las propias obras que construye el Estado y que le sirven al pueblo para su propio beneficio.

En la medida que el pueblo sienta su participación directa y se le dé más responsabilidades en la Revolución, estará más comprometido con ella, se sentirá más identificado y como parte de ella. Cada obra debe tener su Comité Protector. Un grupo de ciudadanos de la comunidad formados para que conozcan la obra desde su inicio, su inversión, su misión y visión, y que les duela su futuro.

Podemos tener mucho dinero, reemplazar una cosa dañada por otra nueva, pero el “manorrotismo” y el derroche de dinero no pueden continuar en nuestro país. Esa es una de las primeras enseñanzas que debe dejarnos una crisis como la actual.

Al pueblo le debe doler lo que es el del pueblo, pero para ello hay que educarlo y formarlo (con sentido de pertenencia). Este sencillo pero necesario principio es nuestra humilde recomendación, la cual debe ser instrumentada por el Gobierno, desde un primer momento, en el nuevo mandato del presidente obrero, el hijo de Chávez, el de la victoria segura, Nicolás Maduro Moros.

Tenemos un reto para los próximos años, escrito en el Plan de la Patria. Debemos cuidar y proteger las obras del Estado, que a la final son las obras para el beneficio del propio pueblo. Si las cuidamos, nos estaremos ahorrando dinero para más obras y asegurando el futuro de la Revolución. Este es el reto, porque la Venezuela petrolera quedó atrás y ahora debe nacer la Venezuela socialista y productiva.

¡Amanecerá y veremos!

(Marco Tulio Arellano)

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