El brutal y bochornoso evento de instalación del periodo de sesiones de la Asamblea Nacional, y elección de su directiva, el pasado 5 de enero de 2020, articulado y puesto en escena por la cúpula usurpadora del poder, ha replanteado nuevamente una preocupación por el tema de la corrupción en la vida pública de la nación. De nuevo es necesario reflexionar sobre la ética en la política.
Un grupo de diputados sometidos a investigación por el propio parlamento, a raíz de señalamientos periodísticos vinculados a una trama de corrupción, decidieron aliarse con el régimen para ofrecerle, junto a nuevos traidores, el servicio de asaltar con la fuerza de las armas de la república al Poder Legislativo Nacional, ya largamente mancillado, escarnecido y desconocido por Maduro y su camarilla.
De inmediato surge una ola de señalamientos, acusaciones, reflexiones sobre lo detestable del comportamiento de los parlamentarios que, elegidos en la plataforma democrática en el 2015, han terminado evidenciando un comportamiento político absolutamente inaceptable, que solo puede explicarse por la inconsistencia ética que han demostrado tener.
Un periodista y comentarista amigo, para referirse a dos de los parlamentarios involucrados, expresaba que no podía entender cómo los partidos democraticos habían avalado postulaciones en personas que mostraban a cada evento sus limitadas capacidades intelectuales; pero simultaenmanete se preocupaba, cómo otro de los partícipes en el cuestionado evento era un reconocido y destacado profesor de la escuela de Ciencias Politicas de la Universidad de los Andes.
Al respecto, es menester precisar: la causa de esa conducta no está en la capacidad o formación de los parlamentarios coaptados por la dictadura, está en la ausencia de principios morales, sin que ello signifique que el tema de la capacidad no revista importancia, solo que el ético debe privar en todo momento.
El problema de fondo está en el relativismo moral que vivimos en el mundo contemporáneo, y al cual no escapamos en Venezuela, Por el contrario, nuestro país, con el proceso de desinstitucionalización que ha alcanzado, ha evolucionado a un Estado fallido, corrompido y corruptor, que potencia a niveles jamás conocidos en el último siglo, un estado de descomposición moral en todos los estamentos de la sociedad, pero muy especialmente en todas las ramas y niveles del poder público. Hoy, como nunca, el aparato funcionarial del Estado venezolano solo opera, con muy escasas excepciones, bajo esquemas de corrupción de sus agentes.
La corrupción del aparato público tiene su base en la impunidad y el relativismo ético de la sociedad. En la relajación de las reglas morales cuyo auge ha crecido, en la medida que la familia se ha descompuesto, haciendose una costumbre en densos sectores sociales violar reglas morales sin ningún rubor.
La prostitución, el aborto, la drogadicción, el irrespeto sistemático a otras personas por razones etarias, religiosas, politicas o sociales, la violación de toda norma de convivencia civilizada, y el robo de los bienes ajenos, han venido produciendo una gravísima involución de nuestra sociedad.
No se trata de un problema nuevo en nuestra historia, ni exclusivo de nuestra sociedad. Pero no hay duda que a lo largo de estos años de oscurantismo y dominio del militarismo marxista, ha operado un vaciamiento ético, dando lugar al más brutal y vergonsoso saqueo de la riqueza nacional en toda nuestra historia republicana.
Corrupción hemos tenido, desde los tiempos de la conquista hasta nuestros días. El Estado democratico, con su imperfecta institucionalidad, ofreció testimonos importantes de políticas para reducir y castigar el fenómeno. No fue suficiente, y el fenómeno fue caldo de cultivo para abrile espacio poltico al militarismo que Chávez encabezó.
Con la bandera de luchar contra la corrupción, como una de las más destacadas, lograron acceder al poder por la vía electoral, para dejar de inmediato a un lado el discurso moralizador, y poner en marcha la maquinaria corruptora y corrompida más abigarrada de nuestra vida republicana.
El tema se presta para la hipocresía, para la guerra sucia en la vida política, para la demagogia y la manipulación de eventos y la destrucción del adversario. Es menester trabajar por un restablecimiento ético en el cuerpo social. De ahí que es fundamental asumir la lucha contra la corrupción con entereza moral y con justicia.
La dictadura ha corrompido gravemente la lucha contra la corrupción. Se utiliza el aparato del Estado para perseguir a los adversarios bajo supuestos cargos de enriquecimiento ilícito u otros delitos afines. Los miembros del régimen y sus aliados jamás son investigados, ni mucho menos sancionados.
Desde la famlia, la escuela, la universidad, la Iglesia, los medios de comunicación, los partidos y demás organzaciones de la sociedad civil, debemos abordar el tema con objetividad y sinceridad.
Una ambicoso movimento de reforzamiento ético necesita nuestra nación, para reducir a su mínima expresión el relativismo ético que nos sacude. Una adecuada solidez moral debe conducirnos a manejar el tema sin hipocresía, sin aviesa intención, pero sí con firmeza y determinación para quienes incurran en el delito. Ni impunidad ni manipulación.
No se trata de señalar al adversario de corrupto, solo porque es mi adversario, sin pruebas, ni elementos de convicción al respecto. Cuando se hace manejo irresponsable del tema, se pierde la credibilidad, cuando el hecho es real y tangible.
Menester es fijar la responsabilidad y sancionar al agente o los agentes que la propician o ejecutan, a quienes le colaboran y le encubren. Es urgente un cambio en la forma como abordamos el problema.
José Rodriguez Iturbe lo ha señalado con meridiana claridad en su libro Repensar la Política, cuando expresa: “Lo cierto es que, para que las cosas cambien, tenemos que cambiar nosotros mismos. No podemos caer en la incoherencia de pedir moral pública sin pedir moral personal y familiar. Quien carece de base ética en su comportamiento personal y familiar será imposible que la tenga en la conducción de los asuntos públicos”. (Jose Rodriguez Iturbe. Repensar La Politica. Editorial El Centauro, Caracas 1997. Página 137.)
El tema ético es vital para la vida social en general, y para la vida poítica en particular. Pero no solo es menester una solvencia moral. El hombre público debe tener otras cualidades. El libertador Simón Bolivar precisó algunas en su discurso de Angostura: “Hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados cosntituyen las repúblicas”.
En ese pensamiento se establecen tres requsitos fundamentales: ética, amor a la patria (es decir a la sociedad, que supone carácter y firmeza) y capacidad para el ejercicio de la vida pública. De modo que no es una sola cualidad aislada. Son todas juntas.
La lamentable experiencia del asalto al Parlamento, con la consabida ayuda de los parlamentarios comprometidos con la dictadura, constituye una lección para todos los ciudadanos, los partidos políticos y demás organizaciones de la sociedad venezolana. Lección que nos debe conducir a ser cada día más exigentes con las personas que postulamos y votamos, para la representación popular y el ejercico de la función pública.
(César Pérez Vivas)