Eduardo Marapacuto
Si hay algo que debatir en los actuales momentos es el futuro de la Patria, porque no se pueden construir las bases sólidas de una sociedad con discursos encontrados, donde desde el gobierno se plantea la paz y la armonía con todos los sectores de la vida nacional; mientras que desde la oposición se insiste en la violencia y se apuesta a la inestabilidad de la República. Por ello propongo el debate de altura, donde pongamos sobre la mesa del diálogo todas las cuestiones necesarias para nutrir las ideas, los proyectos, los discursos y las posturas que afiancen la soberanía y la seguridad de la nación.
Partamos del análisis de los dos discursos. Primero, el discurso del gobierno, que ha no dejado de apostar al diálogo, al encuentro y el debate, insistiendo siempre en esa posibilidad. El discurso de la revolución es de construcción de la Patria, la defesa de la soberanía y integridad de la Nación y garantía del orden interno, enmarcado en un proceso de defensa del ser humano, brindándole todas las posibilidades para su formación y desarrollo. De allí las políticas públicas y la acción de gobierno, ambas enfiladas a consolidar la Patria y el pueblo. Por otro lado, está el discurso opositor, donde se insiste en seguir por la senda de no querer reconocer la legitimidad y legalidad del gobierno bolivariano, apostando a la inestabilidad y el caos. De manera abierta algunos sectores de la oposición juegan al desconocimiento de la Constitución y a la alteración de paz nacional.
El diálogo aparece en la escena política como una oportunidad para planificar el futuro de la patria. Por ello, las venezolanas y venezolanos debemos darle el sentido de la oportunidad para dialogar y discutir la institucionalidad de nuestra sociedad y nuestra República. No obstante, sin dejar de reconocer que la apertura y los puntos de encuentros son necesarios en nuestra dinámica social y política de hoy, también hay que tener sumo cuidado con todo esto y no dejar colear por allí a los oportunistas opositores, esos que aparecen entre las sombras vestidos de levita para aprovecharse de las circunstancias. Debemos tener presente que en política hay amigos, aliados, adversarios y enemigos. Es necesario hacer todas estas consideraciones porque debatir el futuro de la Patria es una cuestión muy seria y hay que planificarla como tal.
Sin exagerar, no debemos olvidar que las tendencias políticas adversas-radicales al proceso revolucionario viven su propia procesión. De allí que el diálogo debe sostenerse con aquellos sectores de la oposición que realmente quieren diálogo; además, con los hijos del pueblo, con los amigos y aliados, pero nunca con los enemigos irracionales, con los traidores, con los que sembraron la cultura de la muerte en este país. No se trata de egoísmo, si no poner a resguardo todos los acuerdos y garantizar el futuro de nuestro país.
Decimos que nunca es tarde para el diálogo. A pesar de los avances frenados en otras iniciativas de diálogo celebradas en Caracas, República Dominicana, Noruega y nuevamente Barbados, consideramos que no fue tiempo perdido; por eso es que apostamos al diálogo y a los acuerdos alcanzados recientemente.
Por supuesto, todos estamos claros que en la historia venezolana nunca ha habido una lucha dialéctica y una lucha política comparable a la que se produce en la actualidad. Es evidente que antes de la Revolución Bolivariana había una línea imaginaria, una visión distinta sobre cómo organizar la sociedad y a la vez concurrían –a nuestro modo de ver-– una serie de circunstancias que atenuaban la magnitud de las discusiones, volviéndolas estériles y sin sentido.
Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas.
Investigador RISDI-Táchira