Opinión
El penúltimo pretexto para soñar
lunes 18 agosto, 2025
Antonio Sánchez Alarcón
En tiempos donde el cine parece un lujo reservado a grandes capitales y presupuestos obscenos, un tachirense se atreve a filmar —y no desde un set en Los Ángeles, sino desde el exilio creativo de Miami— una obra que recuerda que la geografía importa cada vez menos cuando la Inteligencia artificial se convierte en aliada. Oscar Sánchez, hijo de esta tierra fronteriza, presenta The Last Track, título que, según se prefiera, podemos entender como “La última pista”, “El último rastro” o “La última huella”, pero que en cualquier caso suena a despedida y a desafío.
De la película se sabe lo suficiente para despertar curiosidad: Una historia de búsqueda, tensión y atmósfera, en la que se combinan recursos narrativos clásicos con técnicas que hace una década hubieran costado el presupuesto anual de una alcaldía. Hoy, con software de IA, se puede recrear un bosque andino o un callejón de Estambul sin moverse de un cuarto con buena conexión a internet. Lo asombroso no es solo el producto final, sino el hecho de que un tachirense pueda competir, en términos de calidad visual y narrativa, con producciones internacionales desde cualquier lugar… Incluso desde Rubio, Coloncito o La Grita.
La moraleja —si queremos buscarla— es incómoda: No se necesitan permisos ministeriales, ni padrinos políticos, ni becas de organismos culturales que suelen gastar más en cocteles que en proyectos. Basta una conexión estable, las herramientas adecuadas y, sobre todo, la voluntad de “comerse el mundo en un bocado”. Con eso, cualquier joven creador puede comenzar a producir piezas de cine inspiradas en las historias, leyendas y paisajes tachirenses, o en relatos universales reinterpretados con un acento propio y profesionalismo auténtico.
No se trata sólo de narrar la vida en el Táchira, sino de mirar más allá: reinterpretar a Shakespeare desde la neblina de Capacho, recrear un thriller psicológico en las callejuelas de San Cristóbal, o rodar una epopeya histórica con un Bolívar virtual cabalgando por el páramo de El Tamá. Con IA, eso y más es posible.
Necesitamos con urgencia que la generación que hoy consume cine como quien pasa el dedo por una pantalla, entienda que también puede producirlo. Que se inspiren en ejemplos como Hados o The Last Track, no para copiarlos, sino para superar sus límites. Si alguna vez soñamos con una industria cinematográfica tachirense, tal vez este sea el momento de encender la cámara —o el algoritmo— y empezar a rodar.
Porque en esta era, la verdadera última pista no está en el guión: Está en la decisión de hacer.