Opinión

Eutanasia: voluntad de vivir y voluntad de morir

31 de marzo de 2021

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Pedro Alejandro Parra F.


“Querría hacer mi muerte de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco”. (Cervantes, Don Quijote).

La lucha constante de la ciencia médica contra la muerte ha obtenido grandes progresos. El hombre prehistórico tenía una vida media de 18 años;  en la época de la Revolución Americana alcanzaba los 35 años; en 1900 los 49 años, y hoy, la esperanza de vida en las sociedades industriales alcanza alrededor de los 80 años. Pero, este espectacular alargamiento de la vida tiene como todo lo humano sus inconvenientes: ¿Acaso el hombre intenta vencer la muerte, y como inevitablemente no puede la retrasa hasta el límite de sus posibilidades, e incluso la alarga artificialmente? Las sofisticadas tecnologías actuales permiten la prolongación de la vida por tiempo ilimitado en pacientes que han perdido la actividad de sus funciones básicas.

Cabría preguntarse, con Vila-Coro: “Si no estaremos siendo víctimas de nuestro propio artificio, si no habremos caído en la trampa de la tecnología que es, en definitiva, nuestra propia trampa”.

Esta situación ha provocado un serio debate sobre la Eutanasia: ¿Hasta qué punto es lícito mantener viva a una persona que se muere irremediablemente? ¿Se debe luchar por la vida hasta el fin? ¿Tiene derecho un hombre a atentar contra la vida de otro por un fin laudable? Y, ¿Cómo determinar si tal finalidad es o no laudable? ¿Se puede intervenir el tratamiento para permitir una muerte digna? ¿Es correcto terminar con la vida de quién quiere morir y lo pide? ¿Existe un derecho a morir que deba ser amparado por la sociedad?

Hay actualmente un gran debate social acerca de la Eutanasia en el que aparentemente chocan dos principios incompatibles: El de respeto a la vida (No matar), y el de respeto a la libertad individual (matar a quien lo pide a causa de su sufrimiento). Platón pudo escribir despreocupadamente, el siguiente párrafo: “Establecerás en el Estado una disciplina y una jurisprudencia que se limita a atender a los ciudadanos sanos de cuerpo y alma; en cuanto a los que no estén sanos de cuerpo, déjeselos morir”. El judaísmo y el cristianismo, por el contrario han proscrito en absoluto el homicidio (No matarás), fundándose en la idea de que tan solo Dios puede disponer de la vida y de la muerte; y en la que, teniendo además el dolor y el sufrimiento un valor salvífico, no es lícito impedir la sublimación espiritual de los padecimientos, ni siquiera los de la agonía.

Ambrose Paré decía: “Yo hice las curas, pero solamente Dios es dueño de la vida y de la muerte, de la curación y de la agonía, de la angustia y de la serenidad. Cuando Nietzscle reclama la Eutanasia “para los parásitos de la sociedad, para esos enfermos a los que ni siquiera conviene vivir más tiempo, pues vegetan indignamente, sin noción del porvenir”, esta Eutanasia Eugénica repugna al sentido moral.

Platón le respeto por lo que fue, pero, ¿quién es Usted para descartar a las personas que no estén sanos de cuerpo?; y Usted Nietzsche, ¿con qué moral Usted reclama la Eutanasia para los parásitos de la sociedad, si Usted está muerto y Dios existe?

Las enseñanzas de Juan XXIII, del Concilio Vaticano II, de Pablo VI han ofrecido amplias indicaciones acerca de la concepción de los derechos humanos delineada por el Magisterio. Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la Encíclica Centesimus annus: “El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad… Como podemos observar, el primer derecho enunciado en este elenco es el Derecho a la Vida, desde su concepción hasta su conclusión natural, que condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de Aborto Provocado y de Eutanasia.  El respeto de este derecho es un signo emblemático “del auténtico progreso del hombre en todo régimen, en toda sociedad, sistema o ambiente”. ¡No dispongas de mi vida, quiero seguir viviendo! Querer disponer de la propia vida no significa que hacer tal cosa sea bueno. Lo entendió muy bien Teresa de Jesús, que quería morir para estar con Dios –“me muero porque no muero”-, dijo- pero a diferencia de Teómbroto no se suicidó. Los saludo. .

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