Teresa Márquez Soto
«La muerte no existe; la gente solo muere cuando la olvidan. Si puedes recordarme, siempre estaré contigo”. Isabel Allende
Escribo estas líneas con la serena tristeza de alguien que intenta dejar escapar esa sensación de vacío que se siente cuando alguien tan cercano se marcha. Y mientras tecleo, en mi mente se entrelazan y revolotean tantos momentos, tantas horas, tantos días, tantas semanas, tantos meses y años vividos junto a ella, porque la existencia está marcada precisamente por recuerdos.
Y en mi vida, doña Gloria colma esos recuerdos, Los buenos y los no tan buenos, los regulares. Los tristes, pero también los de alegría. Frases, palabras, sonrisas, abrazos, consejos e infinidad de cosas que día a día regalaba con su eterna amabilidad, con dulzura y con su calor maternal. Porque desde mis primeros años en La Nación, muchos de quienes formamos parte de los años iniciales de ese hijo de don Rafael y de ella, fuimos como sus otros hijos.
Saltan la nostalgia y la remembranza. Cómo no recordar, por ejemplo, aquel 2 de febrero del año 72, cuando una de mis hermanas llamó a la Redacción del Diario para decirme que papá se había ido y al recibir esa dura noticia sentí enseguida su abrazo fraternal y con cariño me dijo: “vamos Teresita, la llevo a su casa”.
Y como ese, muchísimos más. De doña Gloria aprendimos lecciones de vida, de responsabilidad, de ser solidarios y de buscar la mejor forma de hacer el bien y de ayudar a quien lo necesite. Es que Dios la premió a ella con muchos dones. Le dio sensibilidad, le dio honestidad, rectitud, sentido de la amistad, solidaridad, don de gentes, amor para dar a manos llenas, pero sobre todo le dio el don de la humildad. Y de ello dejó constancia palpable toda su vida en tantas personas que tuvieron la dicha de conocerla y tratarla.
Puedo decir hoy, con orgullo y satisfacción, que fui premiada porque Dios me puso en el camino de encontrar gente tan maravillosa como los esposos Cortés-Niño, de quienes guardo y llevaré hasta mi último instante, en la mente y en el corazón, los mejores, los más bonitos recuerdos y muchas buenas anécdotas.
Precisamente, uno de esos grandes días de inmensa alegría fue aquel 5 de septiembre de 2003, justo la fecha en que recordaba el día de su natalicio, cuando recibió el mejor regalo que Dios le tenía: La recuperación o el retorno de Fabio Antonio, Fabito, su hijo menor, quien luego de 14 largos meses de cautiverio volvía al lado de su mamá, de toda su familia, en medio del regocijo, no solo de los Cortés Niño y Cortés Moncada, sino de todo el personal de Diario La Nación, porque junto a doña Gloria vivimos días difíciles desde el 27 de junio de 2002, Día del Periodista, fecha en que Fabio Antonio fue sacado de su casa a la fuerza para mantenerlo privado de su libertad por 14 meses. En medio de la incertidumbre y la inquietud de toda la familia.
Ese es, quizá, el día de mayor alegría que recuerdo con doña Gloria, una dama llena de bondad, de humanidad y de los mejores sentimientos para con los suyos y para quienes estuvimos a su lado mucho tiempo.
Hoy se nos ha adelantado en el camino que algún día debemos transitar. Pero todos sus hijos, nietos y familiares deben darse por satisfechos y sentirse orgullosos de esa gran dama que fue doña Gloria, quien siempre tuvo tiempo para brindar afecto, para ser esposa, para ser mamá, para ser abuela, para ser amiga y para saber conducir desde la gerencia, con tino y mano firme, la gran empresa que significó y significa el Diario La Nación.
Quedan para la posteridad las obras de esta gran señora. Su destacada figura como deportista en la especialidad de baloncesto; su ejemplo imperturbable como gerente, así como su presencia en tantas actividades de acción social y empresarial, tanto en San Cristóbal como en muchos rincones del Táchira.
Mi cariño y mi recuerdo se mantienen intactos, y así será hasta el día en que volvamos a encontrarnos donde Dios disponga.
Hasta entonces mi querida y respetada, doña Gloria María Esperanza Niño Fornes de Cortés Arvelo.