Opinión

El plebiscito revolucionario

14 de febrero de 2018

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La dictadura chavo-madurista ha quedado más que en evidencia, al cerrar todas las puertas a una solución democrática, electoral y constitucional a la severa crisis política y humanitaria que padecemos los venezolanos.

Luego de simular un proceso de negociación, de hacerles perder el tiempo a varios Gobiernos del continente, y de burlar, una vez más, la esperanza de nuestra sociedad, se ha negado a efectuar un proceso electoral auténticamente democrático.

Ha negado garantizar las más elementales reglas para la realización de un proceso comicial, al que están obligados en razón de lo prescrito en el vigente texto constitucional venezolano.

En efecto, el artículo 63 de la Constitución Nacional establece:
“El sufragio es un derecho. Se ejercerá mediante votaciones libres, universales, directas y secretas. La ley garantizará el principio de la personalización del sufragio y la representación proporcional”.

La convocatoria apresurada, sin tomar para nada en consideración a la sociedad democrática disidente de su gestión, constituye una flagrante violación al texto citado y, muy especialmente, al espíritu, razón y propósito, no solo de la norma in comento, sino a toda la esencia de la carta política, que ordena la vida democrática que deberíamos tener los ciudadanos venezolanos.

La camarilla gobernante cree que legitima su permanencia en el poder con el fraude electoral en puertas. Ha convocado el plebiscito para simular el cumplimiento del requisito democrático de acceder al poder por la vía electoral.

Nada de eso está ocurriendo, ni va a ocurrir. El mundo civilizado repudia la burda maniobra de Maduro y su entorno. Por ello, ningún Gobierno democrático reconoce su simulacro de elección.

No es la primera vez que este tipo de maniobras ocurre en nuestro país, y en América Latina.
Ha sido una costumbre de los dictadores tratar de barnizar de democracia, sus generalmente corruptos y asesinos gobiernos, sui géneris, con procesos electorales donde ellos compiten consigo mismos. Donde la competencia electoral se reduce a una proyección sobre el espejo.

Obviamente, ninguno de esos regímenes han podido establecerse eternamente y, por el contrario, el plebiscito se ha convertido en el pivote sobre el cual los pueblos han podido armar la lucha para recuperar la libertad y la democracia.

En nuestra historia patria es conveniente recordar el proceso montado por el general Marcos Pérez Jiménez, el 15 de diciembre de 1957, donde según las versiones oficiales, el dictador había logrado la aprobación del 86,7 % de los venezolanos.

Tan burda y oscura maniobra se convirtió en el acelerador del proceso de descomposición del piso militar que lo había sostenido por una década. Pocos meses después, el 23 de enero de 1958, Pérez Jiménez se vio obligado a abandonar el poder y, con su huida, se rescató la democracia.

Igual ocurrió con la farsa electoral de Alberto Fujimori en el Perú.
El 28 de mayo del 2000, la dictadura fujimorista confisca la voluntad popular, y se autodeclara ganadora de la elección presidencial.
El fraude desencadenó toda una ola de protestas, y finalmente su salida del poder el día 21 de noviembre de ese mismo año 2000.

Mención especial debemos hacer del plebiscito convocado por la dictadura de Pinochet, el 5 de octubre de 1988.
La camarilla militar chilena sintió que podía prorrogar su permanencia en el poder con el voto de sus ciudadanos. Una férrea unidad democrática, una estrategia adecuada y una firme disposición a recuperar la democracia, dieron al traste con la voracidad continuista de los milicos del Sur.

La cúpula “bolivariana y socialista”, integrada por la casta militar y política enquistada en el poder, desde hace ya casi dos décadas, piensa que puede seguir desafiando la paciencia de nuestro pueblo, sometiéndolo y humillándolo con sus necesidades básicas; forzándolo a acudir a las urnas de manera obligatoria a través del “carnet de la vergüenza”, con el cual controlan su comportamiento.

El plebiscito anunciado para el próximo 22 de abril será el más estruendoso fracaso de su estrategia continuista. Nuestro pueblo dejará sola a la dictadura en su farsa electoral, porque se negó a efectuar una elección democrática.

Queda claro, ante el mundo y las grandes mayorías nacionales, que la sociedad democrática agotó todos los recursos a su alcance, para concurrir al proceso electoral, y canalizar una solución pacífica, electoral y constitucional a la tragedia nacional. Maduro y su camarilla han cerrado todas las puertas. Han preferido el camino de la confiscación de nuestros más elementales derechos, antes que dejar en manos de nuestros ciudadanos la definición del futuro de nuestra patria.

Es, entonces, una responsabilidad de Maduro y su camarilla política-militar, las consecuencias que puedan derivarse de tan brutal y arbitraria confiscación de la institución del voto ciudadano.

Este crimen político va a representar una mayor profundización de la crisis política, y con ella, un descenso a los sótanos del drama humanitario en el que estamos inmersos.

Continuará la estampida humana que hemos presenciando en los últimos años. Continuará la hambruna a la que concurrimos en estos tiempos. Crecerán las estadísticas de muertes por falta de medicinas y por la ausencia de médicos, equipos y atención en hospitales y clínicas. Se multiplicará la violencia criminal, con sus efectos de robos, atracos y muertes. Terminará de colapsar la menguada infraestructura vial y de servicios, que una vez fue la envidia de todo el continente.

Y así se habrá consumado “el plan de la patria”, que una generación de militares felones, y una caterva de oportunistas y políticos frustrados de la ultraizquierda radical venezolana diseñaron y ejecutaron para destruir la nación más bella y próspera, que una vez tuvo la América Latina.

Sobre esas ruinas materiales y espirituales levantaremos de nuevo nuestro espíritu y nuestras menguadas fuerzas, para convocar a nuestra diáspora juvenil a volver a la patria, para que con tesón y con una nueva moral, podamos volver a ser la Venezuela libre, alegre, hospitalaria y moderna que fuimos, y que merecemos volver a ser.

César Pérez Vivas

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