Francisco Corsica
La pandemia de COVID-19 ha cambiado la vida de miles de millones de personas en todo el mundo. No es de extrañar: es una enfermedad nueva que es muy fácil de transmitir entre seres humanos. Esta situación ha obligado a las personas a guardar distancia física entre sí, tener que confinarse en sus viviendas, salir para lo estrictamente necesario con mascarilla y otras medidas de salubridad, todo esto recomendado por la mayoría de los gobiernos del mundo, organizaciones internacionales y otras autoridades en materia de salud. En estas condiciones, la tecnología juega un papel importante para garantizar la comunicación aunque sea a distancia y mantener activas muchas de las actividades cotidianas de las personas, y la educación no escapa de esta realidad.
Por estas circunstancias asistir a un aula de clases no es posible en estos momentos. En mi caso llevo desde el mes de marzo de 2020 sin poder asistir personalmente a mi universidad: la Universidad Central de Venezuela. Extraño ir hasta allá, caminar por sus pasillos, ir a la biblioteca, oír clases de mis profesores y hablar con mis compañeros, pero no puedo ir por razones de causa mayor. Todos tenemos que cuidarnos mutuamente. Sustituyendo las clases presenciales, la mayoría de instituciones de educación optan por dar clases vía internet, aprovechando las bondades de las nuevas tecnologías, y mi universidad está haciendo lo mismo dentro de lo que puede. Hasta hace poco, tuve la oportunidad de ver una especie de curso de verano dictado en línea por Universidad para aprovechar el tiempo mientras todos estábamos encerrados en casa.
A pesar de que el curso duró relativamente poco tiempo, al ser nada más de unas seis semanas, y a pesar de que eran nada más dos materias optativas, los momentos de tensión no faltaron: el suministro eléctrico casi no falla por estos lados capitalinos, pero sí estuve días sin internet. Por supuesto, al tratarse de un curso online y al no contar con este servicio en mi casa, no quedaba más alternativa que resolver de alguna manera para poder cumplir con ese compromiso. Después de todo, faltar a esas clases y perder la oportunidad de ganar ese tiempo en formación académica no era una opción para mí. Y eso hice: gasté dinero adicional para poder conectarme con datos celulares a las videoconferencias pautadas por mis profesores. Vi clases por el teléfono celular, no por la computadora.
Y es que la falta de internet estudiando a distancia es un problema por varios motivos: el primero es la falta de comunicación que ocasiona entre el profesor y el estudiante, otro es porque limita la posibilidad de ver una clase a través de una videoconferencia, y otra dificultad fundamental radica en que muchos de los materiales de estudio están digitalizados y para obtenerlos hay que buscarlos por la red. Además, esta situación afecta a ambas partes. No todos los profesores cuentan plenamente con el servicio de internet, trayendo como resultado que muchos no ofrezcan cursos en línea y que aquellos que sí hagan la oferta dejen de dar algunas clases por falta de conexión a la red. Esto último se hace extensivo al servicio de electricidad, pues con la falta de luz eléctrica no se pueden ver clases.
Esto es una realidad: Venezuela tiene muchos problemas de conectividad a internet. Algunos serán dichosos, contando con él la mayoría del tiempo; otros, en cambio, corren con mala suerte al estar encerrados y con comunicaciones limitadas. Pero eso no quita que el internet venezolano se ausenta mucho. Cuando hay es lento, ya que según el Speedtest Global Index, un índice internacional especializado en monitorear el servicio de internet, nuestro país tiene la peor conectividad de Latinoamérica. Triste pero cierto. En fin, todos los que aquí vivimos lo hemos notado tarde o temprano, a muchos no nos extrañará.
La idea no es reclamar a alguien en específico la ausencia de este u otro servicio, la idea es que se hagan las inversiones suficientes para que el servicio de internet sea de calidad y llegue a todo aquel que lo contrate. Esto aplica para empresas públicas y privadas que lo ofrezcan. Todos necesitamos internet. La conexión a la red se ha vuelto fundamental para estudiar, trabajar y recrearse. Los estudiantes lo necesitamos porque no podemos ir a clases presenciales, y aunque fuéramos a nuestras instituciones de educación lo requerimos como medio para hacer varias de nuestras labores académicas. Y quien lo tenga la mayoría del tiempo que lo valore, porque hay otros tantos necesitándolo y no lo tienen o no lo pueden costear.