César Pérez Vivas
Ya vamos a cumplir un mes del triunfo electoral de la alternativa democrática venezolana en la contienda presidencial. Tres semanas de la elección abrumadora de Edmundo González Urrutia como nuevo presidente de la República. Tres semanas de la gigantesca aventura de la cúpula roja de darle el palo a la lámpara y lanzarse por el tobogán de desconocer la aplastante decisión ciudadana de expulsarlos, por el voto, de los aposentos del poder.
La narrativa de la camarilla para justificar su tropelía ya resulta risible. Nadie, ni sus más cercanos aliados, le creen sus cuentos. En nuestra historia electoral, jamás se habían escondido las actas de un proceso de votaciones de la forma en que lo ha hecho el actual CNE.
El mundo democrático, los países de nuestro entorno geopolítico, han coincidido en exigirle a Maduro la prueba, actas en mano, del resultado anunciado por su Poder Electoral. La respuesta del derrotado candidato ha sido el insulto a todos esos gobiernos, y la repetición de su desgastada consigna: “no aceptamos la injerencia de otros países en nuestros asuntos internos”, como si ese burladero generase legitimidad y confianza de la comunidad nacional e internacional.
Nadie duda a estas alturas del fraude perpetrado. Maduro, a pesar del reclamo global por su comportamiento anti democrático, ha continuado escalando la represión y profundizado su aislamiento y en consecuencia generando un daño severo a la sociedad venezolana.
En esas circunstancias la gobernabilidad del país está severamente comprometida. Ya ha sido en extremo precaria la gobernabilidad en este agonizante periodo. Maduro ya no encuentra colaboradores. Su gabinete está constituido por una legión de ilustres desconocidos, personajes sin trayectoria profesional o política. De modo que, sin equipos competentes, sin inversión privada nacional e internacional y sin aliados que lo sostengan política y económicamente a nivel de la comunidad democrática internacional, su gobierno es inviable. El apoyo de países claramente gobernados por dictadores de sus mismas características, no le será suficiente. Con Rusia, China, Cuba, Nicaragua y otras dictaduras africanas y asiáticas no será suficiente para gobernar.
El fraude y la ingobernabilidad del país tienen a la camarilla roja en graves aprietos. Maduro perdió todo tipo de legitimidad. Su permanencia en el poder, a pesar de su empeño en perpetuarse, tiene aliento corto; los días que pase en Miraflores solo serán posibles por medio de la fuerza bruta, se quedó sin base de sustentación jurídica y política. La presión de la comunidad internacional y el creciente repudio de la ciudadanía terminarán por generar la ruptura de su precaria base de sustentación, fundamentalmente basada en el control político de las demás ramas del poder público, y en la capacidad de generar terror con sus bandas armadas y sus cuerpos de seguridad. Ya la ciudadanía decidió su salida y ella se hará efectiva en el momento en que sus soportes terminen de entender la inviabilidad de un gobierno en estas condiciones.