Opinión

Doblarán campanas

18 de diciembre de 2020

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Antonio José Gómez Gáfaro


Desconozco qué tan extendida esté la expresión “doblar campanas” en el habla popular; la he escuchado unas cuantas veces para referirse al peculiar llamado de campanas antes de la Misa funeral. Estas líneas no tienen como fin causar pavor por lo más o menos directas que puedan ser, pero, ante un panorama social tan delicado y agravado por la pandemia, pienso que tengo algo de dispensa.

Siguiendo en la misma tónica de dichos y refranes, hay uno muy vivo que reza: “nadie aprende de experiencia ajena”. No sé si es excusa para cometer “errores” y aminorar la responsabilidad personal, o para sencillamente decir que no nos importa lo que digan las demás personas: sea una cosa u otra, parece ser que es una tendencia natural querer intentar las cosas, teniendo idea de los posibles resultados negativos que se obtendrán por lo visto en la experiencia ajena. Las sociedades, según algunos, están en un círculo vicioso en el que, cada cierto tiempo, vuelven a los errores de antaño, una y otra vez, pero maquillados un poco. No apoyo el pensamiento de que la historia sea cíclica, y que se esté en un bucle infinito condenados a revivir las mismas experiencias; no, todo tiende a un fin, que caigamos en lo mismo es cosa distinta.

La pandemia en el mundo, pero hablemos de Venezuela, ha hecho estragos. Las muertes a causa de COVID 19 pasan sigilosamente en la vida pública: hombres, mujeres y niños que han dejado de respirar y no reciben mayor atención. Sí, hay notas de duelo, y publicaciones diversas en las redes sociales y medios de comunicación, sumando a esto los rumores de plaza de mercado sobre la muerte de fulano y zutano, que conmocionan y ayudan a ver, un poco mejor, esta realidad; pero llega hasta ahí: no hay reacción que lleve a la acción. En esto aprendamos de experiencia ajena: no queremos saber si lo del coronavirus es verdad.

Hay flexibilización general en todo el país, y da la impresión de que la gran mayoría piensa que es puro cuento lo de la pandemia. Ya no sé si se piensa que el virus se fue de vacaciones a otra parte o que es algo inofensivo que se puede tratar sólo con infusiones calientes. No se está tomando el asunto con seriedad. Por cierto, lo de las infusiones típicas parece ser de gran ayuda, pero no nos quedemos ahí.

Fiestas, aglomeraciones, discotecas y bares abiertos. Transporte público a rebosar. Unos cuántos transeúntes sin tapaboca porque les molesta al hablar por teléfono, o porque quieren comer algo que se les antojó. El que se quita el tapaboca cuando estornuda. En fin, de seguro ustedes saben de muchos más casos. Sí, hay que trabajar, hay que estudiar, pero por favor, no nos tomemos la vida a la ligera.

“Salgamos a fiestas, bailemos, y disfrutemos que mañana ya se verá”, semeja ser la expresión de los que hacen todo esto sin prestar la menor atención a la bioseguridad. Quizá no les importe mucho su bienestar, pero me pregunto, ¿no les importa la salud de sus papás y abuelos? ¿No les importa en lo más mínimo que por sus descuidos están colocando en peligro a su familia? Es una situación complicada, porque de nada sirven los protocolos de bioseguridad si no hay conciencia. Están en cuidados intensivos personas de todas las edades.

He escuchado en más de una oportunidad cierto relajamiento, infundado sin fundamentos, que la mortalidad es baja y sólo afecta a las personas de mayor edad de modo que no es cosa de temer… Con esa misma mentalidad el aborto y la eutanasia se aprueban en el mundo y son aclamados por multitudes. No importan los niños ni los viejos, dicen: los primeros algún día morirán, los segundos ya están próximos, de modo que, ¿qué problema tiene adelantar su muerte? Es realmente triste querer defender estas ideologías macabras, con pensamientos como el anterior, que tienen en nada la dignidad de la persona humana.

Cuidémonos, y cuidemos a los nuestros, y a los que no son cercanos a nosotros también. No sólo daremos cuenta a Dios, Nuestro Señor, de nuestra vida, sino también de la vida de los demás. Esta lucha no es sólo del personal de salud. No se libra esta batalla en los hospital es únicamente: hay que librarla en la calle, en la casa, en el transporte público. Tenemos que tomar conciencia de lo valioso que es nuestra vida yla vida de los demás. ¡No ayudemos tanto al personal de salud!, y nótese que lo digo con sarcasmo, pero es que de nada vale el esfuerzo de médicos, enfermeros, camareros y todo el personal de salud si seguimos enviando personas a los hospitales. Pidamos a Dios que nos cuide, y cuidémonos. Pedir sólo a Dios que nos cuide, y andar felices por la vida sin tapaboca y distanciamiento, es tentar a Dios.

Si la situación sigue como va, si nadie se cuida, si no nos preocupamos por nosotros mismos ni por los demás, no hace falta ser profeta para saber cómo iniciará el año nuevo. Miles de contagios, y sí, cientos de muertes. Faltarán campanarios porque, como iniciaron estas palabras, doblarán campanas.

 

 

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