Opinión
Héctor Lavoe
viernes 21 noviembre, 2025
Porfirio Parada*
Héctor Juan Pérez Martínez nació en Ponce, Puerto Rico en 1946, su padre era músico, tocaba guitarra, lo inscribió para que aprendiera música de forma académica, sin embargo, el niño se la pasaba escuchando música jíbara y popular. La hermana de Héctor en una entrevista dijo que él decía que iba a clase, pero no era cierto, se fugaba, se entretenía con otras cosas. De niño y luego adolescente cantaba boleros, su voz no era su voz, para empezar a cantar imitaba a artistas que influyeron en su vida y en su próxima carrera artística, se puede mencionar «Chuito el de Bayamón», Odilio González, Roberto Faz y al famosísimo Daniel Santos que luego cuando le llegó la fama tuvo la oportunidad de grabar con él. Ya al final de sus días, cuando el Sida lo estaba matando, en una entrevista con manchas en su cuerpo dijo que “Che Che Colé” era de sus canciones favoritas. Entre varias canciones me gusta “La Murga”, “Calle Luna Calle Sol”, “Juanito Alimaña”, “Panameña”, “Todo tiene su final”, “Ah ah/O-no”, “Aguanile”. A mi padre lo he escuchado cantar “Hacha y machete”.
Con 14 años estuvo en un grupo de Puerto Rico donde ganaba 18 dólares por noche, una cantidad elevada para un chamaco, sin embargo, Héctor quería más, quería más plata, lo que hizo que viajara para Estados Unidos y probar su talento en la capital del mundo, New York. Su hermano había viajado para allá pero murió en un accidente, su padre recomendaba a su hijo que era temprano para viajar, pero él se negaba, igual ya estaba en pleitos y problemas en Puerto Rico, era rebelde por naturaleza, se fue buscando fama y fortuna. En un principio trabajó como pintor, limpiavidrios, maletero, mensajero, mesero y conserje, entre otros empleos, pero recorriendo las calles y los salones de baile y clubes de música latina del Barrio Latino, el Bronx y el Bajo Manhattan se fue fogueando con la vida, con su crecimiento y con su objetivo de ser un gran cantante. En Ponce, donde nació, hay una estatua donde aparece bien vestido, con lentes y maracas, un homenaje a su vida. En el Callao, Perú, hay un busto donde se lee: “El Cantante de los Cantantes”.
En 1965 grabó su primer sencillo con la orquesta New Yorker Band, que tuvo por nombre: «Mi china me botó». Y para el siguiente año conoce a Johnny Pacheco, uno de los fundadores de lo que se llamaría Fania Records. Este Johnny Pacheco que trabajaba de la mano con un tal Jerry Masucci, vio en Héctor un talento de otro nivel, su voz, su canto, su forma de ser impactaba, tanto así que le recomendó unirse con el joven Willie Colon, también del Bronx, que hablaba poco español pero proveniente de una familia de Puerto Rico. La salsa, el bolero, el guaguancó, charanga, el son, guaracha, la música latina, las influencias de Cuba, de África, todo eso se mezcló, se potenció, y se proyectó con uno de los mejores dúos de la música de todos los tiempos, álbumes de estudio de 1966 hasta el 1983, una cantidad ininterrumpida de éxitos, temazos, canciones que todavía en el 2025 la gente sigue bailando, siguen cantando, en los barrios, en fiestas de sifrinos, malandros con armas y drogas y millonarios con whiskey, gente de a pie, se escucha sus canciones en el taller mecánico, en el transporte público, en la noche de fin de año con la familia reunida.
Y bueno escribir sobre Héctor Lavoe, es escribir y pensar sobre Celia Cruz, Cheo Feliciano, Tito Puente, Larry Harlow, Richie Ray, Yomo Toro, Ismael Miranda, Jorge Santana, Bobby Cruz, Ismael Rivera, Pete “El Conde” Rodríguez, Óscar d’León, Rubén Blades, Joe Arroyo, el Gran Combo de Puerto Rico, Dimensión Latina, Eddie Palmieri, La Fania All Stars, La Sonora Matancera, Sonora Ponceña, Tite Curet Alonso, Ray Barreto, Roberto Roena, y los que faltan. Héctor viajó a diferentes partes del mundo con su música y estilo, hizo bailar a medio mundo con su voz, con su broma, con el tiempo le decían la voz, su vida cambió por completo, se transformó, mezcló vida, música, mujeres, y drogas. Lo empezaron a nombrar como el chico malo de la salsa, por su personalidad y rebeldía, Héctor Lavoe le dio felicidad a mucha gente, esos instantes eternos de un pasado mejor, de tanta gente que conoció y trabajó, empezó a conocer la bulla y la desdicha de la soledad teniendo la fama a sus pies. Se inyectaba heroína, consumía cocaína, algunos de su entorno se aprovechaban de su vicio para sacarle dinero, miles de dólares. Héctor murió y volvió a vivir, estuvo preso y salía, estuvo fuera de los escenarios y regresaba. Se decía que era un tipo humilde y chévere con la gente, su voz se inmortalizó, varias veces se presentó aquí en Venezuela, en Caracas. Un joven Gilberto Santa Rosa lo conoció, le hizo coros, cantó con él.
Vivió tragedias y una serie de eventos desafortunados. Dicen que fue débil, que no lo ayudaron, pero le tocó vivir cosas pesadas como la muerte de su hijo por un disparo accidental, la muerte de su padre, el asesinato de su suegra, se incendió su casa saltando del tercer piso con su esposa, todo eso en poco tiempo, pérdidas que no pudo recuperarse. Después se lanzó del noveno piso de un hotel de Puerto Rico en 1988. De vaina quedó vivo. Rubén Blades compuso “El Cantante”, uno de los clásicos de la salsa y un himno autobiográfico de Héctor Lavoe que él mismo cantó con su estilo y con su dolor. “El Rey De La Puntualidad” canción que le compusieron por llegar tarde a los ensayos y conciertos. “Mi Gente” otra de sus canciones más escuchadas. Héctor Lavoe fue para Cali, Colombia, varias veces, fue para Lima, Perú, se desintoxicó, pero cayó de nuevo. Su último álbum Strikes Back, fue nominado al Grammy, “Loco”, “Ponce” y “Escarcha” (esta canción se la dedicaron hace muchos años atrás a mi compañera) fueron canciones escuchadas, pero “Plato de segunda mesa” de sus canciones más compartidas en la radio en esa época.
Héctor Lavoe no ha muerto, vive en el fuego, en el son, y en la rumba del latinoamericano, voz universal del caribe, uno le gustaría que existiese más hombres como él, que suban al escenario y la rompan y hagan mover a toda una generación, se habla de lo malo como incluso en una película que quisieron reflejar, pero lo bueno debería ser lo que reina, su canto cercano a la gente, su música que hoy está más vigente que nunca, más que una persona con todos sus errores y defectos es su voz, es la voz en la radio, en las fiestas, en una sala, en un viaje, en un reencuentro, es la voz con la percusión y el piano, es la voz del guaguancó y del corazón, la voz de un destino con un continente que se hizo mundial. Héctor Lavoe creía en Dios y no quiso meterse en asuntos políticos, Héctor Lavoe me enseñó a bailar salsa con su música en los pasos de mi hermana cuando yo empezaba los veinte años. Héctor Lavoe llegó a cantar en sillas de rueda, pero sonriendo, fue esas personas distintas en el mundo, ahora que viene fin de año, posiblemente se escuchará su música en diferentes lugares, con diferentes gentes, por diferentes motivos, con el único propósito de pasar un rato chévere con el Cantante de los Cantantes.
Locutor de La Nación Radio*
Destacados









