Una señora mayor, traje humilde y cédula en mano, espera el turno para votar en la elección del alcalde de la ciudad, alguien le preguntó por quién votaría y ella, en baja voz, respondió que no quería perder la pensión; en las inmediatas reacciones de otros votantes no faltaron las recriminaciones y las acusaciones de inconsciencia. Al pasar la señora a ejercer su derecho a elegir, la esperaba el infame funcionario asignado para asistir y controlar su voto. A quienes juzgaron a la señora, seguramente les cuesta entender algo tan simple, como es su miedo a perder lo que probablemente es su único sustento y más aún, cuando no le han presentado una propuesta alterna que le dé confianza para arriesgarse y ejercer libremente su derecho. Pero, sobre todo, los inquisidores olvidan que ella no es la culpable, sino la víctima del inescrupuloso gobierno. En esta ruda realidad venezolana abunda el simplismo descriptivo, a veces ex profeso, casi siempre inducido por el fanatismo militante, aunque no son menos las ingenuas opiniones acusadoras.
Cerca del centro de votación se observaba la otra humillante escena. Allí estaban instalados los llamados puntos rojos del partido de gobierno controlando el voto con el ultrajante Carnet de la Patria. No había disimulo, era la descarada humillación convertida en práctica electorera, como tampoco lo hubo en el presidente, los ministros, los jefes militares, los funcionarios de todo tipo, chantajeando con las necesidades de la gente. Así transcurrió todo el día de las elecciones municipales. Esa fue en esencia la oferta electoral del oficialismo y las líneas programáticas de lo que serían sus gobiernos locales.
Al final de la jornada electoral en las redes sociales se especulaba sobre ganadores y perdedores. El fanatismo militante intensificó su actividad regodeándose en sus triunfos fraudulentos y, por supuesto, no faltaron los insultos dirigidos a los derrotados. En la otra orilla, los fanáticos del abstencionismo militante entraron en la competencia tuitera y regocijándose en la escasa participación electoral, se declaraban triunfadores; tampoco perdieron la oportunidad para burlarse de quienes fuimos a votar y arreciaron en sus acusaciones de colaboracionistas con el régimen, una vez más anunciaron que ya derrocarían al Gobierno.
Otros dejaron de lado la tan mentada “objetividad” para entrar en el maniqueo juego de los números, adobados del sarcasmo para referirse a los derrotados; estos también obviaron el contexto vivido con el chantaje electoral. Ni una sola mención a las terribles travesías a que han sido sometidos los ganadores que no son afectos al régimen; ni una referencia al arrebato de competencias, al desmantelamiento de las instituciones estadales y municipales, al sometimiento a inconstitucionales actos, a los recortes de presupuesto, en fin, larga es la lista, que incluye destitución y cárcel.
A pesar de toda esa situación, de la desconfianza en el Consejo Nacional Electoral apéndice del gobierno y de la incomprensible e irresponsable decisión de los principales partidos de la oposición, agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática, de unirse al coro abstencionista, sigo pensando que votar, en cualquier circunstancia, incluso las más adversas y aberrantes, es parte importante de la solución, y volveré a votar contra este régimen cada vez que haya elecciones. (Mario Valero Martínez) / @mariovalerom