La tragedia de Venezuela es muy compleja. El desenlace tiene que ser político. Hay quienes de buena fe se empeñan en buscar una solución jurídica o constitucional. También hay quienes apuestan a una “solución” violenta o militar. Que, por supuesto, no sería “solución” y que podría terminar siendo agravamiento.
Los pueblos civilizados resuelven sus problemas con soluciones políticas, inteligentes, conversadas. Los pueblos primitivos apelan a la violencia para dirimir sus diferencias.
La guerra no solo no resuelve los problemas sino que los agravan. Debe ser una solución constitucional. Debe ser democrática. “Solo el pueblo salva al pueblo”. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia y no con menos democracia.
El desenlace de la crisis venezolana debe ser electoral. El único arbitro posible en la situación actual, es el pueblo venezolano. Más tarde o más temprano habrá que consultar al soberano en unas elecciones transparentes, bien organizadas y respetadas por todos los que participen en ella.
El gobierno tiene la principal responsabilidad en la búsqueda de una solución pacífica, constitucional, democrática y electoral. El gobierno tiene que asumir la culpa enorme que tiene por la existencia de la crisis, pero tiene que entender, sobre todo, que no tiene ninguna posibilidad de mejorar la situación y de aliviar el sufrimiento de los ciudadanos. El gobierno debe ser el primer interesado en buscar una solución política.
La oposición por su parte tiene el deber de convertirse en alternativa de gobierno. Una alternativa seria que interprete el anhelo de cambio que existe en todos los venezolanos y que proponga salidas adecuadas lo menos traumáticas posibles.
La razón principal por lo que buena parte de la oposición decidió acogerse a la abstención fue que cuando llegó el año previsto en la Constitución para celebrar las elecciones, la alternativa democrática no tenía candidato, ni tenía un método para escogerlo, ni tenía un programa que presentarle al país, ni tenía una organización eficiente para defender los votos, ni tenía una estrategia consensuada.
En esas circunstancias, es comprensible que les haya resultado inevitable acogerse a una línea de abstención que, como era previsible, nos condujo al vacío.
Ahora toca apelar a la política, al patriotismo, a la inteligencia, al diálogo serio y constructivo y a la solidaridad.
Seguiremos conversando.
Eduardo Fernández