Opinión

Hacia una constitucionalidad de nuevo tipo

9 de septiembre de 2020

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Pedro A. Parra P.


Tenemos y debemos de ir hacia otra real y verdadera reforma constitucional; así lo requiere el país, lo han prometido los partidos de oposición, y, lo demanda la opinión. Nuestra actual Carta Magna vigente está llena de fallas y defectos que la definen peligrosa, al poner en manos de un presidente, facultades que hacen de la arbitrariedad un recurso ordinario, casi una norma. La evolución general de la economía, de la política, de la moral, de la cultura y de las técnicas sociales, definen un panorama estructural nuevo que debe condensarse en pautas constitucionales. No hay desacuerdo posible: Necesitamos una Constitución nueva.

En lo que posiblemente no se haya pensado con suficiente elevación y profundidad, es que  Venezuela ha cambiado tantas veces de Constitución por dos causas que, en el fondo, han sido una sola: la primera, porque nuestras Cartas Fundamentales han sido preparadas como esquemas teóricos artificiosos, plagados de lagunas formales, en abierta contradicción con el país, tanto cuando se ha ensayado una constitucionalidad de signo democrático, como cuando se ha consagrado un despotismo pseudoinstitucional. En ambos casos, la letra del instrumento ha sido una cosa y la realidad otra.

La segunda, porque jamás una Constitución ha sido entendida como punto de partida para conducir las fuerzas sociales hacia la realización efectiva de los principios que la informan. Ambas causas vienen a ser una misma: ninguna de nuestras Cartas ha nacido, ni ha sido encaminada, como producto y cauce de la conducta pública unitaria de la Nación, como la condensación en normas del pacto social originario, expreso y tácito a la vez, mediante el cual “el país político” y “el país nacional”, se integren en el esfuerzo común de hacer una República de y para todos. Nuestras Constituciones han sido el producto mediato o inmediato de la violencia, y han surgido como actos de imposición unilateral, frente a la reserva o el encono de importantes factores que de una vez han quedado marginados de la tarea histórica esencial.

Nuestra historia ha sido violenta porque nuestras sucesivas organizaciones estatales han tenido en su base  la semilla de la violencia. Nuestra oposición no ha podido ser institucional y pacífica porque los regímenes que ha tenido el país en estos últimos años han surgido como imposiciones fortunosas, que de una vez han pensado en la prolongación ilimitada de su mandato y en el ejercicio abusivo de todas las ventajas del poder, como manera de asegurar una prolongación y de cerrar toda esperanza legítima de alternabilidad. Y, la única válvula de seguridad contra la violencia es la perspectiva teórica y práctica de que un sistema leal de elecciones permita la rotación en el poder de fuerzas políticas lealmente comprometidas al juego de esa evolución.

El mejor camino para consolidar esa orientación es el de crear en la realidad una situación de constante cooperación institucional entre las fuerzas políticas, aún en el caso de que haya discrepancia y oposición. Consolidar y canalizar esa complejidad, asegurar un sistema de contrapesos que impida toda hipertrofia unilateral, definir un sistema que favorezca la consolidación y el desarrollo de las minorías como factores del Estado y del próximo Gobierno, deben ser objetivos lealmente compartidos por todas las fracciones congresionales. Luego, sobre esa base, debe adelantarse una política consecuente y generosa, inspirada en el ideal superior de vencer nuestras fallas históricas.

Frente a un gobierno democrático semejante, dentro del cual todas las fuerzas políticas, sin mengua de su independencia organizativa y de su fecundo derecho a la discrepancia, defiendan la solidaridad propia de los factores institucionales de una República sanamente constituida, no podrá haber reservas válidas, y, toda maquinación negativa tendría el sello de lo ilegítimo y de lo criminal. Hagamos una República que no tenga nombre de personas, ni color de partido; seamos venezolanos integrales, demócratas efectivos, patriotas sinceros y políticos discretos. Sepamos que no es hora de engañar a nadie, de burlar a nadie,de que alguien, desde la oposición o desde el futuro gobierno, quiera repetir el viejo intento de “salirse con la suya”.

Si todos entendemos estas verdades y cumplimos el deber, modesto o trascendente, que nos señala cada caso, Venezuela habrá encontrado realmente su rumbo.

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