Eduardo Marapacuto
Mañana sábado, 23 de abril, es el Día del Libro, por eso hablamos de las páginas de la esperanza, donde las letras se van juntando para darle sentido a las palabras y estas a los conceptos y a las teorías. A partir de ellas se diseñan y construyen las verdades luminosas o se intercalan las mentirás desteñidas, que por igual van quedando impresas para que no las borre la inclemencia del olvido. De ambas aprendemos, porque son los extremos que no se deben juntar en ninguna línea trazada del destino.
A veces nos perdemos en los mares extensos y agitados de la existencia; en los complicados desafíos de la vida; incluso, a veces nos quedamos mirando en el silencio del vacío, donde nunca logramos ver nada. A pesar de esas realidades inventadas del pensamiento, los libros siempre están allí, esperándonos para revivir la historia y ayudarnos a ver las luces brillantes de los nuevos relatos y en nuestro andar de peregrinos podamos encontrar los recuerdos en el laberinto de las verdades que, a su vez, nos permitan recordar los hechos y situaciones determinantes de la vida, donde están marcadas las huellas del largo recorrido que hemos hecho.
Hay que ir y venir. Hay que aprender a escuchar el eco de las palabras que se cruzan como ráfagas de viento cálido. Precisamente, uno de esos vientos fue el que me trajo el recuerdo de mis primeras lecturas con mi madre; eran jornadas constructivas y de ejercicio diario con la revista Tricolor, los libros Silabario y Coquito. Poco a poco fui avanzando, donde me interesé mucho por la historia de mi patria, por los gobiernos y los sistemas políticos, por las novelas y la poesía. En cada conversación con mi madre me recordaba la importancia y el placer de leer. “Léete este libro” –me decía- y yo como siempre le obedecía, pero también le hacía trampas, porque a veces simulaba que estaba leyendo el libro que ella recomendaba, pero en realidad yo ocultaba en las páginas centrales del libro una novela vaquera, bien fuera de Marcial LaFuente Estefanía o de Silver Kane. ¡Plomo parejo!
Cuando cursé bachillerato, uno de los libros que me gustó mucho fue
Introducción a la Filosofía, de Ignacio Burk, donde empecé a comprender los principios que organizan el conocimiento de la realidad, el sentido de la vida y el obrar del ser humano. Todavía conservo ese libro y de vez en cuando revisamos sus páginas. Otros de los libros relevantes y que me ayudó a comprender la historia de Venezuela fue el del autor Alberto Arias Amaro, donde se narran hechos claves y determinantes de la evolución política de nuestra patria y su camino indetenible hacia los horizontes de la libertad del renacer. Aunado al ejercicio de la lectura, también llegaron las primeras novias, a quienes les escribía poemas para expresarles ese hermoso sentimiento que es el amor. Así fui combinando la lectura con la escritura, interesándome cada vez más por ambas o póngale por las tres, diría el poeta enamorado.
Como vemos, en ese largo recorrido por los laberintos del tiempo, también son las circunstancias y el ambiente los que van marcando el camino; y el mío, entre otras cosas, ha sido entre libros. Aunque creo que no he leído mucho, porque ahora es cuando me falta por leer. A pesar de que hemos escrito algunas cosas por allí, ahora es cuando nos falta por escribir. Para completar esa tarea hemos vuelto a Diario La Nación y de verdad muy agradecido por permitirnos el espacio de los viernes y así compartir nuestros escritos, con el claro propósito de contribuir con el debate respetuoso y asertivo.
*Politólogo.