Los gobiernos centralistas mediatizan a los pueblos con discursos políticos que buscan confundir a los electores y especialmente a sus seguidores sobre la democracia y el nacionalismo, factores fundamentales para alcanzar el mayor bienestar y calidad de vida tanto individual como colectivo del pueblo. Desvinculan del ejercicio del poder político los sentimientos nacionalistas, sus preferencias políticas y las costumbres de los ciudadanos que forman parte de lo más intrínseco y personal del colectivo. El poder político implica las funciones del Estado como ente jurídico de la nación con el ejercicio de la autoridad de arriba hacia abajo, las competencias adjudicadas por la mayoría de los electores y la administración de los recursos presentes y potenciales de la nación. Las promesas, buscan convencer la “mente emocional” del pueblo para ejercer a su conveniencia el poder político y a los ciudadanos, las leyes a cumplir los deberes de abajo hacia arriba y defender los beneficios por las capacidades de la nación.
El futuro en la política como ciencia de lo imprevisible en esta era del posmodernismo, es cambiante en forma asombrosa. No estamos en las épocas de los napoleones, marxistas, liberales y populistas que imponían sus tablas de las leyes con palabras bonitas e ilusionantes. Todos los países tienen problemas estructurales y funcionales y están conformados por poblaciones heterogéneas y que casi nunca piensan como los gobernantes y otros que no piensan, como apuntaba Richard Thaler (1989), nobel de Economía: “Los que no piensan que son la mayoría inclinando la balanza, son irracionales, imprevisibles y siempre van en busca de sus intereses concretos”. Por esta razón, los políticos contemporáneos creen en una inefable utopía, que gobernando van a cambiar esa ecuación; y se olvidan que la política siempre estará hecha a nuestra medida con su valores y defectos. Las campañas electorales son mesiánicas, una especie de festín sacando a la calle a las masas confusas sin saber para dónde va “El Tren de la Política”, entonan himnos y eslóganes y en las paradas se bajan unos y suben otros.
Los políticos de oficio que van en el primer vagón, ajustan estrategias, evalúan los efectos de sus ofertas que seguramente no podrán cumplir y cuando llegan a las encrucijadas, siguen el rumbo que les conviene a sus intereses. Los principales motivos de esta vendimia son la competencia de dos banderas muy bien adornadas, el nacionalismo arraigado en los sentimientos del pueblo y el sistema político más conveniente en función de la idiosincrasia del sentimiento nacionalista. Estarán en juego las utopías del capitalismo y el Socialismo del Siglo XXI actualmente muy cuestionado por el fracaso en sociedades latinoamericanas y en gran parte de la comunidad internacional. Debemos ser consientes que los nacionalismos y salvadores de la patria, son utopías de mediana edad que por sí mismas fracasan por las variables políticas, sociales, económicas, seguridad social que rigen los cambios en la llamada “sociedad del conocimiento” en el mundo cada día más global e interdependiente.
La mediatización política empieza cuando los candidatos y como gobernantes, utilizan reiteradamente una falacia o explicación muy sencilla y directa de la democracia, “es el sistema donde los gobernados o el soberano son los que deciden el futuro de los pueblos”. Todos sabemos que en la práctica el soberano participa en una comedia que se reduce a la elección periódica de los gobernantes y existen otras decisiones trascendentales donde no interviene ni ha intervenido jamás, llevando en muchos casos al fracaso el sistema político de turno. En estas cortas reflexiones y ante las diferentes crisis sociopolíticas en varias naciones en la región, nos induce a sacar como conclusión con una interrogante y una abstracción: ¿Dónde está la democracia como sistema de gobierno? Y el nacionalismo, está inmerso en los sentimientos del pueblo y forjado con su historia y aflorara cuando las circunstancias lo ameriten.
(*) General de Brigada / [email protected] y @rovirov