Fredy Contreras Rodríguez*
El modelo democrático venezolano -único en su tipo en la comunidad internacional- es subversivo por la presencia participativa y protagónica del soberano. Tal particularidad atenta contra la desvencijada democracia representativa, impuesta a nivel mundial por la clase hegemónica, cuya esencia es tener al pueblo como espectador del juego económico y social, usando la educación y la cultura como herramientas de dominación.
En la patria de Bolívar, el soberano es convocado por el poder electoral para expresarse sobre la legitimidad del gobernante cuando este pretende reelegirse o, en su defecto, para que la alternabilidad democrática, como expresión de la voluntad de la mayoría, se exprese sin atenuantes.
Como principio democrático, la alternabilidad es un ejercicio de la soberanía popular de naturaleza constitucional. La reelección del gobernante es un acto de legitimidad, mientras que la elección de un nuevo gobernante es la aplicación del principio de la alternabilidad democrática, ejercida por la mayoría del pueblo elector que deposita su confianza en una oferta más atractiva, útil y esperanzadora para la mayoría, en ejercicio pleno del principio de la soberanía popular.
En Venezuela, cada cuatro años el soberano se reencuentra en los centros de votación para ejercer el derecho a participar en elecciones regionales y municipales, reconociendo la gestión del gobernante candidata(o) (si lo es) o ejerciendo el principio de alternabilidad para sustituir al maula, irresponsable, incapaz -gobernador(a) o alcalde(sa)- que perdió el apoyo de la mayoría, por aquella candidatura que represente para el pueblo una mejor opción, plasmada en un programa de gobierno.
En cada evento electoral el pueblo siempre aspira a elegir gobernantes serios, decentes, honrados, responsables y transparentes; que den la cara y trabajen por el interés general de la sociedad. En el Táchira, la gente está cansada de la diatriba y la “gritazón”; de la propuesta demagógica y estéril, de la oferta inútil y la confrontación perversa. Hoy el tachirense de a pie reclama gobernantes capaces, probos y transparentes.
Ahí están las 4 claves del 21 de noviembre: Participación, alternabilidad, programa de gobierno y ética gubernamental.
Las próximas elecciones deben ser una fiesta de amplia participación popular que otorgue a los electos legitimidad y reconocimiento; vencer la abstención y el desánimo que hay en amplios sectores populares es un reto; el evento electoral del 21-N debe ser un ejercicio de alternabilidad que nos permita pasar del grito al hecho. Ya está bueno de 4 años de grito en grito y de pendencia en pendencia, que no produjo beneficio alguno a la comunidad regional. Así mismo, las elecciones del 21-N deben ser el punto de encuentro de la mayoría, apoyando un programa de gobierno integral, flexible, dinámico, procesable, en permanente revisión y ajuste; punto de confluencia de todos los esfuerzos, para integrar a todos los sectores y lograr la prosperidad y bienestar del pueblo, como fin esencial del Estado.
Pero de igual forma, el 21-N debe ser el inicio de un proceso en la gestión administrativa regional, donde la ética gubernamental prive en el comportamiento del equipo de gobierno, entendiendo la ética como el “conjunto de costumbres y normas que dirigen o valoran el comportamiento humano en una comunidad” y, en este caso, en el comportamiento colectivo de todos los hombres y mujeres que formarán parte de la Administración pública estadal, como servidores responsables, honestos y transparentes.
*Ingeniero industrial. Agricultor urbano.