Homenaje a Johann Sebastián Bach En Escuela de Música Miguel A. Espinel
16 de abril de 2025
Néstor Melaní-Orozco
Había pinos gigantes y de elevados fiques, como «el sisal» se hacía crecer el camino hacia la capilla centenaria construida por Don Manuel Orozco Méndez, el mismo alarife de los espacios del colegio Seminario de Monseñor Jáuregui, con los planos regalados de san Juan Bosco en Turín en 1885. La Capilla de la Santa Cruz de los Espinos fue de Sacramentos de las Semanas Santas de la Ciudad del Espíritu Santo donde cada miércoles nazareno de las romerías del pueblo y desde una preciosa historia de los tiempos de la independencia de 1826 haber subido allí: «Luis y Lucía» en una promesa de amor de haberle devuelto la visión de sus hermosos ojos a la bella griteña, esto narrado en la novela de Emilio Constantino Guerrero, quien muy de ecos se convirtió en el libro romántico de aquel 1914 y en el texto de Lecturas del Castellano de la Universidad de Illinois, en Chicago. Con un camino de piedras y el aroma del viento para describir desde este pedestal todas las montañas del sagrado misterio de los Humogrias.
Porque más de los años en 1779 ya la devoción por la cruz de la Espinosa se hacía venerar y desde los caminantes se habló de ir cada miércoles santo a ofrendar inciensos y sembrar agua en la montaña con alforjas al norte de la ciudad. Se trazaron leyendas desde los gritos en las noches de luna llena y de las luces flotando por el empinado camino, de los burros anunciando las horas, rebuznando como también de un rosario de ánimas. En las invasiones de las guerras civiles en 1918 -aún dicho por los viejos- fue Darío Pulido desde el atrio de la iglesia matriz del centro de la otra Grita, montando un fusil «Mausser» partió la bandera de un ejército de hombres comandados por un coronel: Jacinto Arteaga, que venían a tomar la ciudad. Esto los hizo regresar lejos; llenos de espanto… «Si nos partieron el asta del pabellón a nosotros nos van a matar». Eran los Godos buscando tomar a los liberales del General Domingo Lupi. La Espinosa se convirtió en las promesas eternas y de cada invocación y con barriles cantaron los nativos, como danzaron actos a las noches eternas. De cada carta de amor se volvió la perennidad donde se elevaron los sueños como permanencias a la devoción cristiana y al templo campesino de la comarca eterna de las siete colinas.
Y La Grita, Ciudad Primogénita, vio a sus peregrinos con la alborada de los nazarenos y el clamor eterno del viento desde la cruz santa de los espinos donde se divisó desde 1925 la larga y eterna carretera Trasandina, partiendo de la dórica columna del Calvario de la unión propuesta del general Juan Vicente Gómez. Siempre se pidió a las autoridades develar una placa memorial a la historia de Lucía Serena, la más hermosa y dichosa mujer de la Ciudad de los encantos en el portal de la vieja capilla. Y de cada milagro existiendo los testimonios entre el acorde del músico José Clemente Orozco al telegrafista Don Adán García, del bachiller Domingo Enrique Lupi, de Antonio Andrade a Clemente Ontiveros demostrando la beatitud de los años. La capilla muy de tiempos la restauró Don Inocentes Méndez Noguera y allí llevaron las más antiguas imágenes compañeras del Cristo de Tadea: un san Juan y la Dolorosa.
Mientras en 1993 Macario Sandoval en uno de sus gobiernos le mandó a cambiar los techos a los hermanos Carrillo, y el fin más bonito era hacer en aquel inmenso lugar el «Mirador de un Pueblo viejo» y de un querer revivir un lugar turístico de la meditación a los siglos católicos. Donde esté de cada sentido la compasión. Cuando ahora es muy necesaria, puesto de amor los humanos nos alejamos de las virtudes y olvidamos el despertar del corazón. Es digno de grandes reflexiones para encontrar por fin de todas las cosas, la pureza de todas las verdades… Siendo de memorias los siglos de cada miércoles santo con una corona de espinos rompiendo el amor en los pétalos en una rosa marchita del alba.
*Artista Nacional. *Cronista de La Grita. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte
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