Por Gustavo Villamizar D.
En días pasados se realizó en Caracas la III Escuela de Pensamiento Crítico Descolonial y antes, en junio, el Congreso Pedagógico Nacional sobre el tema de la descolonización, eventos que, sin duda, tuvieron una positiva repercusión en el mundillo intelectual venezolano, llegando a alcanzar otros ámbitos de la vida nacional. Trascendentes fueron las intervenciones del argentino-mexicano Enrique Dussel, el puertorriqueño Ramón Grosfobel y la socióloga mexicana Karina Ochoa. Tal fue la resonancia que el Presidente Nicolás Maduro atendió la solicitud de los asistentes al evento internacional, aprobando la creación del Centro Internacional de Estudios para la Educación, la Acción y la Descolonización “Luis Antonio Bigott”.
Razón de alegría el muy justo reconocimiento al amigo Luis Bigott, pionero de los estudios descolonizadores en el país plasmados en sus libros “El Educador Neocolonizado”, “La Educación en el Territorio Federal Amazonas” y hasta en su ”Historia del Bolero” y en muchas de sus investigaciones en las que abogó por la liberación del pensamiento nacional. Merecidísima distinción a este pedagogo y estudioso venezolano que dejó su huella en la región como Director de la Escuela de Educación de la Universidad de Los Andes y gran impulsor de las luchas por la creación del Núcleo Táchira de esa Universidad.
Descolonizar es llanamente poner fin a una situación colonial, tal cual señala el diccionario de la Academia. Puede referirse a cualquier circunstancia o espacio como un país o territorio, la economía, la producción y también la cultura y el pensamiento. En relación a estos últimos aspectos, se impone, como plantea Buenaventura de Sousa Santos, “superar los preconceptos eurocéntricos, nortecéntricos y occidentecéntricos”, en alusión a las visiones del continente influidas por Europa, Norteamérica y el occidente en general. Mucha es la niebla que esas ópticas han arrojado sobre la historia y el estudio de nuestras particulares realidades continentales, cuyas distorsiones han crecido como verdades incontrastables, generando un pensamiento a todas luces colonizado y dependiente de los elementos colonizantes. Tanto que seguimos aceptando las tesis del “descubrimiento”, la rendición de nuestros indígenas ante la altivez del conquistador, la inferioridad y barbarie de nuestras culturas ancestrales, la precaria condición humana de nuestros antepasados, la “flojera” de nuestros nativos, la incapacidad de nuestros pueblos de procurar un destino soberano, la necesidad del tutelaje incluso para la explotación de las riquezas propias, postulados convertidos en “sentido común” generador de una admiración-adoración ante lo extranjero y en última instancia, de la duda-desprecio por lo nuestro.
La descolonización, sobre todo del pensamiento no es una propuesta nueva. En el caso de nuestro continente basta revisar documentos y escritos de importantes seres como El Libertador Simón Bolívar recalcando nuestra particularidad y diversidad de pueblos; Juan Germán Roscio en su insistencia en la correspondencia entre el sistema jurídico-político y las singularidades de nuestras nacientes repúblicas; Don Simón Rodríguez invocando la invención en la construcción de las repúblicas liberadas y la formación de sus ciudadanos; y la pertinencia hasta en la lírica propuesta por Don Andrés Bello en su “Divina Poesía” de esta manera: “tiempo es que dejes ya la culta Europa,/ que tu nativa rustiquez desama”. Importantes estudiosos y pensadores del continente han dejado en sus textos constancia de la necesidad de pensar y actuar conforme a las características únicas de nuestras naciones,. Tal es el caso de Fray Servando Teresa de Mier, José Carlos Mariátegui, Aníbal Quijano, Ernesto “Che” Guevara, Orlando Fals Borda, Gabriel García Márquez en sus disquisiciones sobre el Caribe, Paulo Freire, Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorry, Enrique Bernardo Núñez, Edgardo Lander y otros tantos.
Descolonizar el pensamiento es una tarea prioritaria y más, ligada a los procesos educativos del país, como a las acciones del estado y las comunidades. Nuestras naciones requieren mentes bien formadas en la ciencia, la tecnología, la literatura, la historia y las artes, pero sobre todo, con arraigo, sentido de patria, en diálogo, permanente con el saber universal, liberadas de las tesis supremacistas que nos sepultan en la inferioridad.