Opinión

Descalabro Nacional I

7 de noviembre de 2018

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El título que encabeza  la primera parte de este artículo lo resume todo. Es claro como el agua cristalina y preciso;  sin ambages, sin titubeos. Al mismo tiempo es el más  doloroso, el más compatible  para calificar el padecimiento por el cual nos encontramos los pocos  que nos hemos quedado, inermes en nuestra querida y amada Venezuela.  Por razones obvias, las edades ya no nos permiten movilizarnos, como lo hicimos cuando jóvenes, con sobradas  energías e ideas. Sencillamente, nos conformamos  con las enclenques fuerzas que aún nos quedan para hacerle frente a la escasez, apostados en largas e interminables filas o colas en mercados, farmacias, estaciones gasolineras, o en sitios para expedir el gas doméstico. Muchas veces permanecemos 20 o más horas,  sin luz,  gasolina  y agua. Aunque no han decretado oficialmente el paredón para nosotros los viejos -recomendación a la cubana-  nos están liquidando lentamente para así tener tiempo de  preparar las exequias en vida.  Seguramente, no quedaremos registrados para las crónicas de la historia,  como  muertes diarias, inducida por este gobierno; por cierto   muchas más, que las causadas por las balas certeras de los esbirros y francotiradores, pagados con presupuestos de nuestra nación, que perfectamente podrían ir a resolver la grave situación de los hospitales para beneficiar a miles de personas menesterosas, agonizando  por carencia de medicinas y alimentos. Ahora,  por tanta carencia nos vemos  obligados a cruzar las fronteras  en busca de la  benevolencia de los hermanos colombianos, o brasileños.

Esas muertes, en las que aparentemente no hubo balas, ni golpes, ni venenos, pero si fueron inducidas por 20 años de ejercicio de otro tipo de violencia, tan sutil como efectiva, pueden servir para llenar varios volúmenes.  Solo me referiré a tres de ellas: La primera, muy  emblemática por cierto,  la del productor agrícola, Franklin Brito, a quien le despojaron sus tierras y lo dejaron morir en forma tortuosa, durante un largo calvario. Su otrora  figura robusta y espigada, quedó reducida a un esqueleto de unos 30 kilogramos, difícil de olvidar pues atroz fue su impacto en la opinión pública de su agonía.   También otro caso para recordar fue el  fue el vil asesinato del  niño tachirense-deportista  Kluievert  Roa, liceísta  de  14 años, quien apenas empezaba abrir los ojos ante la vida. Como él, Así han sido perseguidos los valerosos héroes jóvenes, que han pagado caro su valentía, sus deseos de libertad.  Otro hecho de triste recordación y en lo cual no entraré en detalles ha sido la lamentable muerte de Fernando Albán, concejal de Caracas, quien siempre será perpetuado en la memoria de quienes lo conocieron como  un hombre ejemplar y apreciado por la sociedad. Lo que con él sucedió lo podemos considerar una muestra relevante de miseria humana, una  violación de los Derechos Humanos, que no escapará  de las manos de la   justicia internacional, la cual tarde que temprano dará a conocer toda la verdad.

Dentro del descalabro nacional, se encuentra la diáspora  representada por millones de hijos, sobrinos, familiares, amigos   que cruzan y deambulan por caminos, por trochas, de países vecinos y se ven obligados a quedarse, donde les agarra mejor la noche, huyendo por  un exilio forzado; ante esta calamidad, los jerarcas del gobierno dicen en forma burlona y despiadada: Es la nueva moda de hacer turismo. Tales jóvenes huyen despavoridos  como si los persiguiera la  inclemente  peste negra, que  azotó a la Europa del medievo y cobró millones de vida, o como si  Atila, les estuviera pisando los talones,  quien comandaba hordas bárbaras, primitivas para someter a pueblos civilizados.   Todavía Europa tiembla, ante la evocación del  verdugo, rodeado del grito de sus víctimas y el sonido diabólico del casco de los caballos: cuenta la  historia que donde  él pisaba la hierba,  ésta quedaba  chamuscada  y no volvía a renacer. Tomando como referentes estos hechos históricos, el actual gobierno  ha desvertebrado el núcleo  familiar, lo ha desintegrado, lanzando a sus miembros a tierras lejanas, sin saber la fecha exacta de su regreso.  Mientras tanto, los viejos estamos obligados a quedarnos, a veces con  la función de proteger a sus nietos que no pudieron marchar con sus padres y también para   enseñarles a ellos, apenas tengan consciencia, lo que fue nuestro Terruño Grande, en cuarenta años de Democracia y Libertad, que  ahora laméntanos haberla perdido. La pesadumbre se  ha apoderado  entre nosotros.

Finalmente,  el Descalabro Nacional pudiera asemejarse  a las narraciones de la novela Casas Muertas, referidas al pueblo de Ortiz, y escrita por Miguel Otero Silva,  quien describió en forma fehaciente y patética la manera como languideció aquella comarca guariqueña, próspera, bajo la férula  del Dictador Juan Vicente Gómez.  En la II parte, escribiremos del Descalabro de instituciones  como  PDVSA, y como este hizo posible que el bolívar desapareciera como moneda, entre tantos desmanes, entre los cuales ni el emblema del Libertador se salvó, y menos la Constitución original  del 99, la de Chávez,  vuelta trizas, considerada por el y por sus seguidores, la hija política predilecta. Y abnte tanto desastre, nos preguntamos: ¿Qué más daños les falta por hacer?    

(*) Prof. Titular Jubilado-UNET. Egresado del IAEDEN.  [email protected]

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