Opinión

El abuelo Andrade de don Tulio Febres Cordero

20 de octubre de 2021

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Néstor Melani

…»Niño, después de almorzar, te bañarás y te pondrás la mejor ropa, para que vayas con tu padre a visitar a tu abuelo José Escolástico Andrade, quien es prisionero del régimen de Guzmán Blanco»…

¡Dijo con lágrimas la mamá!

«En la pieza custodiaba un centinela, no había más muebles que un catre y una silla de suela en la que estaba sentado un militar anciano, prisionero de guerra del ejército de Guzmán Blanco.  Aquel anciano venerable era el abuelo y doble tío y mi padrino de aguas bautismales. Nos estrechó en sus brazos con frenesí y al preguntarnos por su familia más allegada existente en Mérida, corrieron algunas lágrimas por su noble semblante: estábamos en los brazos del general José Escolástico Andrade, el fiel edecán de Antonio José de Sucre, que en la misión de 1830, en defensa de la Gran Colombia, solo pudo llegar hasta La Grita…

El abuelo se despidió con la nostalgia y nosotros, mi padre y yo, entendimos que venía de ser prócer de la América del Sur.

Seis meses después entregaba su alma al Creador en su ciudad nativa, la floreciente e hidalga Maracaibo…

Así comienzan las páginas sueltas de don Tulio Febres-Cordero, describiendo sus memorias y contando de su abuelo por la vía de los Andrade, quien fue el general edecán del Mariscal de Ayacucho.

Este testimonio del mayor cronista de los Andes lo encontré una mañana en los archivos de don Héctor Febres-Cordero, cuando de invitación del ilustre jurista y académico fui con la hermosa Dra. Victoria Vicuña, a saber de los sueños y la pertenencia del personaje que bautizó a la sierra como de ilusión: «Las Cinco Águilas Blancas remontaron al cielo». Inspirado en las cartas y dibujos de Fedirnand Bellerman, el botánico y pintor alemán, recaudador de historias para Alexander Humboldt.

Entonces, desde las memorias pude apreciar cómo un hombre de la ciudad más hermosa de Venezuela, Mérida, venía de los sentimientos consagrados a la armonía de una herencia originaria, de raíces ecuatorianas, venezolanas, andinas y de las voces del tiempo en el inmenso glacial de la nieve, a quien él le colocó como el pico Bolívar, desde las dimensiones de los hechos de la existencia de los pueblos, hasta la comarca eterna de los dioses y la pureza de ilustrador y maestro.

Pasando los años. Tantos, de un día me hice viajero, porque detrás de aquellos espejos estaba un pañuelo blanco, de una carta de amor, y sobre los sonidos del alma mil colores se abrían a las escuelas y más a los honores de la verdad de ser pintor. Y entre grabados, tintas, aguafuertes, encontré el significado de la «Imagotipia» de don Tulio Febres-Cordero, en su creación de saber dibujar imágenes con los tipos de una imprenta.

“Gracia de Dios!

Amor en cada mensaje y oración perpetua…

Mientras mucho tiempo después, entre el cielo del gran salón del palacio de la Gobernación Mérida, un día coloqué al ilustre cronista en los testimonios. Donde su imagen, más allá de los vuelos, en el encanto de un personaje, quien de zapatero llegó a ser jurista y más de esperanza, rector de la ilustre Universidad de los Andes.

Entonces, el niño que venía de la escuela y su mamá, doña Georgina Troconis y Andrade, le pidieron que fuese con su padre D. Foción Febres-Cordero a visitar al abuelo, José Escolástico Andrade, prisionero y más testigo de la libertad del continente y entre llantos, el infante contempló los ojos del viejo. Y los enemigos herían las huellas en los sentidos mayores de la patria.  Y desde este momento, con el verdadero cronista, pude regresar a aquel legado histórico de 1870. Quien describe entre lágrimas cómo la casa que fue del prócer Campo Elías era una cárcel y allí permanecía encarcelado el patriota y abuelo…arcángel inmenso de la historia y sangre consagrada a los hechos venerables del pueblo…

Volví y entre los violetas y la fuerza heroica de un siglo me aprendí las páginas sueltas que se dejaron ocultas en los archivos, mucho más en las memorias.

 

 

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