Gustavo Paolini
“La tabla se partió y medio cuerpo me quedó guindando. A mi esposo le tocó pedir ayuda para sacarme. Me golpeé la cabeza, el seno, el brazo, el hombro, la pierna y el pie…toda la parte izquierda. Los ligamentos del hombro se afectaron y tengo una fisura en el pie”, contó llorando Yanalet Alemán.
La reseña que hizo diario La Nación sobre lo sucedido a esta dama en la trocha llamada “Las Pampas”, cuando regresaba de Cúcuta, no viene sino a corroborar lo que dijimos la semana pasada: puentes cerrados, trochas peligrosas bien abiertas.
La mujer casi muere, porque debió ir a Cúcuta y como no tenía urgencia médica prescrita, no pudo pasar por los puentes o por el canal humanitario, como lo llaman.
A seis años del cierre de la frontera sigue cerrada. Los ciudadanos que no pueden acceder a un récipe deben arriesgar la vida, por muchas razones, pues las trochas son sinónimo de inseguridad, bien sea por los sujetos que las “custodian”, porque el río se los puede llevar o, como en este caso, porque en el puente improvisado, las tablas se cayeron.
Con el cierre de los puentes binacionales que impiden el tránsito entre dos países hermanos, Venezuela y Colombia, se está violentando el derecho al libre tránsito y hasta lo más sagrado: el derecho a la vida, el derecho número uno de todo ser humano.
A seis años de la tortura de tener el paso binacional bloqueado, con todo y toneles, no es mucho pedir que abran, aunque sea, el paso peatonal.
Es una farsa mantener los puentes bloqueado con toneles tricolor y muchos militares, si los pasos ilegales siguen abiertos a toda hora, pero con grandes riesgos.
Abran los puentes, cierren las trochas.
Es hipocresía decir que la frontera está cerrada, si por lo caminos verdes debe pasar el ciudadano común a múltiples diligencias en el país hermano.