Opinión

El Cristo y Fanny Zulay Rojas

1 de septiembre de 2021

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Néstor Melani Orozco


En un camión llegamos a la Villa de Pamplona, porque los días se convertían en interesantes devociones por saber más allá de aquellas reliquias que fueron tan nuestras.  La ciudad curtida de montañas y el sonido de la Catedral, como si san Pedro, el santo, tuviese las llaves a la meritoria oración de los fieles.

Fanny Zulay Rojas y mi persona, en la importancia de encontrar las letras simbólicas del documento antiguo de la Ciudad del Espíritu Santo de La Grita, sin más remedios que el camino de los Andes, partiendo desde Pamplona, la nueva, hasta Mérida de Caballeros. Fueron tan valiosos para mi ser aquellos días en la ciudad blanca andina, donde los albores del templo de Santa Clara se convertían  a los testimonios del arte de los hermanos Figueroa y de la luz neorrománica de su catedral, restaurada y valorada como uno de los importantes valores arquitectónicos del norte de Santander,  1988.

En la casa del general Anzoátegui, donde reposa el archivo de la ciudad, allí logramos ver los encantos valederos de la importancia histórica de nuestra Grita como capital antigua de la provincia andina, entre los hechos de la vida de Antonio Nariño, el precursor de la independencia de la Nueva Granada, quien se ocultó en nuestra comarca entre protectores misioneros; hasta de los secretos consagrados del por qué Simón Bolívar, en 1813, se asentó en la ciudad llamada después como la “Circasia de los Andes”. Recorrimos lugares, hasta descubrir la plaza en memoria del músico pamplonés Oriel Rangel, quien fue amigo de mi padre.

Tuve la grandeza de sentarme en la biblioteca de la casa de don Augusto Ramírez Villamizar. El valeroso cronista de la ciudad, maestro de letras y gran prosista, entre esa reminiscencia le recordé al poeta Teodoro Gutiérrez Calderón. Este momento llenó de lágrimas al anciano mentor y abriendo su voz me declamó «Almas Gemelas»; al final se le olvidó el poema, quizás por la emoción, y yo se lo terminé.

…» y a través de los árboles escuetos del pino del ciprés y de la parra.

Verás salir los blancos esqueletos a bailar,

al compás de tu guitarra»…

La noche se hizo amena y un brindis convirtió los recuerdos entre la sonoridad bendita de las imágenes. Días después llegamos a la iglesia del Humilladero, entre transversales calles que fueron de piedra, por donde pasaron vidas, desde aborígenes hasta invasores.

De libertadores, hasta hombres y mujeres de un pueblo. Allí vimos  la casa del narrador y cuentista ´Toto´ Villamizar, y muy al fondo el camposanto de la Pamplona fundada por Pedro de Ursúa y el capitán Ottún Velázquez de Velasco, el primero de noviembre del año de 1549, y la bautizaron con el nombre de «Pamplona de Indias» en homenaje a la memoria de la patria del fundador.

Entonces, nos llenamos de silencios y hasta la piel se erizó como un grito del alma; al fondo de su altar mayor estaba el Cristo Jesús del Humilladero, obra de 1796.

Observamos la delicadeza barroca y gótica del crucifijo y nos permitimos casi más de 300 preguntas. Para revivir el camino de los misioneros y la eternidad de las escuelas. La pureza de la fe y los seguidores de las esculturas valencianas de España vieja y Mora, hasta del convento franciscano de La Grita, de proclamadores y de testimonios.  Recorrimos la iglesia, como una abadía catalana o un retrato de los retablos manieristas devenidos en las jerarquías que permitían los cantares. Y de pronto logramos llegar hasta la sacristía, porque muy adentro de ocres y grises del blanco solemne del santuario, dos ladrones del desenclavamiento estaban colgados en sus cruces como testimonios de las escrituras y entre fuerzas y ejemplos de un  arte compuesto de tallas majestuosas,  la sacristía entre cirios y lámparas, retablos de la colonia permitiendo las huellas; estaba allí un Cristo oculto y muy conservado, mas con las presencias del arte manierista con sus siglos y la pureza de la escultura barroca  entre los misterios de algún escultor franciscano  y la pertenencia de Orellana, pintor y letrado, agustino y maestro guía de escuelas.

Hablamos con los ojos mientras las amarillas lámparas recreaban difuminadas imágenes violetas.  Se abrieron los espacios y desde una claraboya, esa tarde mustia de sonidos, una paloma parecía esperarse para un ritual del alma.

Quizás de lágrimas en aquel momento de otra santidad de recrear en nuestros imaginarios a los caminantes del Perú, llevando cuatrocientos años los maderos de Cristus para la muestra católica de España, y de borrar la cruz egipcia encontrada en las riberas del Titicaca o los perdidos mensajes de las planicies de Nazca.

Más las banderas comuneras, cuando desmembraron a Condorcanqui y lo convirtieron en un verdadero mártir de América.

Volvimos a las realidades y el inmenso crucifijo de Pamplona, oculto en aquella sacristía, era de las formas elocuentes de los testimonios del tiempo. Mientras la frescura de la noche nos llevó por las calles de piedra y entre tantas emociones vimos a los caballeros de la santa Inquisición cruzando a la nueva comarca mientras, el Dios Cariongo expresaba gritos de dolor…

Fueron días consagrados a la presencia del arte. De aquel sentido que tanto busqué en «Las notas para el arte religioso», que años después logré mostrárselas a Carlos Noguera y de emociones el meritorio académico en arte me le escribió un prólogo…

Este recuerdo se quedó en el viaje de Fanny Zulay Rojas, entre los imaginarios de un sueño eterno y las cartas benditas de descifrar los orígenes del verdadero crucifijo de la tierra Humogría, al que los códigos  e investigadores han catalogado como el más viejo de Venezuela…

Volví muy después con Macario Sandoval y Germán Robles a un encuentro internacional de escritores. Y la luna de Pamplona era la esferal y encantadora luz de las noches frías de la ciudad andina y hermosa del norte de Colombia…

Anoche me regresé en los recuerdos y adiviné las rosas de la casa del sabio cronista, mientras la lluvia destiló las lágrimas que logré percibir desde mi ventana…

Estaban hablando los años…

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Néstor Melani Orozco

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