Opinión
Día del Docente universitario y la Leyenda del Colibrí
lunes 1 diciembre, 2025
Hogan Vega y Dorli Silva
La leyenda del colibrí, a menudo atribuida a la cultura guaraní o andina, relata la historia de un gran incendio que consume el bosque, el hogar de todos los animales. Mientras la mayoría huye en pánico, el colibrí, el más pequeño, se niega a rendirse. Al mismo tiempo, el caos se apodera de todos los animales grandes y pequeños, lo que produce la necesidad de huir, pero se genera una estampida, aceptando la destrucción como inevitable. Sin embargo, se produce la acción mínima, el colibrí vuela repetidamente al lago, recogiendo una minúscula gota de agua en su pico y la descarga sobre el fuego. En ese ir y venir se encuentra con el tigre, y este le pregunta de forma escéptica (un animal grande) si cree que con eso apagará el fuego. Por otra parte, sale de inmediato la respuesta de la convicción; el colibrí expresa: “No sé si lo voy a apagar, pero yo estoy haciendo mi parte”. En realidad, esa moraleja nos permite realizar una analogía entre el colibrí y los docentes.
En otras palabras, la sabiduría del colibrí y la vocación docente es una fábula poderosa sobre la responsabilidad individual y la acción colectiva. Simboliza la convicción de que, ante desafíos abrumadores, lo esencial no es la magnitud de la contribución, sino la determinación de hacer lo que se debe. Asimismo, la “acción mínima” en este contexto no solo es una elección moral (hacer lo que es posible), sino también un principio de eficiencia. Filosóficamente, se alinea con la idea de que el camino más efectivo es a menudo el más sencillo y directo. La vocación docente se equipara a la acción del colibrí en que su trabajo se realiza mediante la acumulación de acciones mínimas y constantes. El “incendio” para el docente es la inmensidad del sistema educativo, la complejidad social o el desafío de cambiar el mundo.
En cambio, la respuesta del colibrí es la clave filosófica, son los principios pedagógicos de la simplicidad, la perseverancia en la labor diaria: “No sé si apagaré el incendio, pero estoy haciendo mi parte“. El colibrí personifica la voluntad firme que se niega a la parálisis o la huida, eligiendo en su lugar la acción, por mínima que sea. Es decir, la eficacia sobre el espectáculo, donde el docente debe priorizar los métodos de enseñanza que logran el mayor aprendizaje con el menor gasto de energía improductiva, enfocándose en la comprensión, análisis crítico y hábitos de lectura.
En consecuencia, el incendio es el símbolo del caos y la adversidad; no es solo un fenómeno natural, sino una metáfora poderosa que representa la inmensidad del desafío, el peligro y la desesperanza. Simboliza todo aquello que parece demasiado grande para ser enfrentado por un individuo, forzando a la mayoría a la huida y el pánico (el Caos). En el contexto de la vocación docente, el incendio simboliza, iniciando por desafíos sistémicos, donde los problemas estructurales de la educación, la falta de recursos, o las políticas que parecen insuperables. Continuando con los problemas sociales complejos, donde las grandes adversidades que enfrenta el estudiante (pobreza, desigualdad, falta de oportunidades, entre otros) que el docente no puede resolver solo. Y, sobre todo, la desmotivación, es una sensación de agotamiento o frustración ante el lento ritmo del cambio, que tienta al docente a rendirse o a creer que su esfuerzo es inútil. El colibrí no ignora el tamaño del fuego, sino que redefine el problema; su lucha no es por la victoria total, sino por la firmeza de su compromiso individual.
Por consiguiente, el tigre, es el símbolo del escepticismo racional. En la fábula, el tigre o los animales grandes que huyen representan una mentalidad que, aunque a menudo es pragmática y lógica, se convierte en un obstáculo para la acción. Su rol es el del espectador escéptico que cuestiona la utilidad del esfuerzo individual. El tigre ve la inmensidad del incendio y calcula el esfuerzo del colibrí de forma puramente matemática, donde piensa y analiza que una gota es cero en la inmensidad. Por lo tanto, esto simboliza varias barreras en el contexto profesional o social; en primer lugar, la parálisis por el análisis, donde lo más lógico y rutinario es la tendencia a no actuar porque la solución ideal es imposible, lo que lleva a la inacción (la huida o el refugio). En segundo lugar, la crítica destructiva, a través de la voz interna o externa que cuestiona: “¿De qué sirve educar a un solo alumno si el sistema está roto?” o “¿Por qué intentarlo si el cambio no es inmediato?”. En tercer lugar, el miedo al fracaso mínimo, donde la reticencia a hacer algo pequeño por miedo a que sea visto como insuficiente, lo que lleva a preferir no hacer nada. A diferencia, la figura del tigre refuerza el mensaje del colibrí al contrastar el pragmatismo pasivo (la crítica sin acción) con la esperanza activa (la acción, aunque sea pequeña).
De ahí que la gota de agua represente el poder de la acción mínima; es el símbolo más poderoso de la fábula, encapsulando la filosofía de la acción mínima y el compromiso personal. No representa la solución total, sino la contribución posible y consciente del colibrí. Es la antítesis del pánico y la inacción. En el quehacer docente, la gota de agua se materializa, en primer lugar, con el esfuerzo constante: El trabajo diario, la paciencia para explicar el mismo concepto de diez maneras diferentes, y la dedicación a un solo alumno en un momento de necesidad. Es la perseverancia que no se detiene. En segundo lugar, la responsabilidad individual, donde la elección de “hacer mi parte” en lugar de esperar a que otros resuelvan el problema o que la situación sea perfecta para actuar. Esta es la firmeza de la voluntad. En tercer lugar, el impacto acumulativo, donde el reconocimiento de que, aunque una gota por sí misma parezca insignificante, la suma de las gotas de todos los colibríes (los docentes) se convierte en un aporte solidario que, con el tiempo, puede cambiar el curso del “incendio”. La gota de agua transforma la desesperanza en un propósito alcanzable, a través de enfocarse en lo que se puede controlar y sostener con la acción mínima.
El docente como agente de cambio, es una reflexión que concibe al docente no como un mero ejecutor de planes, sino como un agente activo y pensante que constantemente examina y ajusta su práctica. Es un proceso de autoevaluación continua y cuestionamiento de los supuestos que fundamentan la acción en el aula. Este modelo busca que la reflexión culmine en la concreción de un cambio o mejora en el aula, transformando las experiencias en desarrollo humano y aprendizaje profesional.
En síntesis, a los docentes universitarios les corresponde una misión trascendental: no solo impartir conocimientos especializados, sino también formar ciudadanos críticos, creativos y éticos que transformen la sociedad. Su labor va más allá del aula; son guías y motivadores que despiertan la curiosidad, fomentan el pensamiento independiente y cultivan valores fundamentales para el desarrollo humano y profesional. En un mundo en constante cambio, el compromiso del docente universitario con la excelencia, la innovación y la empatía es vital para preparar a las nuevas generaciones a enfrentar los retos globales con responsabilidad y sabiduría. Por ello, su vocación y dedicación son el motor que impulsa el progreso y la esperanza en la construcción de un futuro mejor. Felicitamos sinceramente a todos los docentes universitarios por su invaluable aporte, su pasión y su incansable esfuerzo que moldean no solo profesionales, sino también mejores seres humanos. Como dijo Sócrates: “La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”.
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