Opinión

¿En serio es venezolana?

29 de agosto de 2021

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Francisco Corsica


Tranquilos, no ahondaremos en el popular debate sobre el origen de la arepa. Millones de nuestros compatriotas discuten con los habitantes de las naciones vecinas por eso. ¡Qué orgullo! El mejor desayuno del mundo —según la empresa Thrillist Media Group— se sirve en suelo nacional y forma parte inseparable de nuestra dieta diaria. Admitámoslo: no sabemos vivir sin ella.

Pero no hablaremos de ella hoy. Esa tarea se la dejo a quienes ya iniciaron la discusión. Algunos de ustedes, estimados lectores, me comentaron el artículo publicado hace unas semanas sobre el chichero de Sabana Grande. Lo más extraño es que no lo hicieron sobre la polémica esbozada como tal, sino sobre la pertinencia de cuestionarse en aquellas líneas si la novedosa bebida capitalina podía llamarse venezolana.

Si se dieron cuenta, en realidad se trató de una pregunta capciosa. Prácticamente se responde sola y creo que quienes me contactaron ya la tenían resuelta de antemano. No obstante, sería útil presentar un par de datos curiosos sobre los alimentos para luego contestar con mayor precisión su origen.

Empecemos por la hamburguesa. ¿Quién no se ha comido alguna vez una con suficiente lechuga, tomate y queso en cualquier cadena de comida rápida? Estoy seguro que por eso muchos de ustedes piensan que proviene de Estados Unidos. Pues no: ya los antiguos romanos comían un emparedado similar y se llama así por la ciudad de Hamburgo, en Alemania. Como verán, si los norteamericanos la comercializan es porque fue introducida en su cultura en algún momento.

Saltemos ahora a la pasta. Todos diríamos que es italiana por las salsas y quesos con las cuales suelen acompañarlas. Se me hace agua la boca de solo pensarlo. Nuevamente error, pues se dice que Marco Polo la trajo de algún lugar de Asia en uno de sus viajes. Si no fuera de allá, la trasladó desde Oriente Medio. Lo cierto de todo ello es que no fue inventada en territorio europeo.

Como último ejemplo, tomemos la pizza hawaiana. Su nombre parece sugerir que esta versión con trozos de piña del popular platillo mediterráneo se originó en el archipiélago estadounidense. Para muchos, la pizza hawaiana es a la comida italiana lo que la blasfemia es a la religión. Le abundan duros críticos por todos lados. ¿Qué pensarían si les dijera que fue preparada por primera vez en Canadá por un chef griego? Es chistoso, pero nada tiene que ver con Italia ni con Hawái.

Hemos vivido engañados. La hamburguesa no es estadounidense, la pasta no es italiana y la pizza hawaiana no es polinesia. Si alguno conocía las verdaderas procedencias de estos manjares, debo felicitarlo por su vasta cultura general. Lo mismo pasa con la Guerra de los Cien Años, que a diferencia de su enunciado, en realidad duró 116 años y no una centuria exacta.

Retomando nuestro punto de partida, la chicha es una variedad de bebidas usualmente artesanales que se consumen en toda Latinoamérica. Si bien casi todas las versiones de la región son alcohólicas, la nuestra no lo es: se suele preparar a base de leche de vaca y arroz, combinándola con suficiente canela, leche condensada y chocolate. La chicha de Sabana Grande, al igual que la criolla, indudablemente es venezolana. Fue inventada acá, servida en una zona capitalina por manos nacionales. La receta original es tan vernácula como el joropo o el Salto Ángel. Su apellido “criolla” no es vano.

Observen que su caso no es similar al de los datos curiosos que tuvimos oportunidad de repasar antes. La pizza hawaiana se elaboró con piña en una zona que suele importarlas, y eso no la hace menos canadiense. El hecho de compartir espacio dentro del vaso con productos extranjeros no le quita su venezolanidad. Igualmente, no importamos la receta de otras partes, como los estadounidenses con la hamburguesa y los italianos con la pasta. Esa chicha es venezolana porque se hizo acá, no en otras latitudes. No hay motivos para creer que no nos pertenece. Se suma a nuestro extenso menú culinario.

Venezuela posee una riqueza cultural envidiable que debemos fomentar y preservar. Después de todo, gracias a ellas nos diferenciamos —en el buen sentido del término— del resto de las culturas. La chicha no escapa de esa realidad. Si a ello le sumamos nuestro ingenio y capacidad de innovar, podemos afirmar que habitamos un país único.

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