Gustavo Villamizar Durán
Los grandes maestros de las diferentes civilizaciones, incluida la occidental, provienen de la oralidad. La fortaleza de sus visiones, principios y reflexiones se apoyaron en la palabra hablada, en el verbo. Pero, no obstante la trascendencia alcanzada, la necesidad de mantener incólumes tan luminosos pensamientos, hallaron un importantísimo soporte en la creación de la escritura y posteriormente, la copia, el facsímil y la imprenta. Así, el devenir de los tiempos nos ha legado el libro, el más asombroso de los diversos instrumentos del hombre, como afirmaba Jorge Luis Borges, porque “es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”. De tal suerte que desde el momento en que apareció el libro, tanto sabios, como filósofos, profetas, pensadores y grandes maestros de la humanidad, encontraron un maravilloso puntal para trascender en el tiempo y legar su sabiduría a través de los años.
El libro ha cambiado con el tiempo tratando de ajustarse a las circunstancias. Por ello sigue siendo un tesoro portátil de diferentes tamaños y presentaciones que guarda los más diversos estudios, teorías y doctrinas, no obstante los múltiples caminos del conocimiento y el saber, recientemente aparecidos. El libro ha sido testigo fiel de los acontecimientos aun cuando en el encanto de la palabra, sepamos que no describe realidades sino que nos hechiza con los conjuros de la ficción.
Cada libro tiene un proceso y un tiempo que va haciéndole lugares, desde la concepción, la escritura, la revisión, el montaje y la diagramación, la impresión, el refilado, la portada y luego, su instalación en los estantes para mostrarse, exhibirse cautivando al ávido lector que habrá de consumirlo en diálogos silentes, hermosos, con el autor que moldeó en él la palabra. Para eso está la librería, espacio ritual del conocimiento en la sencillez de lo cotidiano, no un expendio, no una vitrina llamativa, sino sobre todo un ámbito de recreación de la inteligencia y sus complejas labrantías. La librería es un templo agnóstico donde se venera al libro en alabanzas de diversidad, acuerdo y disenso, en las que no debemos requerirle que nos diga cosas, sino que nos ayude a descubrirlas.
El cierre de una librería, por cualquier razón, es siempre lamentable. Ahora cierra la Librería Sin Límite, un sueño de años, convertido en hermosa realidad por dos grandes amigos: Jorge y Julieta. Un gran esfuerzo que se hizo emblema de la cultura sancristobalense, una referencia al buen gusto y la dedicación, un sitio de encuentro, pero también de desacuerdo y confrontación cuando fue necesario ir a fondo en el tratamiento del pensar y el conocimiento. La melancolía nos traerá muy seguido y por largo tiempo, los momentos vividos y disfrutados en este hermoso rincón del saber.
Para nuestra querida Julieta Cantos y su equipo, el mayor reconocimiento por el vigor y la perseverancia que caracterizaron la vida de este magnífico proyecto. Buena, amigos, un gran trabajo ese de acercar a las mentes y las almas de los seres el gozo del pensamiento. Un abrazo muy sentido.