Cada menos que Aristóteles, el padre de la filosofía occidental, creó el término “idiotes” para calificar a una persona que se queda en su casa y permite que gobiernen los bandidos.
George Steiner, el famoso pensador judío, nacido en París en 1929, comentaba que los bandidos dominaban el ágora (la gran plaza del mercado, el centro de la democracia griega), porque el “idiotes” quiere mantener su vida privada. Las cosas públicas no le interesan lo suficiente. Habrá alguien que se ocupe de resolverlas.
Si nos gobierna la mafia, es porque los mejores no han querido participar en política. Es la gran paradoja de la crisis de la democracia en Venezuela y en muchos otros países de la región y del mundo.
Steiner observa que en Inglaterra, es decir, en el Imperio Británico, la élite tenía un destino casi único: se dedicaba a la política. Los mejores de cada promoción de Oxford y Cambridge iban al parlamento, trataban de servir desde el gobierno o desde las funciones públicas –esa era su principal ambición-, había una élite con formación sólida y esa élite era la que gobernaba. Desde hace unas cuantas décadas, la élite desprecia el servicio público y prefiere la banca y los negocios.
Steiner sostiene que los milagros ocurren y que en la política ocurren milagros como la caída del muro de Berlín o el colapso del sistema soviético. Esos milagros dependen de otra concepción de la política, de la política en manos de gente de bien. Pero si no queremos dedicarnos a ella ¿quién tiene la culpa?
Todas estas reflexiones vienen a cuento a propósito de la terrible crisis que estamos viviendo los venezolanos. Con contadas excepciones, la mayoría de nuestros políticos, del gobierno y de la oposición, tienen una formación académica muy mediocre, no conocen la historia de Venezuela y sienten que la política es una competencia de audacia, de trampas y de triquiñuelas, en donde el más avispado es el que prevalece y el más preparado se queda en su casa esperando que el imperio arregle esto.
Este año tenemos elecciones de gobernadores y alcaldes. Es la oportunidad para que los ciudadanos más representativos, más honestos y más competentes, pongan sus nombres a la orden de la comunidad. No es eso precisamente lo que está ocurriendo. Los mejores de Briceño Iragorry, como los “idiotes de Aristóteles, se quedan en su casa, esperando a Trump.
Seguiremos conversando.
Eduardo Fernández