Gustavo Villamizar Durán
Semanas atrás publiqué un artículo que abordaba la condición democrática y laica del estado venezolano y nuestra educación, en relación al establecimiento de institutos educativos privados de carácter religioso. Como quiera que el escrito generó algunas consideraciones, aprovecho la ocasión para abordarlas y aclararlas, con la mejor intención de que eso ocurra.
Es bueno recordar que el surgimiento de las religiones es casi tan antiguo como la presencia de la especie humana en el planeta. Aparecieron entonces los dioses, los mitos y los ritos de adoración, tarea de la que se ocupó en las sociedades primitivas el “homo religiosus”, como lo denomina Mircea Eliade. De tal suerte que las religiones que conocemos hoy, se puede decir que son recientes y han cambiado y seguirán cambiando con respecto a las anteriores y los tiempos que vendrán, en las características de sus mitos, ritos, manifestaciones, así como los tiempos sagrados, según sostiene el propio Eliade.
Igualmente, es necesario deslindar entre el espíritu como elemento de la condición humana y la práctica religiosa, pues resultan diferentes y en ocasiones contradictorios. La historia expone ampliamente circunstancias de tal tipo, como las guerras santas, la bendición de ejércitos y armas, la santificación de acciones genocidas, la vida opulenta de los patriarcas religiosos, la pederastia y pare de contar. La espiritualidad es atinente al ser humano en sociedad y no depende de si profesa o no una religión.
La espiritualidad se va forjando a través de la vida y no solo depende del individuo, sino también y especialmente de los demás y los contextos de las culturas. Las sociedades, por su parte, deben realizar el mayor esfuerzo por fomentarla, procurando un sentido de vida en la población, procurando la conexión de los ciudadanos con lo sublime y trascendente. Así, se habla de alimentar e ilustrar el espíritu y confortar el alma, para referirse a ese estado en el cual el ser humano es capaz de separarse de lo meramente material, del individualismo, el desmedido lucro y la opulencia, para acercarse más a lo vital, al amor, la amistad, la convivencia, lo hermoso, sin que por ninguna razón caiga en un infecundo estado de contemplación.
La condición laica de un estado significa que no está comprometido o adherido a una religión, ni que esta tenga injerencia directa en el diseño de políticas o la toma de decisiones atinentes solo a las instancias de gobierno. En ningún momento se trata de priorizar una en desmedro de las demás y menos, impedir su actuación, salvo en casos en que por ella se vea amenazada la integridad de la nación. Por ello en el texto constitucional aparece la libertad de cultos y religiones, junto a la condición laica del estado. Además, está claro que el estado venezolano es el rector de la educación nacional, aun en el caso de que se trate de planteles privados de carácter religioso.
De tal manera, que en lo que respecta a la escuela, el apoyo y fomento de la espiritualidad de los discentes no pasa por la enseñanza religiosa ni nada parecido. En todo caso la opción religiosa corresponde a la familia y a la iglesia, obligada a difundir sus verdades entre sus feligreses. Lo que si corresponde a la escuela como institución es la creación y mantenimiento de un contexto de paz y convivencia sana que aliente y propicie la riqueza de los valores, partiendo siempre del respeto al otro. La escuela debe convertirse en un gran impulso al desarrollo de la espiritualidad plasmada esta en una institución democrática, respetuosa de las diferencias y diversidades, cultivadora de sólidos valores, a partir de una práctica pedagógica que mediante el raciocinio abra las mentes en forja a una vida de paz, respeto y comprensión.