Opinión

¡Cuidado con el Síndrome de Estocolmo!

1 de julio de 2023

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Carlos Casanova

“El Síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en que las víctimas de distintos abusos o vejaciones desarrollan una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con sus victimarios”. El término fue utilizado por primera vez en Suecia en 1973 por Nils Bejerot para describir un fenómeno paradójico de vinculación afectiva entre los rehenes y sus captores, en el transcurso de un asalto a un banco en Estocolmo.

No se puede afirmar que este síndrome se puede generalizar para todos los rehenes, ya que no es verdad, pero existen estadísticas. Según datos del Federal Bureau of Investigación (FBI), alrededor de 27 % de las víctimas de 4.700 secuestros y asedios recogidos en su base de datos experimentan esta reacción.

Dos tipologías de reacción ante la situación: por un lado, sentimientos, emociones e impresiones positivas hacia sus secuestradores, captores, o sus dominadores; por otra parte, presentan miedo e ira contra las autoridades que ejercen los abusos, incluido por supuesto los órganos policiales, pero puede suceder que se exprese de igual manera con sus gobernantes, también con quienes se encuentren en contra de sus captores. A la vez, los propios secuestradores muestran sentimientos positivos hacia los rehenes.

Por ejemplo: el pueblo cubano, que fue secuestrado por los Castro desde 1959, y sufre del Síndrome de Estocolmo: viven cautivos del régimen, su secuestrador, tienen miedo de hablar, manifestarse o mínimamente decir la verdad de lo que sucede. Sus secuestradores (el régimen) les lavaron el cerebro al pueblo y le hicieron creer que las cosas hay que esperarlas del Gobierno y no trabajar para adquirirlas. Después de 64 años muchos cubanos aman la mentira que les han vendido sus secuestradores.

Aquí se explican entonces las distintas posiciones que se asumen en la Venezuela de hoy, los diferentes actores sociales, gremiales, empresariales y políticos. Conocida la característica de la patología podemos primero señalar que parte de este liderazgo ha desarrollado un vínculo positivo hacia su captor que es el régimen socialista, como respuesta a la imposibilidad de desarrollar constitucionalmente sus actividades gremiales, políticas, sindicales, empresariales y comerciales.

Así encontramos que la persecución a la libertad de opinión y expresión persigue el propósito de silenciar a los medios y comunicadores sociales en la difusión de la verdad de la que se alimenta el ciudadano; sin ella, comienza a ver que no sucede nada, y no es que no suceda, es que no se comunica.

Las expresiones “ya esto no lo cambia nadie” o “ya estos se quedaron” forman parte del síndrome que presento, el colaboracionismo es un drama superior, ya que claudica frente al régimen socialista pero aparenta frente a la sociedad que es su opositor, transmitiendo ese vínculo de “aquí no está pasando mayor cosa”.

Éste síndrome de Estocolmo lo apreciamos bastante en la Asamblea Nacional, frente a la batería de leyes que se proponen y aprueban, no hay quien proponga foros de discusión e información de sus contenidos, mientras el chavimadurismo expresa que ya consultaron al pueblo.

Los que andan tratando de normalizar lo anormal están capturados por este síndrome, por esta vía se reconoce al que no tiene legitimidad para ser lo que ejerce, y se llegará a vivir en el modelo que no es constitucional.

Las maneras de aceptar y someterse, tapar y disimular todos los males que sufre, cuando un pueblo llega a tales extremos y se deja engañar con retoques ficticios como el CLAP, lista para anotarse en el gas, el jefe de cuadra como su superior en la comunidad, bonos de hambre y falsas promesas, se torna más difícil salir de la ciénaga ignominiosa en que vivimos.

Los presos políticos están presos por ser un antídoto contra el síndrome de Estocolmo, a los periodistas, dirigentes sociales y medios los citan por la llamada ley del odio por ser antídotos contra el síndrome.

¿Y usted tiene síntomas de tener este síndrome? Ayude a los demás a que se curen de este padecimiento que le cambiará su vida, entregándolo a la pobreza de por vida.

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