Opinión

El doloroso éxodo tachirense ha regresado en el tiempo

27 de junio de 2018

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Cien años después el horror regresa en la pesadilla del éxodo bíblico que marca el paso por el puente internacional de esta frontera colombo venezolana, como a principios del siglo XX, cuando miles de familias salieron huyendo de la crueldad del régimen de Juan Vicente Gómez, que afincó aquí su garra, enguantada en la mano férrea del entonces gobernador del Táchira, Eustoquio Gómez.

Se repite la historia con el desplazamiento  de miles de venezolanos, buscando refugio en nuestra vecina Colombia, por la senda del destierro, huyendo de la mayor de la violencias: la violencia del hambre y la pobreza, que ahora como entonces han llegado, pero esta vez con mayor saña.  En ese tiempo de las primeras décadas de 1900, el Táchira, -como ahora-  fué la provincia opositora que con mayor  valentía ciudadana ejerció su indeclinable resistencia ante el sanguinario régimen, entonces la represión oficial marcó su hierro con rigor, persiguiendo a quienes se atrevían a protestar, a disentir o simplemente  a los  familiares de quienes luchaban desde la clandestinidad, perseguidos por  La Sagrada, como  llamó la voz  popular a la policía de Eustoquio, que cumplía  con obediente presteza  la orden cifrada del tirano regional, que rezaba: Roberto, Mateo y Candelario  que en código de crueldad quería decir: róbenlos, matenlos y quémenlos. Muchas fueron las haciendas, las fincas, las casas  que vivieron el maltrato vil de esa policía matonil, entonces los tachirenses, cerreros opositores del dictador,  tuvieron que huir por esta frontera a organizar la resistencia en el exilio. Salían a pie,  porque la vigilia militar los marcaba para no permitirles ningún medio de transporte, ni una mula, un caballo, que les aliviara la fatiga del largo camino  a Cúcuta.

Cuenta Ramón J. Velásquez, que en términos de proporción, el éxodo de huida de los tachirenses a Colombia, fue mayor que el de los judios en la Alemania Nazi de Hitler, y ratifica Domingo Alberto Rangel, que la huida de las familias de San Cristóbal, fue tal, que la ciudad prácticamente quedó despoblada, superando otros desplazamientos provocados por la violencia política, incluyendo el éxodo  judío alemán.  Una historia que da fe de ello, es la del General Maclovio Prato,  a quien el gobierno de Estuoquio hizo huir a la clandestinidad, mientras obligaba a su familia a tomar camino al destierro. Salieron a pie desde San Cristóbal, acompañados de un Cónsul europeo que conmovido por la persecución, los protegió con la inmumidad de su condición diplomática hasta territorio colombiano

Hoy el éxodo confluye desde todas las provincias venezolanas en la frontera tachirense. Este éxodo que rasga el corazón, duele, conmueve, averguenza, es  digno del auxilio internacional, demanda una gran acción, un gran reclamo de apoyo humanitario, porque tiene inéditos relieves de drama, que urgen oportuno auxilio mundial.   La realidad señala que solo la filantropica Cruz Roja del Norte de Santander,  hace meritorios esfuerzos para atender en acuerdo a sus posibilidades, al grueso de desplazados en transito. Es la verdad, en esta frontera solo nos auxilia la La Cruz Roja y la bondad caritativa  de nuestros hermanos  santandereanos en Cúcuta y Pamplona,  a quienes nos han unido siempre medularmente, ríos, montañas, páramos, hablares, cantares, y afectos,  que ahora se refuerzan para acrisolarnos más hondo, por sobre límites administrativos y protocolares circunstancias gobierneras.  Esa unión está troquelada en nuestra historia común,  que relata con creces hechos tan significativos de parte y parte como la historia del General tachirense Juan Pablo Peñaloza, quien desde su exilio en Cúcuta, por años, reforzó su estrategia de guerra gracias al apoyo de los santandereanos, para convertirse en el gran líder, héroe, quijote de la resistencia que se atrincheró en Cúcuta, para invadir el Táchira con su ejército dando batalla tras batalla  contra la opresión del dictador venezolano

Hoy, cien años después el éxodo de quienes huyen de la cruel realidad de hambre y violencia, es además de mayor en número, mas  dramático, porque ahora puede ser medido y contado en tiempo real con la inmediatez de la tecnología de la información, que nos permite comprobar número y causa  con  certeza meridiana. La magnitud de la desgracia que moviliza  esta huida  bíblica, se retrata de cuerpo entero en las filas de caminantes que pasan a pie  el puente internacional Simón Bolívar, como una dolorosa romería hasta Pamplona, para  continuar su peregrinar andando por la carretera del páramo de Berlin a Bucaramanga, a Bogotá y hasta la frontera con Ecuador, buscando otros horizontes

En medio de esta aridez que desgarra y oprime el corazón, si  la nota reconfortante  es  la solidaridad de nuestros vecinos santandereanos, siempre hermanos siameses del Táchira, la nota discordante es la  ausencia de acciones concretas por parte de las Cancillerias, de instituciones  nacionales venezolanas, de la gobernación y alcaldías del Tachira, para convocar pautando gerenciar el auxilio humanitario de los entes internacionales, con urgencia de emergencia.  Sobran fotos, noticias, videos, declaraciones, encuentros políticos que no han concretado nada. Sobran declaraciones de oficio electorero partidista, y falta, hace mucha falta, la conciencia para actuar a tiempo.  Prueba lo aquí expuesto la llamada pública del Defensor del pueblo de Colombia, pidiendo desesperado auxilio a la Union Europea para crear YA el  campo de refugiados,  tomando como modelo el instalado por la UE en Turquia, que por cierto la Cancillería colombiana anunció instalar en mayo del 2017, mediante declaración de su vocera oficial, la Canciller Holguin

La realidad es innegable. Exige presencia y gerencia de las autoridades mundiales de ayuda humanitaria. La desgracia venezolana no espera.  El dolor del éxodo que atraviesa el corazón del Tàchira no se aguanta más.  La buena voluntad de los santandereanos, de los colombianos todos, no puede asumir sin apoyo internacional dar auxilio a esta descomunal  diáspora, que sigue la ruta de los Andes, la misma que una vez fuera gloriosa romería libertaria de venezolanos comandados por Simón Bolívar, y hoy es aterrorizada huida  al destierro. El horror ha regresado al  Táchira, en este éxodo  que marca con su adolorido paso el puente internacional de esta frontera colombo venezolana. Aquí, a la espera de ser visibles ante los ojos humanitarios del mundo, estamos los tachirenses como testigos y actores, como adolorida parte de este deslave humano de venezolanos que siguen caminando, desamparados, indefensos rumbo al destierro.

Cien años después, en la soledad de nuestra pesadilla, el horror del éxodo ha regresado al Táchira. (Leonor Peña)

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