La sociedad venezolana vive un proceso de “resiliencia humanitaria y política”.
El tema de la resiliencia, muy en boga en las ciencias sociales, sobre todo en la educación, en la psicología y en la sociología, es conveniente aplicarlo a la ciencia política.
Los estudiosos del fenómeno resiliente integran a este concepto la capacidad del ser humano para resistir y sobrevivir a situaciones de agresión, sufrimiento, dolor, vejación y peligro extremo.
Sobrevivencia que les permite reconstruir su vida, para lograr una existencia plena, sin resentimientos; y con total conciencia de evitar repetir en sí mismos, en sus familiares, amigos, y en la sociedad en general, dicho sufrimiento.
No tengo ninguna duda que nuestros ciudadanos tienen ahora centrado su foco en un proceso de sobrevivencia humana.
Ha demostrado el pueblo venezolano una enorme capacidad para soportar la tragedia que el modelo “socialismo del siglo XXI” ha generado.
La profunda ineptitud de la camarilla gobernante, para gerenciar los activos materiales de nuestra nación, la progresiva destrucción de la más moderna red de servicios públicos, que país alguno en América Latina podía exhibir, la destrucción de la economía privada, y el brutal saqueo a las finanzas públicas y empresas del Estado, sobre todo de Pdvsa, nos ha generado un estado de precariedad y ruina, sin precedentes en nuestra historia, y sin parangón en el mundo occidental, en países sin guerra.
La hambruna y la carencia de servicios de salud han profundizado el sufrimiento y han incrementado el dolor, ante tanta muerte que ha podido evitarse.
Ese dolor lo lleva nuestra gente en el corazón, y hace esfuerzos elevados para poder continuar con vida, para poder lograr superar la tragedia.
La diáspora se ha convertido en una forma de resiliencia. Es un mecanismo para sobrevivir a la hecatombe socialista y populista.
Ya no hay, casi familia, que no esté separada. Cada día más personas buscan escapar de “la utopía chavista”, para ir a buscar en otras tierras el trabajo, la seguridad, los alimentos, la medicina y la paz que el militarismo bolivariano nos niega.
Unos miembros de la familia salen, para que los que se quedan en el país puedan sobrevivir con las remesas enviadas por ellos.
Ese punto focal, aquí descrito, no significa que la población venezolana no tenga claro la causa de su sufrimiento, y que no tenga la voluntad para buscar una solución a la tragedia.
Los venezolanos de forma abrumadoramente mayoritaria, somos conscientes que la causa de la catástrofe humanitaria, social y política es el militarismo cubano, que nos ha impuesto la camarilla encabezada por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.
Lo hemos manifestado de forma pacífica en las calles, soportando la criminal y asesina represión del régimen. Lo demostramos en las urnas de votación, eligiendo una mayoría calificada en la Asamblea Nacional, que luego ha sido desconocida y ultrajada por la camarilla gobernante.
Y lo volvimos a manifestar no concurriendo a la emboscada electoral del pasado 20 de mayo, montada por el madurismo con la pretensión de justificar su usurpación del poder.
Emboscada que el propio Henri Falcón, una vez ejecutada, calificara de fraude electoral.
Los voceros del colaboracionismo no han querido ver este ángulo de la realidad social y política, y se empeñan en continuar tratando de justificar su cuestionable comportamiento, con la peregrina afirmación de que era posible sacar a Maduro del poder en la emboscada electoral. Afirman que ganó la abstención. La verdad es que nadie ha ganado nada. Todos hemos perdido. Perdió Venezuela, que sigue sufriendo esta dolorosa tragedia.
Sostener que ahora quienes no concurrimos a la farsa estamos en el deber de resolver solos la tragedia, porque se perdió la oportunidad de hacerlo el pasado 20 de mayo, es más que un cinismo, una evasión de la responsabilidad que tienen por su deliberada conducta “colaboracionista”. Y conste que no me refiero al ciudadano que de buena fe asistió a las urnas con la esperanza de lograr el cambio. Me refiero a los agentes y operadores políticos que, por su conocimiento y experiencia, sabían que estaban trabajando para favorecer al dictador, con la excusa de que son preferibles “los votos, que las balas”.
Como si quienes nos resistimos a la emboscada atizáramos la brasa de una ruta violenta. Es que llegamos a un punto en el cual el voto no decide, porque todo se estructura para el fraude, y este se impone solo por el control de un aparato armado que sostiene a la inmoral camarilla gobernante.
Expresar entonces que no existe un plan B luego de que la abstención ganó, sería igual que exigir a Falcón un plan B, capaz de sacar a Maduro de inmediato, ante el fraude por él
reconocido. Ni unos ni otros podemos tener un plan B de esa naturaleza, porque precisamente no tenemos el aparato armado que sustenta al régimen opresor.
Lo que sí tenemos la inmensa mayoría de los venezolanos es la dignidad de repudiar la ignominia, de luchar para sobrevivir a la tragedia, y de buscar el momento y la forma adecuada para derrotar la dictadura.
Por ahora, la dictadura presume de invencible, de legítima, de poseedora de la verdad.
Con paciente humildad, nuestro pueblo sufre la tragedia. Una tarea fundamental es evitar que el odio y la desesperanza se apoderen de la nación. Ello sería mucho más grave hacia el futuro que todo lo vivido hasta el presente. Debemos erradicar de nuestra conducta y de nuestra palabra lo que aliente la desesperanza y el odio.
Así como hemos tenido la fortaleza para sobrevivir en medio de la tragedia, debemos también preparar el camino hacia la nueva sociedad de libertad, democracia, progreso y bienestar.
El gran desafío será la capacidad de reconstruir una vida civilizada. Es decir, lograr una vida resiliente.
Lo afirmo, desde la convicción, que este modelo no puede perpetuarse. Es tan contrario a la naturaleza humana, y a los tiempos que vivimos en el mundo globalizado, que no tenemos otro camino, sino el de unir a la nación venezolana, construir una fuerza superior para obligar al dictador y su camarilla a abandonar el poder. (César Pérez Vivas)