Mario Valero Martínez
Las fronteras más dinámicas de América Latina, esta expresión bastante difundida hasta hace un par de décadas, es hoy una imagen casi en el olvido. Se utilizaba con frecuencia en estudios especializados y reportajes periodísticos para resaltar, en términos comparativos con espacios homólogos latinoamericanos, las inigualables relaciones y las intensas conectividades establecidas en territorios limítrofes de Venezuela y Colombia, con especial referencia al estado Táchira y el departamento Norte de Santander, pero de manera particular el paisaje urbano-comercial articulado alrededor de las ciudades de San Antonio, Ureña y Cúcuta. Se pretendía reflejar así, el volumen y el impacto ocasionado por los movimientos de mercancías y personas en estos espacios fronterizos. Aunque asimétrico y con todas sus distorsiones, en efecto, el comercio progresivamente se convirtió en un factor impulsor de las movilidades, los intercambios y las interacciones transfronterizas durante varias décadas del siglo XX.
En la década de los setenta, las ciudades fronterizas venezolanas, especialmente San Antonio y Ureña, habían estructurado sus espacios con negocios de productos importados que complementaban las ofertas para consumidores binacionales a escala local y regional, en medio del avasallante y atractivo despliegue comercial en la ciudad de Cúcuta, epicentro de las movilidades e interacciones transfronterizas, no en vano promocionada como la vitrina comercial de Colombia. En las décadas siguientes se expandieron en estas ciudades fronterizas venezolanas, espacios especializados para la pequeña y mediana empresas de textil, cuero, calzado y tabaco, aupadas en parte por la inversión de empresarios colombianos, aprovechando las ventajas comparativas de localización, los factores asociados al mercado laboral y las facilidades que otorgaba tener doble nacionalidad. El éxito de estas empresas trascendió los ámbitos inmediatos, expandiendo las exportaciones a otros mercados nacionales. Para entonces y durante varias décadas el paisaje urbano fronterizo reflejaba el dinamismo efervescente en unas ciudades de paso, que incluso reconfiguraban y adaptaban sus ofertas comerciales en momentos de impactos causados por las crisis económicas nacionales.
Pero esto es ya es solo paisaje recordado. En estas décadas del siglo XXI esa imagen de la frontera más dinámica de América Latina se fue desdibujando. En el lado venezolano se fueron imponiendo otras simbologías vinculadas a la conflictividad geopolítica bilateral diseñada desde las esferas gubernamentales, al introducir otras estructuras y funcionalidades en los espacios de fronteras, que progresivamente van generando el desmantelamiento progresivo de las debilitadas actividades comerciales y de las pequeñas y medianas empresas en las ciudades fronterizas venezolanas, especialmente en San Antonio y Ureña. Ha sido un cambio de paradigma que se inició con la utilización de las fronteras como escenarios de guerra, pasando luego por el acotamiento y militarización de los pasos fronterizos, hasta decretar los cierres parciales o totales de fronteras y las rupturas de las relaciones bilaterales durante dos décadas. Todo esto transversalizado por el despliegue de actividades ilícitas como, por ejemplo, el masivo contrabando de gasolina, las movilidades en torno a las especulaciones con los llamados cupos de CADIVI o la configuración de estructuras para-institucionales e ilegales y el control a través de códigos especiales para el comercio en los largos años del cierre total o parcial de los pasos fronterizos. Una combinación de eventos a los se ha sumado la activa presencia intimidatoria y extorsionadora de grupos paramilitares, guerrilleros y otras bandas delictivas.
Hoy, el paisaje urbano es desolador, ciertamente, las ciudades fronterizas, son solo lugares de paso, claro ejemplo, San Antonio del Táchira; las movilidades se redujeron al tránsito por las calles que conducen a las otras pujantes ciudades fronterizas colombianas. Las asimetrías son abismales. Y, mientras tanto, sus habitantes añoran el resurgimiento de sus economías locales que les permita salir de la postración. En el otro lado, un gremio del comercio reporta el registro de 2.342 empresarios venezolanos como parte de su tejido empresarial entre 2015 y 2025, con inversiones en peluquerías, tratamiento de belleza, restaurantes, comercios de prendas de vestir, comercio al por menor a través de Internet, entre otros. Tal vez alguien pregunte: ¿Por qué será? ¿A qué se debe? ¿Por qué no invierten, por ejemplo, en San Antonio? Entonces recuerde lo que ha sucedido en estas fronteras en las últimas décadas, quizá allí encuentre sólidas respuestas. @mariovalerom