Porfirio Parada
Soy hincha del Deportivo Táchira, y creo que la mejor afición de fútbol en Venezuela está aquí, en esta región (ya he escrito sobre el tema) pero ha sido muy bueno, excelente, lo que ha hecho Maturín como sede de los partidos. La gente de allá ha estado a la altura y ha respondido a la convocatoria para ver y respaldar a su selección de fútbol, la Vinotinto. Los juegos recientes se ven un estadio lleno, la algarabía en la tribuna, la bulla colectiva, “la ola” en las gradas. Banderas, trapos, banderas de Venezuela. Varios venezolanos del interior del país, incluyendo de aquí, viajaron hasta allá. Pero ese triunfo con Chile para las eliminatorias del próximo mundial de fútbol, también se celebró en los muchos pueblos que hay en el estado Bolívar, en el Delta del Orinoco, en las distintas playas que hay en esta geografía. Se celebró por Mérida y Trujillo. En Caracas y en sus diferentes zonas, barriadas, cerros y residencias. Se celebró en muchos hogares en los diferentes estados del país, ciudades y pueblos, en el llano, Choroní, Barquisimeto, El Tigre, ¡qué sé yo! En espacios públicos, bar, restaurante, centros comerciales. Desde los lugares más lejanos hasta donde hubo más tráfico de carros, semáforos y personas. Es un sentimiento nacional. Se celebró entre trabajadores laborando, con familiares, amigos, con luz y sin ella, con rabia o con mucha expectativa y alegría, ligando, en la oscuridad con la radio, con los vecinos. Se celebró con música, escuchando el “Alma llanera”, se celebró entre la felicidad y la crisis.
Nuevos recorridos ya repetidos, distintos, desde la sombra. Envuelto por el impulso descontrolado, impreciso, ajeno. Se deambula con los ojos abiertos que ya no ven, es pura oscuridad, transparente y densa, resumida al día siguiente. Este es mi pecado personal. El goce es fragmentario. Hay un estado de alegría, un breve álbum de momentos de felicidad fugaz, pero luego las imágenes se tornan golpeadas, sumergidas por los mundos del olvido y sus consumos improvisados, establecidos, desconocidos. En el mapa del recuerdo, se puede ver algunos rostros bien definidos, otros que son fantasmas, aunque sean humanos de verdad, se desintegran con el pesar y el desgaste físico, se acumulan con las otras sombras del escenario, se guardan en el subconsciente del inconsciente que parece como la muerte sin conocerla, pero es la vida enseñando la vida. Es una salvación, parece divina, de Dios. Salvación no por vivirlo, sino por agradecimiento, de tener facultades que son de uno y a la vez no. Fractura del yo y del no yo. El limbo.
Ya se acabó eso de tildar a Venezuela como la cenicienta del fútbol suramericano. Antes incluso lo decían en vivo, los narradores de las principales cadenas televisivas de cada país, transmisión internacional. Se acabó la humillación en las goleadas, que en su mayoría eran de tres a cero en adelante, cuatro o cinco a uno. Se acabó el desprestigio, y la impostura predecible del marcador final antes de jugarlo (las mayorías de las selecciones y su afición se creían victoriosos, días antes de jugar con Venezuela). Se acabó hablar mal de un país desde el fútbol y por el fútbol sacar provecho y hablar de nuestros peores rasgos o de otros paisanos, que quizás lo han hecho mal cuando deciden salir de su patria. Ahora la vida muestra a varios jugadores de la selección nacional como ejemplos no solo para nosotros mismos sino su reconocimiento ya es a nivel mundial. De ser la selección cenicienta a convertirse en puro combustible mental, motor de promover el cambio del pensamiento y de la apatía, de reconocer y valorar el trabajo en equipo como desarrollo y evolución. Admirar lo individual. Ver y sentir el carácter de los jugadores en el juego. Sentir como ellos representan a la nación, como se convierten en embajadores por excelencia del país donde nacieron. Esto es Venezuela.
Mal de ojo, escuchaba de niño, entre plantas, ramas, y una mujer, que rezaba, que me llevaron por allá en el pueblo de aquí, de Berlín, por esa zona. Los rezos eran de noche, las ramas pasaban por mi espalda, el agua tenía sabor a verde. Más caliente que tibia. Mi piel se sentía calurosa y me absorbía los escalofríos. Y afuera en la calle, lluvia y frío. Día normal por ese entonces en los andes. Había tabaco y humo y me seguían bañando entre oraciones. La sensación y el momento era borroso, no entendía nada, solo quería que pasara el pesado malestar. En esa casa como que tenían una bodega. Luego muchos años después, entre los años que pasan rápido, pude ver a otro curandero, pero por el Hospital Central aquí en San Cristóbal. Ahí han llevado a sobrinos, ¿fue una de mis hermanas también? Entre los avisos y algunas imágenes no convencionales para mí, decía no cruzar manos ni piernas. Mis sobrinos se recuperaron. Ya el mal de ojo de la vida adulta viene con otra experiencia y con otro tipo de dolor. El infierno tiene algo de inseguridad, intemperie, desolación, imprecisión, azar, vida ciega, exceso. Se busca en la vida estar bien con alteración o sin ella, se busca resguardarse y salvarse así uno esté desorientado y perdido. El vómito no es una opción incluso si se logra liberar. Líquido con otras comidas ya digeridas, otras masas y mares que son parte de uno y son parte de lo que se toma, del cosmos, de la antología de nuestros propios respiros, de las lecturas reservadas o bien expresadas. Vomitando arrepentimientos, alimentando el malestar con nuevos recuerdos rotos, quebrados, entre pérdidas de memoria. El sufrimiento culposo después del amanecer. Los caminos al cielo duelen, aunque no lo busquemos, ni al cielo ni al dolor, se contradicen, se auto golpea, pero se define, se levanta, se recupera, se esfuerza, se sigue intentando.
Esto es Venezuela. El limbo. Este es el reto mayor de este equipo con su federación. Esperar y agradecer los días tranquilos. Los próximos juegos, las próximas fechas para Venezuela, entre esas, el 16 de noviembre, el día que nació el que escribió la obra: “Ensayo sobre una ceguera”, José Saramago. Soteldo, el jugador del gol y de dos pases que terminaron en goles, sale en redes sociales vestido de presidente de Venezuela. Se han visto celebraciones en grandes edificios en Santiago de Chile, por venezolanos, entre banderas y celulares. Un video viral de un negocio de un chileno y todos los trabajadores venezolanos celebrando. En otros países venezolanos en cualquier parte del mundo, se envían audios, videollamadas, historias. Lo bueno es la luz, verse con la luz, la claridad luego de lo feo. No es una claridad absoluta, es una palabra, un sentimiento, una imagen, un recuerdo, un tiempo, un renacer, un estado y un paisaje. Un presente. Es reconocerse sin rebajarse. Es verse como propósito ante la adversidad. Es charlar con la paciencia. Es ofrenda y aprecio a la vida. Es la fortuna de los días vividos, así uno se tropiece y se cae. La voluntad superior en el caos. Si la Vinotinto llega a ir a Pueblo Nuevo, quién sabe, me gustaría estar en esas tribunas, si se queda en Maturín o en otro estadio del país en sus partidos de local, el aliento, el apoyo y la ilusión será la misma. En cuestión de pueblo, nación y gente, lo mejor ha sido la unión.
Porfirio Parada
Lic. Comunicación Social
Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio del Táchira
Locutor de La Nación Radio