Néstor Melani Orozco *
Siempre pareció un albor del alma. Había en La Grita el fervor humano por los sentimientos de aquellas historias que vinieron en los libros viejos. Entonces ya muy después del viejo Club de Amigos del Calvario. En las casonas del general Lupi, donde los arrieros posaban de los largos jornales para encontrar alicientes entre la fonola y las bayetas olorosas a inciensos.
Un día, 9 de diciembre de 1924, los gritenses inauguraban el CLUB GRAN MARISCAL DE AYACUCHO. Era rendirle amor a la gloriosa gesta libertadora del general Sucre en el Perú y hacer valer cien años de la última batalla de la libertad de Suramérica. Y entre albores de la Nochebuena, la orquesta “Jazz Band” abrió la ceremonia, entre amigos, comerciantes, empresarios, productores y un pueblo. En la voz de don Samuel Mogollón, los consejos del Dr. Ramón Vera G., el orden del coronel José León Zapata, entre otros, y la administración de Francisco Aponte hijo, como una promesa revestida de las delicias de los viajeros cuando Anselmo Ricci Olivares se convertía en un verdadero relacionista público. Y el barman dicho de gracia, el capachero Segundo Nieto Castro.
Isaura, Josefa Melani de Olivares, la poetisa, habló en la ceremonia, pronunció el discurso de inauguración. En un libro afirmaron esta iniciativa que convertía un mundo social y cultural.
Se abría en la esencia de las huellas de la antigua capital del Táchira un centro social en memoria a la BATALLA DE AYACUCHO.
Y la calle Miranda se convertía en la romera, de vinos y brandys. De mujeres hermosas y sonidos como ecos de las bolas del portentoso billar. Encuentros y más de todo de una celebración en aquella casona de Constantino Mogollón.
Los años enaltecieron las memorias y hasta poetas, músicos y artistas inmensos cruzaron aquel lugar. Desde Pedro Centeno Grau, ingeniero del Gran Ferrocarril del Táchira. Tito Salas, quien vino en la búsqueda de “Pepe” Melani, cuando pintaba “La Santísima Trinidad” en la inmensa cúpula de orden sefardita de la catedral del Espíritu Santo.
Más después: Luis Felipe Ramón y Rivera. Manuel Felipe Rugeles, Teodoro Gutiérrez Calderón, Julio Mora, Alberto Moreno, la lírica mujer, Agustina Martí, y hasta el famoso actor del cine mexicano, el fraile ecuatoriano, “Pepe” Mujica.
Tiempos después, La Grita también contempló a valores de la ciencia y de la ilustración. El inmenso doctor Jacinto Convit, padre de la vacuna en el mundo para la pandemia de la lepra. El revolucionario y continental arquitecto Fruto Vivas. Desde tantos. Inmensos, como entre ellos el connotado muralista latinoamericano Jorge Arteaga…
El club fue la prestancia y la huella de otro tiempo, donde orquestas inmensas dieron la gracia de sus fiestas, semilla de la ciudad que nació con la gentileza de ser “Circasia de los Andes”.
Cuántas noches eternas de la Swing Melody, Los Caricuena, Billo´s Caracas Boy. Y hasta de recitales, actos políticos y promesas grabadas en las paredes.
Aún recordamos, como uno de sus actos finales del arte, El elenco de la película venezolana “Candelas en la Niebla”, junto al actor Gustavo Rodríguez se le enalteció con todos los encantos de la historia, y a su director Alberto Arvelo. Su escritor, Dr. Ramón Vicente Casanova. Tiempos de la administración del legendario idealista Enrique D’ Jesús, “El eterno cardenal”…
Un día el Club cerró sus portales y guardó sus libros… se cerraba un mundo de la otra ciudad de La Grita. Bajaron el estandarte y escondieron las memorias.
Entre tantas, aún puedo recordar el inmenso espectáculo, lleno de gracia, entre lo bucólico y de una estampa casi mágica, que hizo correr al pueblo, hace tantas Navidades, tiempos bonitos. De amores. Y de estampas consagradas con la alegría de los pueblos. Entonces era cuando todo el mundo gritaba. … “¡Corran, corran, en el Club están tocando Los Corraleros del Majagual”!… era el vallenato sabanero con un acordeón pintado de sapolin entre rojo y verde. Con los versos de una filosofía musical de la costa colombiana…
Ha pasado 96 años. Porque los retratos se quedaron mudos, entre los sepias perdidos de tantos albores. Y 196 años de Ayacucho santificados en una placa de hierro grabada y fundida de Horvan y Messenger. Alemanes de la Segunda Guerra Mundial que se disfrazaron más de checoslovacos…
Porque de amaneceres estuvieron las copas y de canciones las noches del capitán, cuando de globos volaban los sueños, con delirios que se fueron en las vendimias y las ventanas arabescas, donde el pueblo contempló la otra cara de las miles de monedas.
Y La Grita tan nuestra aún espera saber por qué le borraron sus patrimonios…
Cuando la Luna sabe todos los secretos.
(*). Narrador. Cronista de La Grita. /Artista Plástico/Premio Internacional de Dibujo “Joan Miro” 1987. Barcelona. España. /Maestro Honorario/Doctor en Arte.