Eliseo Suárez Buitrago
Mi artículo anterior terminaba con la afirmación que sirve de título a estas notas. Como se trata de una actividad humana, es susceptible a engancharla con algunas interrogantes, como por ejemplo, ¿Para qué se vive? Tanto la afirmación, como esta interrogante, invitan a reflexionar sobre la vida y, junto a ello, la razón y el sentido de nuestra existencia.
En consecuencia, debemos formularnos esta otra interrogante: ¿Qué es la vida? Hablar de la vida es algo tan común, tanto en el seno familiar como en cualquier reunión formal o informal; en ellas nadie calla, y nadie toma la iniciativa de pretender definirla, pues no es necesaria. Comúnmente, la entendemos como una sucesión de actos, muy alegres y satisfactorios algunos o muchos, desdichados otros. Considerémosla, entonces, como un camino no exento de escollos. En ese sentido, vale agregar, en respuesta a la última interrogante, la vida es el más preciado bien que hemos recibido, es un don divino, misteriosamente se nos dio, y sin pedirla. Fue una generosa dádiva.
De nuestra parte, como seres humanos que poseemos virtudes, estamos obligados a corresponder, a no ser ingratos. ¿Cómo hacerlo? Tomemos conciencia, tras la vida del ser humano quedan sus ejecutorias, pues es imperativo justificar nuestra existencia; así, en el trascurso de la vida tenemos no solo la posibilidad, sino también la necesidad y la obligación de hacer aportes a la sociedad. Los pensadores sí se han preocupado seriamente en hallarle la acertada definición a la vida. El Manual de la Academia Española de la lengua la define así: “Estado de actividad de los seres orgánicos”. Otra, “Espacio de tiempo que transcurre desde el nacimiento de un animal o de un vegetal hasta su muerte”. Como seres humanos dotados de virtudes, entre ellas la gratitud, la que debemos cultivar siempre, estamos obligados a abrir caminos conducentes a hacer el bien en cuanto sea posible, a corresponder con nuestra labor diaria en beneficio de otras personas y, fundamentalmente, del país.
Ejercer el poder es un reto, una muy delicada actividad política que, para cumplirla bien, requiere de adecuada preparación, demostrar sensibilidad social y humana, además del cabal acatamiento a las normas legales y a las específicas al cargo. Además, debe ser un servicio desinteresado que, al hacerlo bien y honestamente, pueda crear una escuela.
Conveniente es señalar que las personas, con el simple hecho del nacimiento, adquirimos dos grandes riquezas, perdurables durante nuestra existencia: la personalidad jurídica, que es la capacidad legal para ejercer los derechos ciudadanos durante toda la vida, y la dignidad humana.
(Eliseo Suárez Buitrago) / [email protected]