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25 de noviembre de 2024
Francisco Corsica
Era un lunes por la tarde. Revisaba en mi cama las redes sociales para enterarme de cualquier novedad. Después de todo, para eso están. Sigo de todo un poco, hay para todos los gustos. Por afición veo muchas cuentas relacionadas con gastronomía. Me gusta ver fotos de comida de toda índole: comida rápida, criolla, italiana, china, sushi, entre otras. Inclusive en uno de los buscadores de dichos portales aparece la categoría de comida para ver publicaciones de este rubro. Todo lo que muestran provoca. Puntualmente algunas comparten lo publicado por otros usuarios, pero la mayoría son perfiles oficiales de restaurantes que publican a través de estas plataformas las delicias que preparan en sus cocinas. En estos tiempos, además de exhibirlas y publicitarlas, todos comenzaron a ofrecer esas mercancías para ser entregadas a domicilio.
Aunque no se trata de algo nuevo como tal, el negocio de la repartición a domicilio se ha multiplicado en los últimos meses, producto de la pandemia del COVID-19. Este auge no está ocurriendo únicamente en Venezuela, se está dando en cualquier parte del mundo. De hecho, leía en una nota de prensa que una aerolínea tailandesa redujo hasta un 75% el salario de su flota de pilotos por la prohibición de los vuelos comerciales, motivándolos a buscar ingresos adicionales por otra vía. Uno de sus pilotos más veteranos compró una motocicleta y se hizo repartidor como sustento de vida alterno a su oficio de siempre.
Pero volvamos a Venezuela. Para nadie es un secreto que llevamos tiempo con muchos locales comerciales cerrados para evitar aglomeraciones de personas, y aquellos que permanecen abiertos han tomado esta modalidad para continuar trabajando, no perder clientela y mantener sus ingresos. Gracias a eso, uno se asoma por la ventana y es casi seguro que verá algún motorizado por las calles repartiendo de norte a sur, de este a oeste. De algún modo, son un hilo conductor entre esa calle caliente que teníamos antes de la nueva enfermedad y la denominada nueva normalidad: aún podemos comer fuera de casa sin salir de ella.
Los repartidores son fáciles de identificar: andan en una bicicleta o en una moto, en la parte de atrás llevan una caja especial en la que guardan el pedido y son muy cuidadosos respecto a las normas de higiene establecidas en esta eventualidad global. Para encargar basta con llamar al número telefónico del local o usar alguna de las aplicaciones especializadas en estos servicios. Algunos de ellos no tenían tanto trabajo como repartidores, pero la gran mayoría lleva poco tiempo ejerciendo el oficio. Todo indica que también hay muchos encargando desde casa.
Naturalmente, pedir comida a domicilio jamás podrá sustituir sentarse en un restaurante, degustar sus platillos recién hechos, refrescarse con una rica bebida y disfrutar del ambiente y la compañía que nada más estos pueden ofrecer. Son dos cosas distintas aunque puedan complementarse. Y claro, se echa de menos salir y tomarse un café con alguien más, al igual que sentarse en una taguara y pedir una empanada y colocarle guasacaca. Nada de esto lo podemos hacer como solíamos por los cuidados que hemos tomado y para evitar gastos innecesarios. Uno extraña salir a la calle y socializar con los demás.
El delivery —como se le llama a la repartición a domicilio acá en Caracas— es una solución para todo tipo de comercios: desde el restaurante más modesto hasta la tienda más lujosa de tecnología. Su éxito radica en que podemos disfrutar del mundo exterior sin salir de nuestros hogares. Es ganancia para el empresario, que no cierra su negocio, y para el consumidor, en cuanto consigue lo que busca. Por todo esto, el servicio de delivery debe mantenerse incluso después de superada esta pandemia, siempre habrá quien quiera y pueda pedir de esta forma. Aún así, corresponde esperar que este orden de cosas mejore y recobremos cierta normalidad en nuestra cotidianidad para poder disfrutar como antes de estos espacios. Espero por el bien de todos que ocurra muy pronto.
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