Eduardo Marapacuto *
Más que la firma del Acta de Independencia, el 5 de julio de 1811 representa el amanecer luminoso de la Patria, la semilla donde germinó la soberanía y el inicio de una visión de mirada prospectiva hacia la grandeza de nuestra República. Así que la fecha de mañana sábado es trascendental, cuyas horas se gestaron en el seno de ese Congreso para empezar a mover las agujas del reloj, porque nuestro tiempo había llegado.
El clamor por la libertad y la independencia, era un eco que venía resonando desde hacía más de trescientos años de opresión; porque ese largo periodo colonial de noches oscuras no solo sometió y explotó los vastos recursos del territorio, sino que también aniquiló sistemáticamente a nuestros pueblos originarios, borrando culturas y diezmando poblaciones en nombre de la corona española. Después de haber resistido y dado la batalla durante 100 años por parte de nuestros ancestros, finalmente el imperio español estableció la política del saqueo y fue despojando y condenando a estos pueblos a servir intereses perversos.
Un día como mañana, diría mi prima Teresa Arriojas, hace 214 años, amanecimos en el escenario de la incertidumbre y el debate era sobre la conveniencia de declarar la independencia. Ante esas circunstancias, la Sociedad Patriótica, con su ímpetu revolucionario, jugó un papel determinante. Fue allí donde Simón Bolívar, liderazgo con voz de mando que junto con su agudeza y ferviente deseo de libertad, pronunció aquella frase lapidaria que disipó las dudas de muchos congresistas: «¿Acaso 300 años de calma no bastan?» Esta interpelación pronunciada desde el alma no solo resumía la furia acumulada ante la dominación española, sino que también actuaba como un catalizador para la acción, impulsando la decisión de romper definitivamente las cadenas del odioso sistema colonial. Entonces, la Declaración de Independencia fue, en esencia, un acto de profunda rebeldía y un testamento de la resiliencia de nuestro pueblo que se negaba a seguir siendo sometido y explotado por imperio saqueador.
Fue la valentía de Simón Bolívar, junto a la de otros ilustres venezolanos como Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, Rafael Urdaneta y José Antonio Páez, entre muchos otros héroes y heroínas anónimos, forjó la senda hacia la independencia y la soberanía plena. Ellos no solo libraron batallas en los campos, sino que también sembraron las ideas de la igualdad, la justicia y autodeterminación que hoy son pilares de nuestra identidad como Nación. La visión de una República grande y soberana, con una Constitución que consagró los derechos de los ciudadanos y ciudadanas, sin distinción de ningún tipo, raza o credo, comenzó a marcar las horas de esos días fundacionales.
Así que doscientos catorce años después de aquel glorioso 5 de julio de 1811, hoy somos una Patria libre y soberana; pero aún nos encontramos en esta eterna lucha contra los imperios y las diversas formas de dominación que buscan socavar esa soberanía. La independencia lograda en el campo de batalla, con ríos de sangre y sacrificios inmensos, sigue siendo un desafío diario en el ámbito económico, político y mediático. El espíritu de aquel 5 de julio persiste y es nuestra fuente luminosa. La Nación venezolana, inspirada en el legado de esos grandes hombres y mujeres, continúa resistiendo y construyendo su propio camino.
El compromiso es con la Patria y eso se manifiesta hoy en la marcha de las 7 Transformaciones, una hoja de ruta estratégica diseñada y planificada por el camarada presidente Nicolás Maduro, que busca consolidar una Venezuela potencia, justa, productiva y plenamente soberana: reafirmando que el espíritu de independencia de 1811 sigue vivo y en constante evolución en el corazón del pueblo. ¡Qué viva nuestra amada Patria! ¡Qué viva Venezuela!
*Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas. MSc. en Seguridad de la Nación.