Opinión

La alegría que nos da José Gregorio Hernández

9 de marzo de 2025

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Francisco Corsisca

Francisco Corsica

Es sorprendente que Venezuela, un país donde la fe cristiana es la religión predominante, no haya contado con santos oficialmente registrados por la Iglesia Católica. En nuestra cultura, hasta los gestos más simples, como saludar o despedirnos de nuestros mayores, están impregnados de reverencia. ¡Siempre pedimos la bendición! Sin embargo, solo un puñado de compatriotas ha sido honrado con títulos que los acercan a la santidad: más de 20 han sido reconocidos como siervos de Dios, 4 venerables y 4 beatos.

Pues bien, recientemente, una noticia ha llenado de júbilo toda esta sociedad: la canonización del doctor José Gregorio Hernández, quien hasta ahora era considerado uno de nuestros beatos más queridos. La espera ha sido larga y su nombramiento como santo es, sin duda, uno de los deseos más fervientes de nuestra sociedad. Su figura trasciende las fronteras de cualquier culto particular; es un símbolo de esperanza, dedicación y amor al prójimo imposible de ignorar para quienes habitamos este territorio.

La alegría que sentimos al saber que su busto finalmente llegará a los altares es indescriptible. Representa un reconocimiento post mortem para él, debido a los méritos que acumuló a lo largo de su vida, una vida dedicada al servicio de los demás y a la práctica de la medicina con un profundo sentido de humanidad. La posibilidad de invocarlo como “San José Gregorio Hernández” en nuestras plegarias es un regalo, sin lugar a dudas.

Oriundo de la localidad de Isnotú, trasciende su papel como un simple símbolo religioso, tanto a nivel nacional como regional. Al mencionar su nombre completo, se revela su faceta original, la más evidente: ¡es un médico! Un profesional cuya biografía está impregnada de caridad, dedicación académica y una profunda fe cristiana.

Conocido cariñosamente como el “médico de los pobres”, su legado se construyó sobre los cimientos de la bondad y la generosidad. Cada día, dedicaba horas de su tiempo a atender a los más necesitados, brindando no solo atención médica, sino consuelo y apoyo emocional a quienes carecían de recursos. Su vocación altruista lo llevó a convertirse en un pilar fundamental de su comunidad, un verdadero ángel de la guarda para aquellos que sufrían.

Su formación académica comenzó en la prestigiosa Universidad Central de Venezuela, donde se graduó de la Escuela de Medicina en 1888 y, con una beca en mano, se aventuró a París, donde se sumergió en el estudio de la bacteriología y la patología, especializándose en áreas que en aquel entonces eran pioneras. Su paso por Europa le permitió traer de vuelta a su país valiosos conocimientos que contribuirían al avance de la medicina nacional.

Adicionalmente, de regreso por estos lados, se destacó como un brillante profesor e investigador en la misma institución de estudios superiores de la que egresó. Fue un verdadero innovador, introduciendo el uso del microscopio en la práctica médica local y desempeñando un papel crucial en el desarrollo de la bacteriología en su tierra.

A pesar de su éxito profesional, su corazón estaba profundamente ligado a su fe. Intentó en dos ocasiones convertirse en sacerdote, impulsado por el fervor religioso que lo guiaba en su vida. Sin embargo, diversos obstáculos lo llevaron a desistir de su vocación sacerdotal, aunque su compromiso espiritual nunca flaqueó.

Ciertamente, no hay una única manera de enmarcar la figura del doctor José Gregorio Hernández. Atribuirle una sola dimensión sería un acto de mezquino reduccionismo. Como se mencionó anteriormente, su legado es tan vasto y multifacético que se convierte en un símbolo cultural que trasciende el ámbito teológico.

Es pertinente preguntarse cuántos venezolanos, independientemente de su fe o de sus creencias, no reconocen la imagen de este hombre de traje negro, bigote y sombrero tan característicos. Reitero, incluso un ateo o un musulmán que viva aquí identifica perfectamente su imagen, lo que demuestra la profunda huella que ha dejado en nuestra identidad colectiva.

La alegría que sentimos en este momento no solo proviene de la culminación de una larga y tediosa espera, sino que se enmarca en un contexto particularmente difícil para esta sociedad. En un país donde el empobrecimiento y la ineficiencia del sistema de salud han marcado nuestra historia reciente, su canonización como el primer santo criollo se erige como un rayito de esperanza. Es un acontecimiento positivo que le ocurre a un buen compatriota, un hombre que dedicó su vida al servicio de los demás.

Sin duda, es una muestra más de que no todo está perdido. La cultura criolla, rica, pintoresca y variopinta, impregnada de elementos religiosos y de las diversas raíces étnicas que la conforman, ha demostrado una resiliencia admirable. A pesar de las adversidades, ha logrado que uno de los nuestros alcance una posición tan elevada dentro de la fe cristiana. Este es el resultado de un esfuerzo colectivo, de un pueblo que rema hacia una misma dirección, uniendo sus fuerzas en torno a un ideal común.

Para finalizar, cada uno de nosotros, como venezolanos, debemos sentir un profundo orgullo por lo que se está logrando con nuestro querido y venerado José Gregorio Hernández. Su canonización no es solo un triunfo a su legado; es un logro que enaltece su figura como un ícono histórico, científico y espiritual, y también eleva nuestra nacionalidad en su conjunto, especialmente en un período tan turbulento.

Semejante reconocimiento nos invita a reflexionar sobre nuestra identidad y a celebrar la grandeza de nuestro pueblo, recordándonos que, a pesar de las dificultades, siempre hay espacio para la fe. Por más duras que se vean las circunstancias, sí se pueden revertir e inclinar a nuestro favor. ¡Celebremos juntos este hito que nos une y nos inspira a seguir adelante!

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