Opinión

El culto a la personalidad

8 de julio de 2021

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  Eliseo Suárez Buitriago

 En el diario trajinar verbalmente con el bello castellano,  ­­imprescindible lazo de comunicación con nuestros semejantes,  es común jugar con su rica terminología. A algunos vocablos les damos el correcto y adecuado uso, no así  a  otros. Con inusitada frecuencia manejamos el vocablo persona al   referirnos al ser humano, a un hombre o a una mujer, o sea a una persona física, natural. Decimos natural para distinguirla de las personas  jurídicas  que son intangibles.

Igualmente, hablamos también de personalidad aludiendo  a las virtudes,  rasgos  y cualidades individuales que caracterizan a una persona,  con lo cual se le califica estableciendo así notable diferencia con otras. Es como colocarle su sello personal, hilvanado con  sus formas  y maneras propias de ser y de actuar.

Esas características personales tienen, socialmente, marcada  importancia en el plano afectivo: atracción o  rechazo, pues  con ellas se cultivan  simpatías o se  siembran distancias personales.

De allí lo conveniente que es, para las personas, ocuparse de su autoestima, tomar conciencia de esa necesidad de mejorar,  valorándose a sí mismo. Es asunto de proponérselo haciendo suyos los valores morales, cultivando virtudes y  prodigándose aquello que se llama amor propio. Este cuidado debería ser prioritario, sobre todo  por parte de quienes  ocupan las más altas posiciones de liderazgo, a fin de que su actuación sea pedagógica y los haga verdaderamente acreedores a la denominación de  magistrados.

Al hacer estas consideraciones valga la ocasión para recordar  una nota de prensa,  aparecida en el diario  El Nacional (16-08-2015), en la cual se narraba que el doctor Luis Guillermo Solís, siendo presidente de Costa Rica, lanzó un decreto mediante el cual prohibió ciertas formas de culto a la personalidad, desde las fotos en las dependencias oficiales (que en nada suplen incapacidades) hasta las placas en obras inauguradas. Éstas  sólo deben llevar la fecha de su inauguración. Y, para terminar: “Las obras públicas son del país, no  de un gobierno o funcionario en particular, y concluyó con esta afirmación: “El culto a la imagen del presidente se acabó,” dijo al firmar el decreto.   Gran lección que debería ser muy bien acatada. ¡Qué calidad de estadista!

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