Opinión

Había en Guernica de Picasso un grito de dolor

6 de octubre de 2021

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Néstor Melani Orozco

La gran vía parecía detenerse ante un cartel con la imagen de Carmen Sevilla. Caminé esa mañana de las luces hermosas que alumbraba el otoño, pues había venido una semana antes para pasarme los días estudiando a «Guernica», de Pablo Picasso, en el Casón del Buen Retiro.

Mientras de noches, los buenos vinos y las anotaciones por las impresionantes revelaciones que mostraba la monocromática obra del pintor malagueño, en contra de los bombardeos alemanes a la ciudad vasca, donde las hirientes complicidades de Franco permitieron a los germanos de Reign hacer del dolor a los pueblos y el pintor para la feria de París reclamó con los gritos del dolor de España…

País de los gitanos sin saber leer y escribir.

Donde un rey se iba al África a matar elefantes y saboreaba en las copas con orillos de oro del Perú las atrocidades de la terrible invasión al mundo de los Mayas, donde llegaron a decir que habían traído la civilización y olvidaron que ellos fueron esclavos en 700 años de los reinos de Mahoma.

Mientras hoy, cordones de pobres seguían caminando por pueblos de llantos y de Quijotes hambrientos…

Guernica permaneció muy después en el arte moderno de New York y de la muerte del dictador Fco. Franco, los herederos de Picasso dieron el permiso para que la obra volviese a España.

Para albergarla en las huellas de los reyes, aun sabiendo que fue pintada a los reclamos y un testimonio contra de los poderosos…

Yo me fui muchas veces desde Barcelona a Madrid, porque mis necesidades de encuentros me lo exigían. Y mucho más la inmensa presencia revolucionaria de la obra de Picasso.

Mi maestro de Grabado, Pere Cara, me describía cómo la obra debió venir a Catalunya, y era de decirme: «Picasso amó a Barcelona y se hizo pintor en el pueblo catalán; es tanto, las Señoritas de Aviñón son de las mujeres piadosas y heridas del puerto. Y Guernica debería estar en Catalunya, que durante 500 años quiere ser libre”.

Fueron momentos de la escuela «española», como de las frases italianas de Cerdeña, de donde vino el origen del armónico catalán.

Recuerdos hermosos de mis viajes de amor, para divisar las flores de Ruiseñor y atreverme a sentarme frente al monumento de Pau Casals a pintar del natural e idealizar los testimonios de escuelas y corrientes del arte moderno.

Con Guernica, las escenas son densas y se agitan los contrastes y aparecen desequilibrios, pero bien organizada en una inmensa trama geométrica para hacer en el centro de la obra el triángulo isósceles, cuya cúspide se halla en una lámpara de petróleo y los dos lados siguen rectos a los bordes extremos de la pintura; en su interior cada figura constituye un núcleo de movimientos, en todo un estadio geométrico de su realidad del riguroso blanco y negro, con el cual Picasso escogió representar la tragedia para eliminar allí cualquier placer cromático para reconducir la meditación a la austeridad del trazo pictórico y a la evocación del drama…así lo entendí en las largas horas frente a la pintura más interesante del siglo XX.

En un precioso sábado. mi amigo y maestro, Manuel de Lera, pintor que había sido amigo de Joaquín Torres García, el mayor maestro del constructivismo de América y vivió en Barcelona, me invitó a comer en el lugar donde asistían los pescadores.

Con Manuel fui a merendar en el puerto de Barcelona y entre palabras y encantos descubrí el primer taller de Picasso, donde el azul revestía de aromas y los vinos eran amargos junto a las tartas y los pescados fritos…entre cantares de marineros y las sirenas de las barcas.

Dibujos de rítmicos espacios y las cartas de amor colocadas en las ventanas del pintor padre del cubismo…

Así me revestí de Guernica en Madrid y me aprendí los sueños, en el dolor que llevan los pueblos y los martirios del poderoso por los verdaderos humildes…

Años muy después, ya en mi Venezuela, lo describí en el Semanario «Impacto» de Macario Sandoval y lo dije en el Frontera de Mérida y en La Nación de San Cristóbal, porque había que revivir las necesidades de los peregrinos, de los que esperaban dónde vivir, de los que no poseían la dicha de un sustento.

«Los sin pan»…

Desde aquel destello que se cobijó de los gritos eternos, del imaginario del pintor negado por la oligarquía de Europa y dicho y bendecido en las voces de Neruda o visto en los «Heraldos Negros» de César Vallejo…

Para cruzar los fantasmas hechos de los poetas y sentir, desde el alma, cuántos corazones continúan sufriendo en los gritos de Suramérica…

¡Caminé por Madrid!

Mientras de sacristanes se escucharon los campanarios y camisones negros se ocultaron en los confesionarios, donde de cruces mostraron e hicieron cerrar los ojos de los pobres hambrientos…

Para saber, un día de 1987. Que el toro se moría, en la inmensa tela. Y una madre hacía de sus berridos el llanto del mundo, mientras las organizaciones mundiales se comían los banquetes…

Y el dolor descrito en el pintor continúa diciendo sobre los pobres que esperan en toda la Tierra…

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