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Inicio/Opinión/Diella: ¿Un algoritmo contra la corrupción?

Opinión
Diella: ¿Un algoritmo contra la corrupción?

viernes 19 septiembre, 2025

* Rocío Márquez

La designación de Diella, una inteligencia artificial, como ministra de Contrataciones Públicas en Albania ha generado titulares en todo el mundo.

Diella es presentada como una solución tecnológica a décadas de corrupción en los procesos de licitación estatal. Pero su nombramiento invita a una pregunta más profunda que trasciende fronteras: ¿puede una IA cambiar la cultura de la corrupción?

¿Tecnología como sustituto de la ética?

No se puede negar el potencial de las inteligencias artificiales para mejorar la gestión pública: automatizan procesos, eliminan cuellos de botella burocráticos y pueden actuar con mayor neutralidad que los seres humanos.

En teoría, una IA no tiene ambiciones políticas, no acepta sobornos y no se deja influenciar por favoritismos políticos. Así que su implementación puede reducir los espacios opacos donde la corrupción suele germinar.

Sin embargo, también allí radica el riesgo. Es decir, suponer que un sistema automatizado resolverá un problema que es, en esencia, cultural y político.

La corrupción no se genera únicamente por falta de control, sino por una tolerancia social aprendida, por instituciones debilitadas, por una ciudadanía excluida de los procesos de fiscalización. De esta manera, cambiar los medios sin transformar los valores puede producir una ilusión de transparencia sin ofrecer soluciones al verdadero origen del problema.

Modernidad institucional y confianza democrática

Por supuesto que el caso de Diella resulta atractivo como símbolo de modernidad institucional.

Pero una IA no se legitima por sus líneas de código, sino por el marco ético, jurídico y cultural en el que opera. Si quienes diseñan los algoritmos, supervisan los datos y deciden los criterios de evaluación siguen respondiendo a lógicas opacas, la IA se convierte en un intermediario técnico que solo ejecuta —con eficiencia— las mismas prácticas excluyentes de siempre.

Además, hay algo fundamental que una IA no puede ofrecer: confianza democrática. No puede dialogar con la ciudadanía, no puede rendir cuentas, no puede ser responsabilizada penal ni políticamente.

De esta forma, el reemplazo de una figura humana por una entidad algorítmica puede crear la apariencia de neutralidad, pero no sustituye la necesidad de instituciones sólidas, justicia y cultura de integridad.

Sin transformación cultural, la IA es un parche elegante

La lucha contra la corrupción demanda mucho más que innovación tecnológica. Requiere una transformación profunda de las relaciones entre el Estado y la sociedad. Es necesario educar en valores cívicos, garantizar el acceso a la información pública, cambiar el modelo unidireccional de comunicación para fortalecer los canales de denuncia, y sobre todo, construir una cultura donde el abuso de poder no sea la normalidad.

En ese camino, las IA como Diella pueden ser aliadas poderosas, pero nunca protagonistas exclusivas. Porque si las estructuras siguen intactas, el sistema encontrará nuevas formas de adaptarse. Si no hay voluntad política real, cualquier herramienta —por sofisticada que sea— se convierte en un decorado funcional que ordena lo injusto sin cambiarlo.

En fin, la tecnología puede automatizar trámites, monitorear irregularidades y generar datos valiosos. Pero no puede reemplazar el compromiso colectivo por una ética pública. La corrupción no se derrota solo con software; se combate con conciencia crítica, educación ciudadana y una sociedad que no premie al más astuto, sino al más íntegro.

*Comunicadora social. Doctora en Ciencias Humanas. Profesora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad de Los Andes-Táchira.

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