Opinión

Incertidumbre y paz

18 de febrero de 2018

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Economistas y analistas de la ciencia económica y quienes sufren las consecuencias del actual estado de cosas que afectan al país, ven con incertidumbre e inquietud la crisis tan intensa, extendida y duradera que hoy socaba las bases de la buena convivencia entre unos y otros, derivada, sin duda, de los desacertados planes del actual equipo de gobierno, orientados por asesores cuyas ideas son sustentadas por los defectos de sistemas decadentes que han hecho sucumbir sociedades.

Como señala José M. Tallada, prologuista del texto de Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, se trata de “desequilibrios entre producción  y consumo, característico de la organización económica” que ha propiciado el llamado socialismo del siglo XXI, inventado en Venezuela por quien se creyó un redentor y fue un encantador de serpientes, que en 19 años ha resquebrajado un rumbo que, si bien tenía sus incoherencias y deficiencias, era susceptible de mejoras con el aporte de todos.

Cuando prometieron realizar profundas transformaciones en lo económico y social, no especificaron que estaban dirigidas a destruir la  riqueza petrolera; expropiar empresas que surtían los anaqueles de los mercados y centros de consumo; confiscar la tierra en plena producción. Se olvidaron que el mundo es cada día más pequeño al acortarse las distancias y se aislaron de los modernos centros de progreso y desarrollo, y se aliaron con quienes son fermentos de destrucción, lo que ha permitido la corrupción, la miseria y el hambre, forjados por el mismo grupo  de personas que, con ideas trasnochadas y retrógradas, están malbaratando el potencial de que  dispone Venezuela; además demuestran carencia de capacidad gerencial para impulsar la producción y consiguientemente elevar el nivel de vida que la creación  de riqueza permite.

Copiando al clásico de la Economía, Adam Smith, al referirse al socialismo que aquí nos prometió  el paraíso, no es más  que “la mezcla en la ganga de las imperfecciones humanas, como parte de una enfermedad  que aparece en la decrepitud de las sociedades”. Agrega igualmente que  “es la locura de algo que socaba los cimientos de los países. Aplican programas no aptos para satisfacer las exigencias de una sociedad que  ha despertado y no cree en ofertas fuera del contexto democrático y espíritu liberalizador”.

El despilfarro del ingreso que percibe el Tesoro nacional, a través de bonos misericordiosos para comprar conciencia, constituye la constante añagaza con la que endulzan a los potenciales votantes, ha desvalorizado la moral de un vasto sector de compatriotas, que son aprovechados por quienes, prevalidos por los desvaríos oficialistas, esquilman a los que se  desesperan por la falta de alimentos, trabajo y exorbitantes  precios y bajo ingreso, deambulan por negocios y calles para hacerse a un dinero, a costa del sacrificio de otros.

Este estado de cosas vulnera la “exigencia inmanente en la naturaleza del hombre, inspirado como está en la fe en Dios y en el respeto humano”, y perturba la paz, ha llevado a un comportamiento ético no bien considerado entre seres racionales. Es la forma de algunos valerse de la necesidad de sus semejantes para lucrarse, vendiendo productos con precios abultados., cotidiano en la comunicación oral y notoria, a pesar de lo cual el Gobierno, que se proclama defender al pueblo, no aplica mecanismos para subsanarlo, práctica que podría calificarse de “antropofagia” entre venezolanos.

Ello es producto de la crisis “socialista” que agobia al país, por lo que   unos pocos vivos se valen  de la ausencia de  planes de protección social, para enfrentar la especulación y el sobreprecio que descarados imponen a rubros  de la canasta básica  de los hogares venezolanos, apoyados en la devaluación del signo monetario, constriñendo al consumidor a adquirir alimentos que rayan en el robo y la estafa,  mientras que los que no los pueden comprar los buscan en la basura. Es una manera de comernos unos a otros, o como dice una canción colombiana: el vivo vive del bobo y el bobo de papá y mamá. (Marcelino Valero)

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