Alfredo Monsalve López
Graham Greene escribió “El poder y la gloria” (1983). No voy a hacer referencia a la historia que el autor relata en hechos ocurridos en México, espacio donde desarrolló su trama. Pero me parece pertinente señalar una cita que el Sr Graham presenta en su texto y que corresponde a Dryden: “El cerco se estrecha; el poder sagaz de los sabuesos y de la mente amenaza de hora en hora”. Esto, a mi entender, quienes poseen o creen detentar el poder, los conduce a una ceguera y sordidez o indecencia que le arrebata todo signo de confianza. Esto ocurre, de acuerdo a lo leído y experimentado por quien esto redacta, en cualquier estructura: política, empresarial, social, e incluso, hasta en el grupo familiar menos connotado. Es lógico pensar que, en estos estamentos, las excepciones se hacen presente. Es decir, no todos son “perros de caza”. No todos (ambos géneros), caen en la ignominia.
Pero la historia está cargada de casos donde los que practican el poder con sus conciudadanos, demuestran su furia, sus arrebatos, incluso su locura. Es decir, la gente tiembla al escuchar sus “suaves” insistencias. O más bien, sus órdenes. Tratan, por cualquier vía, convencer de lo que argumentan ante la tribuna. Miremos por un instante las intervenciones del hombre considerado más sanguinario de los años 30-40: Adolfo Hitler. Sus discursos los iniciaba con serenidad. Muy bien peinado. Pero terminaba con el cabello desordenado y con el puño en alto. Muchos comentan que ese puño era sinónimo de potencia. De poder indiscutible. Hoy, algunos tratan de imitarlo. El mismísimo Sadam Husein, allá en Irak, solía andar con fusil en mano y pistola en cintura. Para que vieran o sintieran su poder. Eso dicen. Aquí mismo, muy cerca, en la otrora Panamá, Manuel Antonio Noriega blandía un machete (en Táchira lo llaman charapo) amenazando a los gringos y a todo aquel que osara “comerse” la luz roja. Que por cierto, me trae a la memoria al sr. Pedro Carreño, el cual mostró un machete en plena participación pública a propósito de una supuesta invasión norteamericana.
Así mismo, muchos individuos, independientemente del cargo que cupe, por lo general, muestran su poder. Y entendemos que toda autoridad lo tiene. De lo contrario nada hace si no es con el poder que por naturaleza (caso de los padres), se le otorga. Epa. Pero ya va. El poder no es para que yo violente los derechos y deberes de mis pares. Cuando esto sucede, entonces entramos en la degradación. Allí reside la infamia, la vergüenza, el deshonor. Un padre, por ejemplo, cuando le prohíbe a su hijo adolescente que no consuma droga, pero él lo hace porque el hábito lo lleva en la sangre, entonces llega la demencia a la estirpe. La familia se convierte en disfuncional. Es decir, la inmoralidad campea por todo el vecindario.
Igual ocurre con el poder en la empresa. Sea del tamaño que usted quiera. Pública o privada. Allí tenemos la industria petrolera de todos los venezolanos: PDVSA. ¿Quién no ha hablado de muchos gerentes (obvio que tienen poder), que “gerenciaron” y al parecer la “quebraron” con negocios oscuros? Ahora, yo como máxima autoridad de las empresas del Estado, soy corresponsable de los dineros mal habidos por parte de pandillas, o zagaletones que, por tener poder, le hicieron daño a su Patria. Luego huyen y deambulan como lobos solitarios en pradera desierta. Observe usted estimado(a) lector(a), el discurso de algún mandatario en cualquier parte del mundo. Vea sus gestos, Escuche su verbo: mientras más fuerte habla, más lo aplauden. Si su discurso es sereno, pausado, comedido, entonces, para muchos, es un pendejo. No muestra poder. Por el contrario, si es ofensivo, patán, camorrero, vocinglero, grosero, cree que con ello asoma su poder, y el miedo en los conciudadanos, se hace presente. Concluyo con El Libertador Simón Bolívar: “No temáis a los tiranos, porque ellos son débiles, injustos y cobardes”. Se abre el debate.