Mario Valero Martínez
No son pocas las advertencias de los organismos internacionales y las organizaciones No Gubernamentales sobre el riesgo y la vulnerabilidad de otro sector de la población mundial con la expansión de la Covid-19, los inmigrantes pobres. En esa geografía del hábitat precario crece la desesperación y la incertidumbre. El ser humano, el inmigrante que se marchó de su lugar de origen huyendo de sus penurias para buscar una oportunidad laboral que le permitiera alcanzar mejores condiciones de vida, se le esfuma toda posibilidad y su fragilidad se profundiza en ese lugar elegido donde seguramente no termina de ser aceptado y tampoco ha logrado construir su nuevo arraigo. Imagino, por ejemplo, la situación en que se encontrará gran cantidad de venezolanos que, huyendo de la ruda realidad nacional, han cruzado varias fronteras en sus cortas y largas travesías, sorteando todo obstáculo y aunque en muchas partes han recibido las manifestaciones de solidaridad, también han soportado los insultos xenófobos provenientes de las minorías del fanatismo nacionalista en diversas partes y de diferentes sectores sociales.
En estos tiempos difíciles, muchos venezolanos inmigrantes, como tantos de otras nacionalidades, claman en sus lugares de destino un poco de asistencia, una mirada fraternal, un acto sencillo de solidaridad. Otros, los más indefensos, han emprendido dificultosos viajes en derrotado retorno. En ambos casos no siempre han recibido la respuesta adecuada, la mirada comprensiva, el gesto amigable, una frase de aliento en estos días sombríos. En algunos escenarios retumban las posturas arrogantes cargadas de ese tufillo patriotero y localista, mezcla de desprecio y exclusión, por ejemplo la reciente postura de la Sra. Claudia López, alcaldesa de Bogotá. Ella, con ese porte verde-ecológico, tan izquierdista y progre, levanta un brutal muro fronterizo urbano entre “nosotros los bogotanos que pagamos impuestos” y ellos, los mantenidos inmigrantes venezolanos.
Grotesca y recurrente generalización de la alcaldesa que obvia aspectos tan importantes como los aportes económicos de la mayoría de inmigrantes en el mercado laboral, que además también pagan sus impuestos. Pero qué pena con la alcaldesa de Bogotá cuando se entere que en el mundo hay 272 millones de inmigrantes internacionales, 25,9 millones de refugiados y 41,3 millones de desplazados internos en los países en desarrollo, según el reporte del año 2020 de la Organización Internacional de Migraciones. En esencia, esta maniquea postura no se diferencia de las opiniones que en varias ocasiones ha emitido Nicolás Maduro, que, con su porte socialista del siglo XXI, tan izquierdista y progre, ha calificado a los emigrantes venezolanos de lava-pocetas. ¿Cuál es la diferencia de las posturas estos personajes con los movimientos ultraderechistas europeos en sus rechazos a los inmigrantes? La respuesta es evidente.
En el primer caso citado los inmigrantes pobres le afean la ciudad, en el otro se desnuda la cruda realidad de un país literalmente en ruinas. La filosofa española Adela Corina argumenta que el rechazo a los inmigrantes no es de raza ni extranjería, el problema es de aporofobia. Señala que hay muchos racistas y xenófobos, pero aporófobos, casi todos. Es el pobre, el áporos, el que molesta, es la fobia hacia el pobre que no tiene recursos y en apariencia no puede ofrecer nada.
Lamentablemente no son los únicos casos. El retorno de los inmigrantes venezolanos en estos días adversos, ha desatado otras reacciones deplorables, inaceptables. Quienes retornan cruzando las fronteras terrestres, debido a su estado de indefensión, se rencuentran con un ambiente hostil. Por una parte, los voceros del gobierno instalados en el Palacio de Miraflores, haciendo uso politiquero de la situación, mantienen la línea estigmatizadora de la frontera extendida a la gente en retorno, especialmente en los lindes con Colombia. Solo basta con leer entre líneas las declaraciones del Sr. Rodríguez, portavoz del gobierno de Maduro cuando señala “en estos momentos Colombia es la principal amenaza para el contagio de Venezuela por eso tenemos un tapón epidemiológico en San Antonio del Táchira”. Es la pura y dura manipulación de la pandemia que nos azota. Y en burdo despliegue propagandístico, informan que los migrantes están siendo atendidos con todas las condiciones sanitarias; sin embargo en los ámbitos locales afloran las constantes denuncias de alojamientos de estos venezolanos en condiciones de hacinamiento e improvisados refugios en escuelas, colegios y campos deportivos. El maltrato y la humillación forman parte del recibimiento oficial.
Por otra lado, en medio de toda esta terrible situación, algunos grupos en las redes sociales tejen una combinación de hilos con burlas y rechazos a la gente que regresa desesperadamente a Venezuela. En los espacios virtuales, sujetos con intereses afines realizan una bufa campaña enviando mensajes despectivos dirigidos al fracaso de los inmigrantes en retorno. Se burlan porque se fueron pobres y regresan pobres. ¿Aporofobia? Seguramente. Luego alineados con la infame posición del gobierno, desatan el pánico. En estos contextos han reaccionado algunas comunidades en el estado Táchira que objetan la reubicación de los venezolanos retornados para cumplir la cuarentena en las escuelas o campos deportivos cercanos a su hábitat. Lo lamentable es que no cuestionan las condiciones indignas en que alojarían a estas personas, a estas familias, tampoco protestan contra el fracasado gobierno que nos arruinó la vida y destruyó las oportunidades, lo que obligó a 4,7 millones de venezolanos a emigrar. Su protesta es contra la gente que regresa pobre y sin evidencia alguna, sospechan contaminada. No reclaman que los doten de condiciones sanitarias rigurosas y adecuadas, menos aún del estado crítico de nuestro sistema de salud, exigen que se los lleven a otro lado, tal vez que pongan otro tapón al estilo Rodríguez. Muchos mensajes son dolorosos, parece que algunos han olvidado las causas que indujeron a las gentes a abandonar su arraigo venezolano. Así estamos en esta inverosímil geografía social. A pesar de todo, reconforta el mensaje de unos vecinos que están recolectando ropa y enseres para donarlos a un refugio cercano. Esto somos la mayoría que deseamos un urgente cambio político y cultural. @mariovalerom